¡Vayan para adentro!

Marcelo Toyos, APA

Cuando llegaba la hora de dejar los juegos de la calle, la voz de mi abuela repetía siempre esta consigna que quería ser imperativa, pero que el correr del tiempo y el ensayo-error de nuestra desobediencia había devaluado considerablemente. Mi hermano y yo sabíamos que ella era portavoz de mi madre que generalmente llegaba más temprano de su trabajo. Ambos teníamos muy claro también que la llegada de nuestra madre era el anticipo del retorno de nuestro padre, quien representaba la opacidad, lo inapelable de una palabra que dice lo que dice.

Está claro que la calle de esa época –para el que quiera hacer cuentas basta que le diga que estoy en el llamado “grupo de riesgo”– era nuestro espacio de juegos, un territorio de encuentro con aventuras y riesgos controlados. Hace ya tiempo que esa calle desapareció del territorio que habitamos, nuestros hijos no la han conocido. La calle se ha vuelto “insegura” hace décadas, pero nunca hemos experimentado una inseguridad como la que respiramos en esta última semana, el peligro del mismísimo aire que puede transportar al agresor a nuestros alvéolos pulmonares.

En ocasión de estudiar las causas del poder del hipnotizador, después de considerar aquellas razones psicoanalíticas que resultaban menos extrañas a la ciencia de su época, Freud dejó para el final una observación que le había acercado su discípulo Ferenczi, acaso por temer un rechazo todavía mayor del ambiente académico. El joven Sándor proponía que el poder de amo de quien podía sumir en el sueño hipnótico a un semejante provenía de una determinada representación inconsciente que operaba en éste: la de su propio padre, en particular su voz, que ordenada cada noche “¡A dormir!”.

Hace menos de 20 días que la OMS ha declarado que la aparición de un virus desconocido, mutante, ha desencadenado una pandemia. Todo hace pensar que en nuestro país hemos reaccionado muy a tiempo. Así estamos aceptando una serie de importantes limitaciones al desplazamiento de nuestros cuerpos e incorporando una serie de medidas inusuales de higiene y prevención cuando los números aún nos son propicios. Cada cual, dentro de sus posibilidades, con internet o sin ella (no olvidemos que hay una considerable brecha digital), está siendo atravesado por discursos de diversa procedencia y validez, que comunican saberes sobre lo que está pasando. Estas hipótesis más o menos científicas hacen las veces del principio activo de una vacuna –que no es la que se fabricará a su tiempo contra el Covid 19– que trata de inmunizarnos en nuestras conductas, en nuestros hábitos y en nuestras relaciones con los semejantes. Pero como en todo remedio ocurre con el principio activo, esta profusión de información es vehiculizada en un solvente, en una suspensión que la conduce y le otorga eficacia: el miedo.

La palabra que aceptamos todavía a regañadientes en nuestra sociedad, la que nos manda adentro de nuestras casas, es la del Padre que no ordena dormir en este caso sino, al contrario, estar “alertas y vigilantes” como dijo el Presidente de la Nación. No es casual la valoración que se hace hoy del primer mandatario argentino, porque si de la restitución de un lugar consistente para un Padre se trata en este mundo atribulado por un virus, ese lugar es el de las figuras políticas que lo encarnan. Pero la acción de esas figuras, la que nos impone hoy la “cuarentena” que nos recuerda las pestes del pasado, no puede prescindir de nuestro miedo. Y eventualmente del castigo. Esa función del Estado, que es la de “Vigilar y castigar” según Foucault, es la que retorna de manera inédita entre nosotros tan escaldados por la experiencia de la dictadura militar.

¿Podrán nuestros políticos, los que hemos elegido y que están mostrando su decisión de responder a este poder que les delegamos, ejercerlo con la prudencia y la firmeza que es necesaria para que la pandemia no se vuelva pandemónium?

¿Podremos nosotros aceptar esta autoridad que nos impone restricciones a nuestra ilusoria libertad, dejarnos conducir, deponer nuestras rebeldías más o menos justificadas? ¿Podremos soportar su lado oscuro, ese lado oscuro al que nos referimos y que Lacan en la página 768 de un escrito del año 1960 proponía como inherente a lo oracular, lo admonitorio de la voz del Amo moderno?

Esta reactivación de la función oracular, que los psicoanalistas debemos saber ejercer de acuerdo a una ética propia de nuestra disciplina, es la que hace que depositemos confianza en la palabra del Otro. Dice el oráculo: “si no nos quedamos en casa, si no nos lavamos adecuadamente las manos, si no respetamos estas paradójicas condiciones de aislamiento que nos separan y nos unen a la vez al semejante… entonces lo peor va a ocurrir”. Está en la línea de la advertencia de mi abuela “ya vas a ver cuando venga tu padre”, pero con otros fundamentos.

Entre estos fundamentos los que provienen del saber médico son los privilegiados en nuestra lucha contra el coronavirus, aunque no son los únicos. Hay fundamentos matemáticos y estadísticos que son los que utiliza la epidemiología. Si como muchos piensan estas calamidades que azotan a la humanidad de un tiempo a esta parte, más precisamente desde la última posguerra, pueden pensarse como un retorno del Dios que Nietszche dio por muerto en los albores del siglo pasado, hace rato ya que estamos conviviendo con el Dios-Dato. Los datos permiten hacer cálculos y los cálculos nos dan la sensación de poder anticipar el futuro. Pero, como decía ya el maestro Freud, ese saber no nos hace más felices. Incluso nos asusta más.

¿Nos es eso lo que nos sucede cuando escuchamos las cifras que proyectan número de infectados, número de enfermos, número de muertos?

Adrian Paenza, matemático prestigioso y gran comunicador, se refería a esta falla del Dios-Dato en una entrevista reciente: “Nosotros hacemos cálculos, pero no sabemos quién está infectado…Yo mismo no sé si estoy infectado”. Esta brecha entre lo que se sabe y lo que no se sabe es la que explica el paradójico talante que exhibe Slavov Žižek en una nota publicada en el portal de Russia Today. Al referirse al panorama mundial que podemos esperar cuando la pandemia pase, oscila entre lo que denomina un “barbarismo con rostro humano”, donde la muerte masiva de adultos mayores entronizaría la “supervivencia del más fuerte”, y una salida humanista que llama “socialismo para ricos”, un mundo más solidario para aquellos que puedan soportarlo.

No nos deberíamos asombrar tanto de esta oscilación de Žižek, el mismo término “pandemia” tiene una historia equívoca. Cuenta Plutarco en el tercero de sus “Diálogos Píticos” que se le ordenó a Tamus dar al mundo la noticia de la muerte del dios Pan. “El gran Pan ha muerto” se transformó en la marca registrada del anuncio de un cambio de época, en la versión de este dios como ordenador del Cosmos y no como el sátiro concupiscente e irritable que todos conocemos. Pareciera ser que la muerte del dios Pan da lugar al retorno del sátiro, a las consecuencias de su venganza. Y a la promesa de un nuevo orden (JA Miller, 2002).

En fin, si queremos ser optimistas, y nada nos debería impedir serlo, buenos ejemplos de conducción política y reinvenciones de nuestros lazos sociales deberán ocurrir mientras esperamos la vacuna.

Nestor Marcelo Toyos

Nestor Marcelo Toyos