El amor sin tiempos

¿Será que el amor varía de los tiempos del cólera a los tiempos contemporáneos? ¿Será que la pasión informe toma el molde que el ideal de los tiempos impone a la experiencia a cada momento histórico o en cada diverso territorio? ¿Un espacio-tiempo definido por la historia o por un espacio cultural logra cuantificar y definir las formas de Eros?

Aunque el consenso desde cierta mirada me lleva a pensar que lo moderno imprime un carácter a toda experiencia: la hace veloz, inestable, efímera, líquida, múltiple (adjetivos que varían dependiendo del sociólogo que tomemos de referencia). Por un instante quisiera resistirme a esta mirada que lleva a pensar el amor desde una forma histórica y social.

No puedo negar que la experiencia de la modernidad occidental (como cualquier otra experiencia al interior de otras culturas) marca una forma en cómo se constituyen los vínculos con los otros. Pero ello no define el amor, define la forma de una vinculación, de un rito, de una costumbre que se hace ley (derecho) o deber moral (palabra latina que proviene de mores=casa).

La forma de vincularse se ha instituido como un deber social desde los albores de las culturas totémicas hasta estas épocas de culto a la virtualidad. Toda época construye una pedagogía que buscar acercar la diversidad humana a una forma constituida como ideal social. El ejemplo más palpable sería esa paideia griega que marcaba un saber ser y un saber hacer como uniformidad.

Pero el amor entendido como una fuerza, se resistirá permanentemente a esas formas estandarizadas del pacto social que conllevan a que la ley o la costumbre moral regulen los destinos del vínculo. El amor como impulso, que es la manera en cómo se puede pensar desde el psicoanálisis, nos lleva a otra forma de representarnos esta experiencia, lleva a pensar que el amor se resiste al molde de la temporalidad (lo inconsciente no tiene orden temporal) y de las configuraciones reglamentadas (en lo inconsciente hay ausencia del principio de contradicción).

El amor más allá de los tiempos, el amor como fuerza, es el luminoso relámpago de una imagen que nos captura o nos atraviesa. Es una especie de rapto que nos arroba. Como instante no depende de contextos históricos y sociales. “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”, dice el conde Vlad Tepes (Drácula) cuando cinco siglos después reencuentra la imagen de la mujer que amó.

Eros como fuerza informe fue mencionada por Freud como polimorfa y perversa. Es decir que la diversidad del amor no está dada por las múltiples ofertas que vende la red virtual contemporánea, sino que hace parte de la esencia en como Freud caracterizaba la experiencia erótica. Desde los griegos la fuerza del amor ha tomado tantas caras como las que tomaba Zeus para burlar el celo de Hera. La forma diversa del goce no es una característica contemporánea, es la forma en cómo eros se divierte, se revierte, se pervierte, desde el principio de los tiempos en que el orden social ha intentado legalizar los vínculos.

La fuerza del amor va y viene, no tiene direccionalidad por más que el entorno social así lo establezca. Julieta al darse cuenta de donde proviene el flechazo de su amor, exclama: “Mi único amor nacido de mi único odio. Demasiado pronto le vi sin conocerle y Demasiado tarde le he conocido”. El amor pone en contradicción las estructuras. La ilusión del emparejamiento y la desilusión tras el encuentro no caracteriza la experiencia contemporánea, ni es un hecho que tan solo se observa en la vida moderna.

Dice Romeo al ver a Julieta por primera vez: “¡Ah, cómo enseña a brillar a las antorchas! En el rostro de la noche es cual la joya que en la oreja de un etíope destella. No se hizo para el mundo tal belleza”.

¿Será que esta frase inmemorial dictada por un corazón atravesado por una flecha de Eros ha dejado de latir en el amor de los tiempos modernos? La pasión del amor no dejará de di-versar de forma cursi a través de los tiempos.