Marea y mareo tecnológico

Juan Vasen, psicoanalista, especialista en psiquiatría infantil

Habíamos nacido después de la guerra. Éramos la espuma que queda después de la marejada.

Erri De Luca

Llamamos subjetividad a nuestros modos de ser, a lo que creemos que somos, y a lo que hacemos con eso. Es un territorio complejo de tendencias contradictorias que muchas veces unificamos ilusoriamente bajo la sigla “uno mismo”. Y, a veces, también creemos que siempre hemos sido así, y que la gente a lo largo de la historia no se ha modificado más que como efecto del escenario geográfico que habitó. Hollywood nos ha hecho creer que entre Cleopatra y una bella e intrigante mujer actual no habría más diferencias que las de la cosmética de sus ojos.

Tampoco la crianza y la educación han sido parecidas en otras épocas. Los estilos con que las personas dan sentido a su existencia, viven, trabajan y aman han variado de modo notable a lo largo de la historia. Los conflictos, angustias y modos de resolución tienen una fuerte raigambre en la época, en la que el “humus” donde esas raíces pueden nutrirse, el piso de las prácticas que fundan esa subjetividad, no ha sido el mismo a lo largo de las diferentes épocas, tanto que podríamos decir que es el contexto el que da contextura a nuestra subjetividad. No somos siempre espuma de las mismas olas.

La familia sostenida en sus funciones por el Derecho compartió, en Occidente y durante siglos, sus prácticas formativas con la iglesia. Dios, Patria y Hogar se inscribían como los ideales. A estudiar, rezar y trabajar, entonces. Actualmente el escenario familiar ocupa un lugar decreciente en relación a otros ámbitos de socialización formales (escuela) e informales (medios masivos de comunicación).

Esa familia ha ido perdiendo progresivamente sus funciones que hacían de ella una micro-sociedad. La socialización de los niños transcurre cada vez más por fuera de la esfera doméstica. La familia deja pues de ser una institución y los padres guían cada vez menos. Se convierte así en un lugar de encuentro de vidas privadas entre quienes proveen y quienes son proveídos.

La fantasía del “hogar nido” se ha resquebrajado. Los medios invaden la cotidianeidad y ponen en evidencia las múltiples fuentes e influencias que gravitan en la crianza y la educación. Lo que, a veces, resulta abrumador. 1

Nuestra tendencia es a pensar la subjetividad en términos de linajes y familias pero sería imposible negar que las formas en que los niños de hoy nacen y crecen está fuertemente determinada por la presencia de los Medios y la tecnología de la mano del consumo, que más allá de variaciones de clase social y de acceso a bienes y servicios, está presente transversalmente en todas las sociedades de occidente.

Si tenemos en cuenta que muchas veces los hijos se parecen más a la época que a sus padres 2 entonces se hace clave considerar como la figura del ciudadano cuya lenta construcción tienen a su cargo los estados, las familias y escuelas, ha sido cada vez más arrinconada por la del consumidor cuya producción está fervientemente en manos de los medios y la publicidad. Subjetividad mediática que le dicen. 3

En un texto maravilloso Robert Jaulin considera con sutileza el impacto de los juguetes y los materiales de que están hechos en la vida de los chicos. Explica que por ejemplo el material plástico de bloques o múltiples juguetes es muy diferente que la madera con que antiguamente se hacían. La presencia de heterogeneidad en las vetas e irregularidades, la profundidad de la madera, el hecho de que establecen una cierta conexión con lo vivo le hace concluir que no es lo mismo para un chico jugar con objetos plásticos que con objetos de madera. 4 Casualidad o no los animalejos que Melanie Klein ofertaba a sus primeros pacientitos eran de madera.

En un ensayo sobre el derecho de los chicos a a jugar en las ciudades se subrayaba la diferencia entre escalar una trepadora geométricamente diseñada y homogéneamente coloreada en una plaza frente al desafío de trepar a un árbol con sus irregularidades, sus texturas y sus imprevistos.

Vayamos ahora al derecho de niños y adultos de dialogar en una mesa familiar compartida. Cualquiera puede apreciar la tensión entre la conexión centrípeta que supone el compartir la comida, la mesa y la charla y la atención centrífuga que tensa hacia el mundo cibernético y personal de cada uno de los integrantes abocados al tecleo a cuatro manos sobre sus teléfonos celulares. De un lado el diálogo (no siempre fluído) y también la endogamia. Del otro los amigos, los juegos en red, la salida a ese pedacito de mundo que es el ciber espacio.

Es difícil encontrar una perspectiva que evite por una parte una recaída nostálgica que desdeña lo enriquecedor que puede ser para nuestras vidas la presencia de los avances en las comunicaciones y el colorido escenario de las posibilidades de juego que se establecen para los chicos. Y por otra parte la utilización acrítica de dispositivos como las tablets o los videojuegos no depende únicamente de sus cualidades sino de la disposición de los adultos de delegar en estos pequeños artefactos las funciones de acompañamiento, cuidado y entretenimiento que funcionan mejor sobre soportes humanos.

En la película «Siamo tutti bene» Marcelo Mastroianni quedaba al cuidado de su pequeña nieta mientras su hija, la madre de la criatura, iba a una entrevista de trabajo. En la primer escena Marcelo tiene a su nieta en brazos mientras la bebé sonríe mirando fijamente hacia lo que luego descubrimos que es un televisor. Todo parecía funcionar armoniosamente para el abuelo hasta que el artefacto deja de funcionar. Y ante la desesperación del abuelo la bebé comienza a llorar y a reclamar a su madre sin que él pueda dar pie con alguna forma de intervención que la calme. Para sorpresa de los espectadores al poco rato la pequeña vuelve a exhibir un rostro plácido. La cámara va tomando distancia de la niña hasta que queda evidenciado que ella está mirando hipnóticamente el funcionamiento rotativo del lavarropas que el abuelo ha puesto a funcionar delante de ella en sustitución de la televisión que ya dio lo mejor de sí.
Hace muy poco tiempo hablando sobre estos temas en un programa de radio una simpática periodista y madre de una niña de cuatro años me preguntaba con cierto dejo de angustia:–»¿es que soy muy mala madre si la «enchufo» a la tablet para poder pintarme las uñas?

María Elena Walsh decía que el tiempo que se le dedica a la lectura o al relato de un cuento para un niño es tiempo donado. La joven entrevistadora estaba invirtiendo los términos deseosa de que su hija le done tiempo para ocuparse de aspectos femeninos que su condición de madre posterga. Toda una metáfora respecto del cambio de lugar de la mujer, antes pensada centralmente como madre así como el niño era pensado como producto a proteger y ciudadano del mañana.

Cuando nos encontramos con estas situaciones ocurre que solemos no tener demasiadas respuestas ni podemos idear inteligentes o brillantes intervenciones. Es que es mucho más fácil pensar el pasado en relación al cual uno puede tomar cierta distancia que estar inundados de un presente que nos desconcierta. Con la tecnología deberíamos evitar aquello de «tirar al niño junto con el agua sucia de la bañera». Síntoma no sólo de los chicos y adolescentes de hoy sino de nuestra época en la que estamos siendo formados ya no como ciudadanos obedientes sino más bien como consumidores dependientes. Una época cuyo lema según Byung Chul Han podría ser protégeme de lo que me gusta.5 Ante el desconcierto pueden tener valor unas palabras de Borges cuando refiriéndose al personaje de un cuento suyo decía:-«Vivió una época muy difícil, como todas».6

  • Vasen,J: ¿Post-Mocositos? Lugar Bs As. 2000
  • Vasen,J: Los chicos se parecen a la época más que a sus propios padres. Diario La Nación 02/06/2010
  • Corea,C y Lewkowicz,I: ¿Se acabó la infancia? Lumen. Bs. As. 1999
  • Jaulin, R: Juegos y Juguetes. Ensayos de etnotecnología. Siglo XXI Mexico 1995
  • Byung Chul Han: Psicopolítica. Herder. Bs As 2014