El Duelo por la Inmortalidad

Cecilia Moia, APA

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte

Jorge Manrique

La vida es un continuo transitar duelos. Sigmund Freud describió el duelo como la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. (Freud, 1917).En otras palabras, cuando experimentamos una pérdida significativa, vivimos un duelo.

Ello implica un proceso lógico, inconsciente y continuo, presente a lo largo de nuestra existencia, cada vez que de una pérdida se trate. El duelo, se vale de los ropajes de ceremonias y ritos con el fin de simbolizar, inscribir, bordear y significar, con algo más, con un plus, la muerte en sí misma y la muerte de sí mismo, la finitud.

A través de los siglos las diferentes culturas con sus ritos funerarios ilustran el carácter traumático de la muerte. La religión plantea en sus fundamentos otras formas de existencia a través de la idea de una vida después de la muerte o la reencarnación, dando cuenta de una doctrina del alma y la creencia en la inmortalidad.

Muchos sostienen que existe un tipo de inmortalidad posible, aquella que nos perpetúa en la memoria de los hombres. Es por ello que hablamos de numerosos inmortales que nos han legado una visión del mundo que trasciende las épocas a través de sus obras.

Para el Psicoanálisis la idea preponderante de la finitud humana no es solamente tener presente que un día, tarde o temprano moriremos y que ningún alma dejará el cuerpo para unirse en otro mundo a un Padre Eterno. Se refiere, en términos de incompletud, a las limitaciones y límites de los seres humanos en este mundo.

La finitud, nos hace mortales: Algún día, todos vamos a morir, ello supone la permanencia de un duelo por la vida y su consiguiente trabajo, en ese sentido, el duelo nunca muere, me sorprendí afirmando, luego me pregunté: ¿Habría duelo si fuéramos inmortales?

Esta pregunta trajo a mi memoria a Borges, para quien la inmortalidad fue uno de sus grandes temas. De la colección El Aleph, su cuento, El Inmortal me brindó una nueva oportunidad para pensar estas ideas

En esta historia Borges discurre sobre la búsqueda de la inmortalidad a través de un personaje, el tribuno romano Marco Flaminio Rufo, quien parte en busca de la ciudad perdida de los inmortales para luego intentar, durante siglos, despojarse de la inmortalidad adquirida.

Rufo cabalga sobre la idea del encuentro con una ciudad magnífica, ideal, la de los inmortales. Su travesía concluye, por un lado, con el descubrimiento de que la urbe hallada, se encuentra flanqueada por laberintos inescrutables que desafían toda racionalidad y ello está muy lejos de corresponder a la imagen sublime que se había creado; por otro lado, los inmortales, a quienes Rufo confunde en un inicio con trogloditas, conforman un linaje, habitan en un espacio limitado, carecen de identidad individual, pues su identidad colectiva está marcada por un solo rasgo: la inmortalidad. Son seres que están por fuera del mundo físico y del uso de la palabra, silenciosos, inactivos se degradan en el proceso de pura contemplación, dice el tribuno:

…juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación.

(Borges; 1974 pág. 520).

Esta forma particular de barbarie, devenida en la anulación de la subjetividad como consecuencia de una ley inalterable, gobierna la existencia de los inmortales: Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. (Borges; 1974 pág. 520).

La inmortalidad en su dimensión totalizadora, incluye a todos los seres humanos del pasado y a todos los posibles habitantes del futuro.

Por eso cuando Rufo consigue la inmortalidad concluye diciendo: Ser inmortal es baladí1; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. (Borges; 1974 pág. 520). Esta frase sugiere que fuera del hombre el resto de los seres vivos desconocen la muerte. En la condición propia de los inmortales el tiempo no apremia, no existe la sensación de que cada momento es único. Al no sentir un fin temporal, sus vidas no tienden hacia la perfección que creía el personaje buscador, sino hacia la bestialidad animal. El duelo es, entonces, una producción humana ante la muerte que enmascara y permite contabilizar el paradojal lazo con lo perdido, producto de nuestra condición de mortales.

Cuando Rufo ve quebrantadas sus esperanzas, después de ganar la inmortalidad recorrerá el mundo y los siglos para despojarse de ella; emprende otro viaje en busca del río opuesto que le devolverá la mortalidad. Aquí el narrador, habiendo establecido un nuevo objetivo, comienza a sobrestimar la mortalidad:

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.

Borges; 1974 pág. 521

En tanto absoluta, la inmortalidad no aporta ninguna marca singularizadora ni diferenciadora, sino que más bien opera en una disolución de la subjetividad cuyo efecto totalizador es del orden de lo imaginario e irrealizable.

La mortalidad o el duelo por la inmortalidad nos tornan vivos, activos, frente a la inmovilidad de los inmortales, nos hace creativos para vencer el tiempo. Quedamos lanzados a numerosos posibles frente al único posible que es la muerte. En este planteo heideggeriano las nociones de ser y tiempo están implícitas, de allí que el problema no sea la muerte sino el tiempo o sea en el mientras tanto. En su trayecto hacia la mortalidad Rufo vive, sus experiencias así lo expresan:

“En el otoño de 1066 milité en el puente de Stamford (…) En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada caligrafía, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce (…) En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchísimo al ajedrez (…) En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia”.

Borges; 1974 págs. 521 – 522

Tras el arrasamiento subjetivo sufrido en la tierra de los inmortales, Rufo recompone su deseo. Lo insustancial de la inmortalidad lo lleva al acto mismo de duelarla, prefiere perderla y lo que de sí se juega en ello, antes que seguir en la eterna y muda contemplación. Es un acto que implica un comienzo al que le sucede una renovación y el cual se constituye como algo creador. Lacan califica al duelo de creador, pues instala una posición subjetiva hasta entonces inusitada.

Jean Allouch propone: «Que el duelo sea llevado a su estatuto de acto» (1995; pág. 9). El acto para Lacan es un atravesamiento que rompe un estado previo -por eso es transgresor- y provoca en el sujeto un nuevo deseo.

Rufo en su búsqueda hacia la mortalidad transforma su posición subjetiva y renace en un nuevo lugar al encontrar el río que le devuelve la mortalidad, sin saberlo bebe de sus aguas y sólo cuando recupera el dolor comprende el valor del mismo:

“En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre. Al repechar la margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí hasta el amanecer».

(Borges, 1974 pág. 522).

En cada duelo la cuestión no sólo toca qué o a quién pierde el sujeto, sino qué se pierde de él en esa pérdida, algo de sí se pierde en un duelo. Ante cada nueva pérdida también hay un nuevo y permanente duelo por la inmortalidad pues quien transita un duelo siempre pone en juego «un pequeño trozo de sí» (Allouch; 1995 pág.10).

Bibliografía

  • Allouch, J. (1995) Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, Ediciones Literales, Buenos Aires, 1995 p. 9-10
  • Borges, J L. (1974) Obras Completas, 1974, Tomo 1, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina.
  • Freud, S. 1917 (1915) Duelo y Melancolía, 1996, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979.

Nota

  1. Insustancial, insignificante, intrascendente, nimio, pueril, superficial, trivial