Mentira, poder y psicoanálisis

Lic. Daniel Kantor

SPP – Sociedad Peruana de Psicoanálisis

En un artículo titulado “Who Can Catch a Liar” (1993) Paul Ekman y Maureen O’Sullivan de la Universidad San Francisco dan cuenta de que los así llamados, profesionales de la salud mental, carecemos de la capacidad para reconocer cuando nos dicen una mentira. Aunque posiblemente esto sorprenda a algunos de nosotros, lo que sin duda no es sorpresa, es que según el estudio los agentes policiales son el grupo profesional que mejor distingue a un mentiroso. Ahora, quizá este hallazgo no diga mucho sobre nuestras aptitudes y competencias profesionales, ya que a diferencia de los agentes de seguridad, a nosotros no nos entrenan para distinguir entre verdad y mentira. Acaso, porque desde una perspectiva psicoanalítica no existe tal distinción, por definición, todo lo que decimos es siempre verdad y mentira.

Freud profesaba que solo conocemos lo inconsciente a través de sus derivados. El modelo del sueño nos enseña que el contenido manifiesto, en tanto formación de compromiso, es en sí siempre una desfiguración de un contenido reprimido. Por lo tanto, los contenidos conscientes siempre son falsedades y, a la vez, encierran o dan cuenta de una verdad. Es precisamente por esto que, no es el sueño en sí lo que constituye la vía regia al inconsciente, sino la interpretación del sueño (Freud, 1900).

Freud pone en tensión las nociones de verdad y mentira a lo largo de su obra. Décadas después, sigue desarrollando el tema cuando escribe que el yo es, ante todo, un oportunista y un mentiroso, viéndose obligado por su ubicación entre el ello y la realidad a comportarse como lo haría un político, que a pesar de ver la verdad, opta por hacer lo que sea que le garantice la simpatía del público (1923, P.206).

Ahora, creo que es fundamental entender que si bien el yo miente en el modelo freudiano, lo hace sin saber que lo está haciendo. El estatuto de realidad que Freud le confiere a la fantasía inconsciente conlleva que en nuestra experiencia subjetiva nos creamos nuestras ficciones. Cuando recordamos eventos o narramos nuestras historias creemos que se dieron tal como las imaginamos, es decir, que nuestra recolección es una copia fidedigna de lo sucedido, nos es difícil, si es que no imposible, reconocer que nuestros recuerdos están en un estado continuo de transformación, apres-coup.

Por su lado, y en la línea planteada, el auge del Conexionismo en las ciencias cognitivas ha llevado a un reconocimiento que los procesos relacionados con la memoria han sido representados erróneamente como procesos de recuperación de memorias fijas y codificadas, cuando en realidad la investigación neurológica sugiere que estos procesos se asemejan más a una reconstrucción continua que transforma los contenidos del recuerdo en cuanto son evocados (Shannon, 1992). Los recuerdos no están guardados en un armario (o en el inconsciente), sino que tan solo existen cuando son activados, consciente o inconscientemente.

Más allá de la difícil y a veces tirante relación que establecemos con disciplinas afines al psicoanálisis, lo que podemos rescatar de estos hallazgos es el re-conocimiento de una vieja verdad psicoanalítica. El objeto del psicoanálisis no es el pasado histórico vivido por el paciente, sino el pasado re-construido, o más bien construido en el análisis (Freud, 1938).

La cuestión del poder, en este contexto, está ubicada en la actitud que toma el analista en relación a las comunicaciones de su paciente, sean estas conscientes o inconscientes. Utilizo el término poder en su sentido más amplio, como la capacidad de influir en la experiencia de los demás; en consecuencia, el poder debe ser entendido como un aspecto normal y estructurante de las relaciones humanas, incluyendo la relación analítica (Kantor, 2016).

El analista tiene siempre la responsabilidad ética de reconocer que su posición le confiere poder en relación a su paciente, no solo porque el paciente doliente se pone en las manos de su analista, sino, como nos enseña Freud, en la medida que existe un signo positivo que reviste al analista con autoridad y que transforma sus explicaciones en creencias para el paciente (Freud, 1933). Ahora sí, podemos hablar de Verdad, con ‘v’ mayúscula. Para el paciente, lo que dice el analista es siempre una Verdad. Es aquí donde la actitud del psicoanalista frente a las comunicaciones de su paciente es fundamental.

Sabemos en nuestra experiencia en tanto pacientes, y psicoanalistas (en formación), que uno de los aspectos más importantes del proceso analítico se encuentra en la posibilidad que el psicoanálisis brinda para reescribir nuestra historia personal. Uno entra al análisis con una versión de uno mismo y una historia que va transformándose a lo largo del proceso, acaso será ésta una manera de entender la cura psicoanalítica. Es por lo tanto, responsabilidad ética del analista permitir que esta importante transformación se pueda dar. Para esto el analista debe sostener una delicada tensión entre ‘creerle y no creerle’ a su paciente, ya que el validar la historia que el paciente relata, conlleva el riesgo de conferirle el estatuto de Verdad y al hacerlo, fijaría una versión de la historia, imposibilitando así su transformación, que es a su vez, la transformación de la subjetividad del paciente. En resumen, quizá todo analista debería llevar consigo las sabias palabras de mi querida abuela, “todo es verdad y todo es mentira”.

Referencias bibliográficas

  1. Ekman, P. (1991). Who Can Catch a Liar? Amer. Psychologist, 46: 913-920.
  2. Freud, S. (1900). La interpretación de los sueños. OC 4. Buenos Aires: Amorrortu.
  3. Freud, S. (1923). El Yo y el Ello. OC 19. Buenos Aires: Amorrortu.
  4. Freud, S. (1937). Construcciones en psicoanálisis. OC 23. Buenos Aires: Amorrortu.
  5. Kantor, D (2016) El poder en la relación analítica y su posible mal uso. Trabajo presentado en Pre-Congreso OCAL 2016. Cartagena, Colombia.
  6. Shanon B (1992). Are connectionist models cognitive? Psychoanal. Psychol. 5: 235-55.