Mentira, fantasía y fantaseo

Por Dra. Claudia Lucía Borensztejn, Psicoanalista, con especialización en Niños y Adolescentes, miembro didacta de la APA.

En 1913 en un texto corto llamado «Dos mentiras infantiles» Freud cuenta dos historias de niñas que tienen en común una relación de amor y luego de despecho por su padre. Ambas historias contienen por parte de ellas el uso de pequeñas mentiras con propósitos diversos, uno el temor, otro la admiración.

La forma dura en que estas mentiras son tratadas o castigadas por el padre o autoridad han sido de consecuencias nefastas para el resto de sus vidas.

Es evidente que por un largo periodo de la infancia las mentiras de los niños son consideradas como parte de su mundo de fantasía de modo que fantasear y mentir son actividades enlazadas de la mente. El niño juega, fantasea, miente. Es Superman y muchas veces los padres le dicen a este superman que está su comida en la mesa.

Es alrededor de los 6 años, ya en etapa de adquisición de la lectoescritura, que el niño es consciente de estar mintiendo, fantaseando o diciendo la verdad. El ya puede escribir su propio libreto. Si es criado en un mundo en el que la falsedad es moneda corriente aprenderá a mentir para sobrevivir.

El contexto de 1913, era de hipermoralidad social, la sanción por la mentira era la inhibición en el desarrollo personal; el contexto de 2016 es de pseudomoralidad social, no hay sanción por la mentira y su falta de uso conduce a la falta de éxito social.

Según Ferrater Mora el vocablo verdad se usa en dos sentidos, para referirse a una proposición y para referirse a una realidad. Estas dos concepciones se desarrollan en la historia de la filosofía anudándose y separándose según escuelas y autores, ambas ideas tematizadas largamente en esta disciplina.

En psicoanálisis también se ha prestado mucha atención a esto. Se ha tomado la realidad como realidad de hechos, cognoscibles o no (histórica y material) y verdad como discursiva, proposicional o emocional. Esta es mi verdad. Mi verdad puede ser mi creencia. Incluso -¿y por qué no?- mi teoría de la curación, del tratamiento.

Fantasía y realidad es una de las oposiciones significativas. El psicoanálisis a diferencia de la psiquiatría (sin desmerecer a ninguno) no se obsesiona tanto por discriminaciones psicopatológicas. Una persona fantasea, ve OVNIS, los describe, es su relato más querido. ¿Miente? ¿Fantasea? ¿Imagina? ¿Cree?

Eso no interfiere con su vida, durante la cual trabaja, gana su sustento, es buen actor, escribe poesía, es amigo querido.

Hace un tiempo me consultaron por una jovencita que veía fantasmas. Una psiquiatra diagnosticó un cuadro psicótico y propuso medicación. La joven se opuso… en mi contacto con ella, tuve la sensación de estar ante alguien que había construido un sistema de defensa (Tesone, Revista de Psicoanálisis, 2015). En el trabajo mencionado el autor cita a Piera Aulagnier, quien sostiene que el descubrimiento de que el discurso puede decir la verdad o la mentira, es para el niño tan esencial como el descubrimiento de la diferencia de sexos.

La fantasía era su reservorio de creatividad. En eso también hay que apelar a la importante discriminación que hace Winnicott entre fantasía y fantaseo siendo este último un elemento patológico del orden del pensamiento obsesivo. Fantasía y Fantaseo cumplen su función diferenciada en el psiquismo según la cantidad y el tipo de energía psíquica que consume para la realización de una actividad mental que se dirige al crecimiento (pulsión de vida) o hacia la involución (pulsión de muerte).

Un niño tiene un amigo imaginario. No es solo saber hasta cuando lo mantiene vivo, sino en qué momento este amigo pasa a ser parte de su mundo íntimo y privado como su preciado alter ego que lo sostiene en los momentos de soledad y duda tanto como lo apoya para la realización más acabada de su sí mismo. A esto último nos dedicamos los psicoanalistas: a construir en el mundo interno el mejor de los amigos.

Strachey, Two lies told by children, 1913.