El amor fanatizado

Liliana Denicola, APA

Una clase de amor basado en relaciones de poder entre sus protagonistas, es aquel que revistiendo un carácter apasionado, se intensifica con un acendrado fanatismo.

Uno de los actores en este tipo de vínculo se convierte en fan de un otro, con una adhesión incondicional, ciega en el ejercicio de su amor, pleno de certidumbres que le hacen perder el sentido crítico, perturbado el principio de realidad. Es un amor alterado por la excesiva pasión que encadena al sujeto a otro, a quien se le otorga poder omnímodo.

Por otro lado, la consecuencia de ser o tener el poder conlleva al dominio o posesión y su ejercicio siempre entraña a un otro, pues es difícil pensar el poder ejercido en soledad.

En el estudio de las conductas de las masas observamos algo de este amor fanatizado hacia el líder. Al líder se lo ama, se lo inviste de poder y ya sea que este poder fuese atribuido, sustraído o abusado, produce fascinación, por ello es que los regímenes más absolutos utilizan escenografías, palabras e insignias grandilocuentes que señalan el poder. La masa ama a su líder, fascinada por la convicción de que allí se halla el poder.

También adoramos a los bebes, los hacemos nuestros dictadores y creemos que a través de ellos recuperamos un estado ideal perdido. La existencia de un poderoso nos restaña heridas y sostiene la esperanza de lograr lo perdido. Soportamos humillaciones con la promesa de constituirnos en ese ideal.

El enamorado se fanatiza por su objeto y así lo eleva a la condición de Ideal. Podemos decir que no sólo es el objeto el que engendra fanatizados, sino que también el fanático constituye, con la sobrevaloración del objeto, a veces hasta fetichizarlo, alguien capaz de ejercer un poder despótico.

Observamos entonces la constitución de parejas en la que uno de ellos es el fan, un fanático del otro. A la pasión ciega, propia de cualquier primera etapa de enamoramiento, este tipo de amor le otorga perduración e incondicionalidad. Su único fin será el goce del Único.

Creemos reconocer este tipo de amor, incondicional y absoluto, en la relación del niño pequeño por su primer objeto de amor. El niñito es uno de los más entusiastas fan que tiene la mamá y quizás sea este resarcimiento narcisista uno de los motores que impulsan la maternidad.

Pero el fan puede generar tiranos, déspotas ante el que no queda otro camino que la sumisión hasta el extremo de la humillación.

El psicoanálisis nos enseña que si bien este fanatismo conlleva sometimientos también produce sus beneficios al fanatizado. Lo observamos en el amor profesado por un ídolo, el que puede dar sentido a una existencia con la cálida sensación de pertenencia en los lazos compartidos. Convertirse en fan puede dar sentido a una vida.

Además existe el placer de estar cerca del poderoso, pues es quien posee los atributos del ideal. Algo de su luz llega a iluminar y se produce entonces un sentimiento de satisfacción consigo mismo.

La existencia del poder responde a la necesidad del hombre de que alguien sea el poder o lo tenga, para lograr cobijarse en su cercanía o desde una situación de asimetría experimentar el deseo de poseerlo. La fuente de tal necesidad se halla en la percepción de su propia debilidad, por lo que el hombre desea pensar que hay alguien en algún lugar que elude el destino de castración, en última instancia que vence a la muerte. Construye imaginariamente padres omnipotentes, o se erige en amo absoluto con la meta de desmentir los indicios de debilidad.

Estos amores fanatizados encierran beneficios y resignaciones. El objeto que se inviste de esta clase de amor suele convertirse en déspota que exige sumisión, servidumbre. Quizás de esta pareja tan particular donde entra a jugar el amor fanatizado el más dependiente es el líder, déspota o amo ya que sin su fan su brillo se hace trizas, cae. Mientras que el amor del fan puede ir en búsqueda de otro que lo deslumbre. Sólo la muerte le da al amo la posibilidad de perdurar y prueba de ello son los ritos de homenaje que trascienden durante largo tiempo, más allá de la muerte del ídolo.

El amor fanatizado es solidario al masoquismo denominado femenino y que se halla más allá de la diferencia de género.

El amo es consciente de la importancia que reviste tanto la mirada como la voz para el juego del poder No se contenta con ver al objeto, exige una mirada para mostrar su encanto, y así interviene la condición de sugestión. En el ser mirado la función de ver vuelve activas las miradas.

La existencia de los poderosos son causa y sostén de deseo. El líder de poder absoluto aprovechará esta tendencia, y bajo la adulación de la masa ejercerá su poder teniendo como instrumento la sugestión.

La voz del amo puede resultar dominante, y en especial, cuanto menos ubicable sea.

En latín obedecer contiene al vocablo audire, de manera que la voz de mando que ordena, llega por vía auditiva. La voz y la mirada se convierten entonces en instrumentos a través de los que se ejerce el poder y se genera lo fanatizado del amor. La voz sin encarnación trae consigo algo siniestro que al no poder localizarse adquiere omnipotencia, al igual de lo inquietante que es el ser visto y no ubicar de dónde proviene la mirada. La mirada y el oído sin aberturas nos remite a aquello del Dios que todo lo ve, todo lo oye y con ello nos domina.