Los fanatismos y las grietas

Algunas reflexiones

Graciela Faiman, APA

Pensando acerca del interesante tema propuesto por la Revista la “Época on Line” se me ocurrieron algunas reflexiones que deseo compartir con ustedes.

En primer lugar, si nos preguntaran acerca de “los fanatismos”, ¿qué diríamos de ellos? En una definición “a estilo diccionario” comenzaríamos proponiendo que se trata de la adhesión apasionada e incondicional a una idea o a una causa, que despierta en el fanático un entusiasmo desmedido y persistente, con características obsesivas. El fanático ya no valora otras formas de pensar que no fuere la suya, confunde lo que cree con la realidad. Las ideas fanatizadas son irracionales y pueden llegar a tener tal fuerza, que en su nombre se llega a las acciones más aberrantes: la mentira, la traición, hasta el asesinato. En casos extremos los fanáticos despojan al otro de su condición humana. Son individuos apasionados, intransigentes, reduccionistas, discriminadores, autoritarios.

En segundo lugar intentaría pensar los fanatismos desde la teoría psicoanalítica, y para ello recurriría a los escritos freudianos. Freud nos habló de dos modos de funcionamiento del aparato psíquico: el proceso primario, que caracteriza al sistema inconsciente y el proceso secundario que estructura el sistema preconsciente – consciente. La oposición que existe entre ambas modalidades de funcionamiento es correlativa a la que existe entre principio de placer y principio de realidad. Es decir que el sujeto fanatizado, mientras funciona en un registro de proceso primario, pierde la capacidad de discriminar y así no puede diferenciar realidad de fantasía. Un fanático es alguien que presenta un serio trastorno en su capacidad de pensamiento. Las cosas son tal como él las cree…y creer es lo opuesto a pensar.

Trataría luego de pensar cómo actúa un sujeto fanatizado. ¿Se maneja como un todo monolítico?, ¿es un psicótico que ha perdido todo contacto con la realidad?, ¿sufre de delirios, de alucinaciones? Y entonces observaría: no, se trata de una persona cuyo trastorno de pensamiento está centrado en torno a un conjunto de ideas, concepciones, significaciones, especulaciones, que han quedado encapsuladas dentro de su psique. Cuando algún suceso roza ese conjunto de ideas, se romper la tenue película que las mantenían en aislamiento. En ese momento la totalidad de su psiquismo se ve invadido y es entonces cuando comete los actos más aberrantes. Por el contrario, el mismo fanático puede también actuar de una manera razonablemente adecuada siempre que se encuentre frente a otros temas que no se acerquen a su obsesión. Ese individuo puede desarrollar una vida que, a primera vista, parece “normal”. Recordemos a los jerarcas nazis que tenían una apacible vida familiar y cuidaban amorosamente a sus mascotas.

Para explicar porqué sucede esto puedo acceder al pensamiento de otra psicoanalista, Piera Aulagnier, una italiana que desarrolló su carrera en Francia durante la segunda mitad del siglo pasado. Aulagnier, deudora de Freud y más tarde integrante del movimiento lacaniano, siguió luego una trayectoria muy interesante, en un proyecto propio. Ella ubicaría a los sujetos fanatizados en el campo de la alienación. Según esta autora, la alienación, que no pertenece ni al territorio de las neurosis ni al de las psicosis, refleja justamente, un estado pasional. Aulagnier sostiene que el yo de todo sujeto tiene como tarea principal la de narrar, construir un relato, es un verdadero “aprendiz de historiador”. El yo del fanático, que se encuentra “sujetado” en un estado pasional, cuando se encuentra frente al sin sentido de su idea delirante, se apresura a otorgarle alguna significación. Entonces, la enunciación “tengo razón porque…” viene a redoblar y reforzar la “idea delirante”, que se instala en su psique con valor de certeza. Esta idea constituye un núcleo delirante consciente, es decir no pertenece a la esfera de lo ignorado por el sujeto ya que no se encuentra sepultado en el inconsciente. Está, en cambio, escindido, apartado, de la totalidad de su discurso. Ese núcleo delirante se comporta siguiendo una lógica causal que contradice la lógica compartida por todas las otras personas que comparten la vida con él, él es el único que acepta esa “lógica”. La idea delirante estructura una “potencialidad psicótica” que muchas veces es difícil de desenmascarar en la vida cotidiana, ya que aparece como una de esas “rarezas” que tiene todo el mundo. Esta potencialidad puede no manifestarse como psicosis franca (es condición necesaria pero no suficiente del fenómeno psicótico) salvo en los momentos circunscriptos en los cuales estos pensamientos delirantes, enquistados pero no reprimidos, hacen estallar su membrana, derraman su contenido en el espacio psíquico y pasan de lo potencial a lo manifiesto.

Pero veamos a través del relato de un suceso cómo funciona el fanatismo. A finales de 1894, el capitán del Ejército Francés Alfred Dreyfus, un ingeniero de origen judío, fue acusado de haber entregado a los alemanes documentos secretos. Enjuiciado por un tribunal militar, fue condenado a prisión perpetua y desterrado en la Colonia penal de la Isla del Diablo . Convencida de la arbitrariedad de la condena, la familia del capitán intentó, sin resultados, probar su inocencia. En marzo de 1896 el jefe del servicio de contraespionaje comprobó que el verdadero traidor había sido el comandante Esterhazy . El Estado Mayor se negó, sin embargo, a reconsiderar su decisión. Durante doce años, de1894 a 1906, el “caso Dreyfus”
conmocionó a la sociedad francesa de la época: dividió profunda y duraderamente a los franceses en dos campos opuestos, los dreyfusards (partidarios de Dreyfus) y los antidreyfusards (opositores a Dreyfus). Este proceso se prolongó hasta finales del siglo XIX.

Una destacada personalidad de la época, el narrador, ensayista y político francés profundamente antisemita, Maurice Barrès, fue autor de una interesante producción narrativa que sobresale por la elegancia de su estilo y la armonía de la composición. Nadie hubiera dicho que Barrès era un sujeto ni demente ni infradotado. Sin embargo él defendió la creencia en la culpabilidad del capitán diciendo: “que Dreyfus es culpable no lo deduzco por sus hechos sino por su raza”. He aquí un excelente ejemplo de fanatismo. En 1906 la inocencia del
capitán Dreyfus fue reconocida oficialmente por la Corte de Casación a través de una sentencia que anuló el juicio de 1899 y decidió su rehabilitación. El caso se convirtió en símbolo moderno y universal de la iniquidad en nombre de la razón de Estado.

Podemos afirmar entonces que el problema de la escisión de la sociedad, la tan mentada “grieta”, no es un fenómeno ni argentino ni contemporáneo. A lo largo de los siglos y en diferentes geografías estos lamentables hechos prosperan, producto de diferentes fanatismos. Llegan a extenderse por toda la sociedad como una de esas enormes manchas de aceite cuando se derraman sobre el agua.

¿Cómo se transmite el fanatismo? Una película que muchos de ustedes deben recordar, “La cinta blanca,” nos muestra la vida en una pequeña aldea situada al este del río Elba. En una época de gran represión económica los personajes que detentan el poder humillan a sus campesinos, seres dependientes y abusados. Pero estas severidades se replican también dentro de las familias poderosas, donde vemos un trato abusivo de los padres hacia sus hijos. Sin embargo, en los hogares más encumbrados, detrás de la fachada del orden severo subyacen tragedias clandestinas. Al finalizar la película queda flotando una pregunta: ¿habrán sido esos hechos el germen de la tragedia que vendrá?, ¿puede hallarse allí la respuesta del horror venidero?, el horror por advenir, ¿es la consecuencia natural de las enseñanzas recibidas?

Bowlby, destacado psicoanalista inglés, explica esta transmisión a partir de lo que denominó los “modelos operativos internos”, que se van forjando ya en la tempranísima infancia, a partir de la relación del niño con sus cuidadores y de la dinámica de las relaciones interpersonales que él descubre en su hogar. “Si me pintas tu aldea me pintarás el mundo”, dijo León Tolstoi. Nosotros podríamos agregar: “si me describes a tu familia me estás describiendo tu aldea”.

El film que hemos mencionado, con suma delicadeza, deja abierta al público la interpretación. Con un cálculo muy simple sabemos que los niños que hemos conocido a lo largo de la película, fueron los futuros adultos que tramaron y sostuvieron el régimen nazi.

Una última reflexión, ya dijimos que los fanatismos son ideas delirantes de personalidades que presentan una potencialidad psicótica, ¿cuál es una de las formas en que se presentan los fanáticos en las sociedades contemporáneas? La forma más terrible de fanatismo la encontramos hoy en la figura de los terroristas que se inmolan con tal de matar a aquellos que son diferentes, diferentes por pertenecer a otra raza, otro color, otra religión o simplemente por pensar distinto, son los perversos del mundo actual.

Élisabeth Roudinesco, una psicoanalista francesa que nos visitó el año pasado, dice que no piensa la “perversión” como una desviación en el terreno de la sexualidad. Ella caracteriza la perversión como el amor al odio, búsqueda de un permanente goce del mal, y la personifica en la figura del terrorista.

Pensamos, junto a ella, que el único límite para el despliegue abyecto de la perversión fanática, se ubica en una sublimación encarnada por los valores del amor, la educación, la Ley, la civilización.