Acerca de la mística y el sentimiento religioso en la cultura Rapa Nui. Aku aku.

Ángeles Aparain, APA

Aquella propuesta de viajar a una isla pequeña, ubicada en el medio del océano Pacífico y que por su historia tan particular1 fuera considerada Patrimonio de la Humanidad, me atrajo desde el inicio. A sabiendas de que allí podríamos conocer una misteriosa cultura, de la etnia Rapa Nui o en términos de su propia lengua, Te Pito Te Henua (Ombligo del Mundo).

Los Rapa Nui, organizan su vida en función de la religión y fundamentalmente en torno a sus creencias espirituales. Los ritos religiosos acompañaron todo el desarrollo de los Rapa Nui, siendo los más importantes los relacionados a la muerte, y aún hoy sus pobladores siguen creyendo que el espíritu de la persona fallecida, retorna para ayudarlos. A la energía espiritual de la persona la llamaron Mana y era atribuida a los jefes, o personas que fueron muy destacadas en la comunidad y que por lo tanto sería beneficioso para la comunidad que siguiera teniendo la posibilidad de influir en los acontecimientos que acontecían en la isla a través de su energía, aún estando muerto físicamente.2

Esta etnia, se caracteriza por encarar la muerte con cierta calma, «morir es algo natural», es lo que nos toca por el simple hecho de que somos seres humanos-vivientes, dado que sus creencias se basan en la inmortalidad el alma, no se vivencia en primer plano la idea de la muerte como «finitud de la vida».

Tuve la ocasión de participar de una práctica religiosa funeraria (Ivi Atua) en la Isla, miramos y escuchamos el ritual, con la emoción que se genera ante lo simple y lo diferente, la ceremonia nos transmitía una sensación armoniosa, cantaban, danzaban con movimientos suaves y muy rítmicos, a posteriori, se fueron a almorzar todos juntos, una especie de banquete lugareño. Hay un reconocimiento de que la persona murió físicamente, pero inmediatamente se centran en la vida, y se desprende rápidamente el beneficio que conllevan como deudos gracias a su creencia.

Ante dicha creencia, de que el fallecido los acompaña desde el más allá, queda una interrogante: ¿qué mecanismo defensivos operan para poder sostener esta creencia? Considero que se trata de una desmentida funcional, que le permite al deudo hacer un duelo menos pronunciado, menos dramático o doloroso, porque siente consuelo con la idea del retorno de esa energía que lo acompañará y lo protegerá de futuros sufrimientos. A tal punto ha tenido fuerza esta creencia en los pobladores Rapa Nui, que surgieron hipótesis basadas en que al poseer este poder psíquico o sobrenatural, sería el responsable de haber trasladado los Moais3 desde la cantera donde se realizaban hasta su lugar de destino, o sea la aldea de la familia que rendía el homenaje al fallecido.

Si bien todos tenemos una representación de lo que significa la muerte, sin embargo, solo en el momento en que perdemos a un ser querido, es que el sentimiento de dolor profundo se nos hace realidad. Aceptar el examen de la realidad de que la persona no está más, es difícil, se da un primer tiempo de negación «no puede ser, no lo puedo creer» pues es doloroso renunciar a la satisfacción de los buenos momentos compartidos con la persona que fallece. Recordemos a Freud, (1923), en “El porvenir de una ilusión”, allí plantea que el acercamiento a Dios nace de la necesidad que siente el hombre de tener un consuelo, frente a los sufrimientos que le enfrenta la vida, ya sea de la naturaleza, de su propio cuerpo, o de las perturbaciones con los otros. Sin lugar a dudas las concepciones religiosas o míticas ante la tragedia de la muerte, dan un alivio al ser humano, y defienden al deudo de las angustias primarias, que han constituído su inconciente. Los rituales pueden ser pensados, como un modo de recuperar la relación con el padre omnipotente de la primera etapa de la vida, y de este modo se niega la vivencia de pérdida, dado que en ese momento regresivo, de una fusión narcisista se pierden los limites, dando lugar al sentimiento oceánico, tal cuál lo expresara Freud. Definido como una sensación de eternidad, un estado sin límites, donde el hombre experimenta lo infinito. Esta vivencia se la ha considerado el germén de toda religiosidad, y los dioses han encarnado siempre esta noción de omnipotencia y omnisciencia. En la vivencia mística se da una pérdida de las representaciones de la mismidad y de las funciones yoicas, sustituído por dicho sentimiento de completud que forma parte de la compleja vivencia mística. A sabiendas de que lo es del orden de la experiencia no es del orden del pensamiento, por lo tanto hay anulación del proceso secundario, dando lugar a que la creencia este plena de certeza. Imbuidos de un sentimiento de plenitud, del orden de lo indecible, de lo inefable, los sentimientos de dolor por la pérdida se diluyen o se desfiguran.

Por otra parte desde los inicios de la humanidad se han ejercido prácticas fúnebres porque los hombres, siempre hemos tenido terror a la muerte y a los muertos también, y todos los oficios que se realizan atemperan esos temores. Freud vinculó a estos terrores, con el terror de un regreso vengativo por parte del muerto, la venganza sería un castigo por los sentimientos ambivalentes experimentados hacia él.

En este caso particular del pueblo originario, se hace muy evidente que las prácticas rituales son necesarias y que están al servicio de crear un paréntesis para tramitar el duelo, o sea revisar los lazos que se tenían con la persona que falleció, y dichas prácticas que circulan entre los pobladores le ofrecen mayor posibilidad de compartir la tristeza, lo doloroso y se alejan de la idea de la muerte como falla, imperfección, este hecho tiene incidencia en la elaboración del duelo pero no constituyen la elaboración misma. El regreso del Mana del sujeto nos demuestran la dificultad para aceptar la realidad de la muerte, como cierre, como fin de una vida. Los rituales en cierto sentido, encierran una paradoja, porque el mismo ritual que nos anuncia, nos certifica la muerte, por otra parte, intensifica la creencia en el más allá, en otras épocas esta ambigüedad se manifestó en la creencia de la reencarnación. Sin dejar de lado que la vivencia de inmortalidad nos defiende de la vivencia de desamparo inicial.

Al igual que lo plantea Freud en Duelo y Melancolía, el proceso de duelo lleva tiempo, y si se logra al final la libido quedará libre, y preparada para poder volver a investir nuevos objetos. En el proceso, aparecerán culpables o responsables de la muerte, como podrían ser los médicos, o incluso el muerto, por no haberse ocupado lo suficiente de su salud, hasta que finalmente el deudo se auto inculpa sintiendo que él tampoco ayudo en forma suficiente a la persona que ha partido. Siempre queda una huella de lo enigmático, de lo que no se dio, de una ilusión respecto a que todo podría haber sido diferente. En nuestros días, donde la muerte, en nuestro mundo occidental, es cada vez más un acto muy individual, este pueblo conserva la magia de que el pueblo entero está de luto por la pérdida de uno de los miembros de su comunidad.

Bibliografía

  • Freud, S Tótem y Tabú. Tomo XIII.
  • Freud, S Duelo y melancolía. Tomo XIV
  • Freud, S El porvenir de una ilusión, Tomo XXI
  • Aku-AKu thor Heyer Dahl. Ed. Juventud.
  • Comunicación personal con Dr. Gustavo Corra

Notas

  1. Toda la isla es considerada como uno de los museos al aire libre, más grande del mundo. Sobre el nivel del mar, están las playas, como Anakena, que se asemejan a las playas de la polinesia.
  2. El culto que se rindió a los ancestros, dio lugar a una técnica que consistía en forrar a su antepasado con telas vegetales y exponerlos al aire libre en el interior del altar de la ceremonia (Ahu), hasta que este se descomponga naturalmente. Posteriormente se lavaban los huesos de la persona fallecida y eran depostiados en el mismo Ahu, y allí se esperaba el encuentro con sus antepasados.
  3. Los Rapa Nui esculpieron las imágenes de sus antepasados en piedra volcánica en la cantera del volcán Rano Raraku, en donde hasta hoy existen numerosos moai que no fueron terminados y se nos presenta como dormidos en la piedra. Algunas hipótesis sostienen que con la ayuda de cuerdas eran trasladados con movimientos basculares, como si caminaran por sí solos. El duro proceso de trasladar la escultura, concluía cuando el Moai era colocado de espalda al mar sobre el Ahu,o altar. Allí el Ariki, rey, presidía un ritual en el que se investía al Moai de un poder capaz de proteger al linaje y a la isla en su totalidad.