Venganza y sujeción al Otro

Isabel Dujovne (APA)

La venganza, tema tan antiguo como la humanidad, transitado desde Medea a Hamlet, desde la Grecia clásica al cine de Tarantino, nos llama a pensar hoy a partir de nuestra historia reciente: la memoria y los muertos sin sepultura.

El psicoanálisis nos convoca como sujetos trágicos al poner en juego la tensión existente entre el héroe y una palabra oracular a la que este obedece. Pero a diferencia de la tragedia clásica en la que los oscuros designios de los dioses llevan a la consumación del destino del héroe, el psicoanálisis está más próximo a la tragedia isabelina en la que el conflicto ocurre en el interior del alma atormentada de un sujeto. En Hamlet el héroe ya no es un ciego objeto del destino sino que es un sujeto que duda, pregunta y cuestiona.

La tragedia de Shakespeare –por eso se presta a tantas lecturas– nos muestra los deseos reprimidos de los que sólo sabemos por sus efectos. En este sentido, no sólo ilumina sobre la persistencia del mito en la estructura sino que además pone en primer plano la aparición de los deseos inconscientes en los sueños y en la vida de vigilia. Nos muestra así la relación del sujeto al deseo, como deseo del Otro. Un Otro distante y ajeno necesario como condición de posibilidad de la castración simbólica y del nacimiento del deseo.

Freud lee a Hamlet desde el Complejo de Edipo y tanto Jones como Lacan en sus lecturas se explayan sobre las dificultades del príncipe en llevar adelante la venganza, matar a Claudio asesino del rey y cumplir así con el mandato paterno. Leído en términos del Edipo clásico (mamá, papa, niño), matar a Claudio sería satisfacer sus propios deseos de matar al padre (o sustituto) y quedarse con la madre. Hamlet no puede ejecutar la venganza tal como se lo ordena el fantasma y al mismo tiempo teme desobedecer el mandato paterno. Queda atrapado entonces en la inacción y la duda neurótica. Tampoco puede amar a Ofelia porque su deseo está enredado en la trampa edípica.

Recordemos que Hamlet es un joven príncipe que estudió en Wittemberg, una universidad moderna, con un pensamiento político renacentista basada en códigos y leyes. Vuelve a Dinamarca para los funerales de su padre, el amado rey Hamlet, un rey que no vaciló en matar a su par de Noruega para hacerse del trono como correspondía a las costumbres guerreras de una cultura medieval vikinga. Ese anacronismo tanto moral como cultural entre los siglos XII y XVI en el interior de la trama refuerza uno de los conflictos de la obra.

En la escena V del primer acto de la obra ocurre el siguiente diálogo:

–Hamlet: Habla estoy obligado a escucharte
–Fantasma: También lo estarás a vengarte cuando escuches.
(…) debes vengar su abominable y monstruoso asesinato

–Hamlet: ¿Olvidarte?
Nunca, pobre fantasma mientras haya memoria
en mi perturbada cabeza. ¿Olvidarte?
Más bien, de las páginas de mi memoria borraré
todo tonto recuerdo, los dichos de los libros, los dibujos,
las impresiones que mi juventud y observación
grabaron en ellas, y únicamente tu mandato vivirá
en el libro de mi mente, sin mezcla de materia más baja

Se trata de un padre que aunque muerto en la realidad, tiene presencia real en la figura del fantasma. Una voz que profiere un “debes” en la que reconocemos el mandato inapelable del superyó. Ante el cual Hamlet en posición de hijo sólo puede responder: obedezco. Obedece a una voz que lo lleva a borrar todo lo existente en el libro de su mente que queda arrasado por el fantasma.

Al mismo tiempo, Hamlet duda: ¿El fantasma es realmente su padre? ¿Cómo comprobar si lo que dice sobre su asesinato es cierto? ¿Cómo saber si su perturbada mente no lo engaña? Hamlet vacila pero busca la verdad para hacer justicia. Sabemos que aparece como loco, y queda abierto a interpretaciones si está loco o simula estarlo. Ofelia, que parecía ser su amor queda también envuelta en esa simulación. En su búsqueda de la verdad hace representar la conocida “escena sobre la escena” que pone en evidencia a Claudio ante toda la corte. Luego hay un encuentro violento de Hamlet con la reina en su aposento. Durante su transcurso algo se mueve detrás de un cortinado y Hamlet, creyendo que se trata de Claudio, no vacila y lo atraviesa con su espada. A quien mata es a Polonio. Tras la muerte de su padre Ofelia enloquece y se suicida.

Hamlet parte a Inglaterra, acompañado por Rosencrantz y Guildenstern quienes portan un escrito de Claudio que ordena su ejecución al llegar a destino. El barco que lo lleva es asaltado por piratas y Hamlet descubre la traición y logra volver a Dinamarca. Retomaremos este episodio cuando Hamlet lo relata a Horacio, su fiel amigo.

En el Acto V, escena 1, están enterrando a Ofelia. Hamlet se entera en ese momento de su muerte y salta dentro de la tumba, en la que ella es llorada por Laertes. Hamlet inundado por la pena dice:

…Soy yo, Hamlet el danés
Yo amaba a Ofelia. Cuarenta mil hermanos,
sumando todo su amor, no podrían igualar
el mío. (…)

Aquí señala Lacan, el deseo encuentra su salida. Hay un duelo más radical en el que perder el objeto toca algo de la propia muerte. El objeto Ofelia, antes rechazado ahora es imposible. Hay una concomitancia entre el encuentro con su deseo en el amor a Ofelia que acaba de perder y la asunción de su condición de rey de Dinamarca. En la escena 2, Hamlet relata como descubre que va en dirección a la muerte por orden de Claudio y no duda, sino que actúa. Cambia la orden de Claudio por otra en la que Hamlet el danés se asume como rey haciendo uso del sello de su padre.

Hasta en eso me dio una mano el cielo.
En mi bolso llevaba el anillo de mi padre
modelo del sello real de Dinamarca.
Plegué mi escrito, lo firmé, le puse el sello,
y con él reemplacé al que me había llevado.
Nadie hubiera podido notar la diferencia.
Al otro día nos topamos con un barco pirata,
y ya sabes lo que pasó.

Hay un encuentro afortunado, con el anillo del rey, su padre, que lo habilita a actuar en defensa de su propia vida. Si Hamlet puede decidir actuar en nombre del rey, ya no se trata de la orden enunciada como “debes” y la respuesta “obedezco”. Hamlet, el danés se ubica como heredero de la corona dejada vacante por un padre muerto. Lo que pasó de un lugar a otro junto con el anillo es el título de Rey de Dinamarca. Pasaje de un padre no muerto que como fantasma ordena obedecer, a un hijo que puede habilitarse a ocupar el reinado en el lugar del padre muerto. Un objeto (el anillo con el sello real de Dinamarca) porta el símbolo de la transmisión. ¿Qué ocurrió con el mandato paterno de continuar con la cadena de venganzas?

En nuestro país hubo 30.000 desaparecidos. Se calcula que podría haber decenas de miles de potenciales Hamlets pidiendo venganza por sus padres asesinados. Llama la atención que no hubo un solo caso de venganza por mano propia en todos estos años. Eso genera preguntas.

¿Cómo se posiciona un sujeto ante el dilema ético de ajustarse a la ley y a sus tiempos, hacer justicia por mano propia, identificarse o no con la posición de lucha de los padres, borrar la memoria e identificarse con el agresor? Las respuestas desde la subjetividad no pueden ser unívocas.

Si Hamlet duda le daremos muerte1 es el título de un libro editado por Julián Axat y Juan Aiub quienes en su escrito de presentación: “Ser o no ser (Hamlet)” dicen que la cuestión se juega entre sobrellevar la angustia de las influencias o encontrar una forma de liberarse de ellas mediante el encuentro de una estética propia. Una estética (se trata de una antología poética) que permita escapar de la tradición como modo de hallar la propia impronta para decir el mundo.

Emiliano Bustos hijo del poeta desaparecido Miguel Angel Bustos dice:

“Sabemos que la historia de Hamlet es dura. (…) Asesinaron a su padre. Los asesinos y los traidores y todos los que ocultan la verdad andan por ahí, sin culpa, funcionando en el reino, pero Hamlet duda. Sabemos que cualquier gran sistema de poder puede funcionar entre asesinos y víctimas, pero Hamlet, siendo parte, duda. Construye –justicia, verdad, venganza– dudando. Y la memoria le funciona siempre, implacable. Entre el poder y la memoria se inclina por la memoria, por la venganza de la memoria. (…) Como Hamlet todas las generaciones de poetas han tenido sus fantasmas y sus padres. (…) el tiempo pasado entre fantasmas puede volverse demasiado real. Y entonces hay que dejar la duda, desmalezar, avanzar y largar peso. Pero largar peso no es perder historia”.

La lógica de la venganza no le permite a Hamlet establecer una diferencia con su padre. ¿Qué papel tiene la duda? Emiliano Bustos propone la duda como uno de los caminos para construir justicia, verdad y memoria.

El psicoanálisis en sus clásicas lecturas de Hamlet, identificó la duda a la procastinación obsesiva. Hamlet no podía actuar porque se identificaba con Claudio. Esa es una manera de leer el Edipo: amor a la madre, deseo de muerte del padre, culpa. Lectura posible pero no la única. Lacan nos enseñó que el “deseo de muerte del padre” no es lo mismo que querer que el padre de la realidad esté muerto. Se trata de un hecho de estructura que está en la base misma del deseo inconsciente. En términos estructurales un padre muerto es un padre barrado, pero no impotente en relación a su función.

Si la función de trasmisión opera, un padre permite escapar a la identidad porque apunta a la construcción de la diferencia. Todo análisis que produce algún efecto implica la puesta en cuestión de un padre sin fisuras y el vaciamiento de una larga cadena de identificaciones. La escucha analítica lee el texto del analizante para apuntar a la caída de las certezas y las identificaciones cristalizadas en el saber.

La duda entonces puede no ser un síntoma neurótico sino la puesta en cuestión de los valores establecidos. Porque la puesta en duda, como el decir en transferencia hace caer las certezas del saber y los mandatos del superyó.

Propongo pensar la duda por fuera de las categorías psicopatológicas de la neurosis; pensar la duda de Hamlet como una operación cartesiana de vaciamiento de todo conocimiento que lo lleva a afirmarse en Soy Hamlet el danés. Una afirmación que no es mero reflejo de identificaciones imaginarias, sino efecto de un acto que puede ser leído como un cambio en la posición subjetiva del protagonista.

Notas

  1. Si Hamlet duda le daremos muerte. Antología de poesía salvaje. Ed La talita dorada. Buenos Aires 2010.