Teoría de la técnica psicoanalítica y adolescencia temprana
Dr. Alberto S. Ekboir, APA
El objeto del presente artículo es compartir con el lector una forma determinada de intervención en el psicoanálisis de adolescentes tempranos, con especial referencia a los que presentan déficits en la mentalización.
A menudo, el análisis de adolescentes tempranos puede ser difícil porque el material asociativo suele ser pobre o limitado dada cierta dificultad para organizar el pensamiento y expresarlo coherentemente.
Hay, además, un incremento del interés por situaciones novedosas y del pasaje al acto con la consiguiente pérdida de disponibilidad para la reflexión, lo que dificulta el procesamiento emocional.
Gradualmente, el adolescente se aleja de las figuras parentales y se acerca a su grupo de pares, creando frecuentemente un lenguaje o una cultura propia. Este movimiento es oscilatorio y simultáneamente pueden verse manifestaciones de madurez que anticipan signos de adolescencia tardíos junto a regresiones importantes, características de la infancia, todavía cercana.
En general, varios autores psicoanalíticos han señalado la importancia de la represión como intento de defenderse del incremento pulsional tanto genital como pregenital y el impacto y el duelo por el cuerpo infantil en proceso de cambio.
Junto a ello, se propone que en el adolescente temprano se da, como correlación de los cambios biológicos subyacentes, un cambio cualitativo y cuantitativo de la actividad mental, por lo menos en relación a la latencia. Como consecuencia, y por decirlo de un modo metafórico, tenemos un potente auto deportivo junto a un conductor que todavía no sabe manejar. Así, en el púber podemos encontrar actuaciones en los que encontramos satisfacciones directas e inmediatas con una relativa pobreza en la evaluación de las consecuencias a futuro y con pobres estrategias anticipatorias.
En efecto, a medida que el púber crece y va adquiriendo experiencias, propias y ajenas, se van desplegando, de manera variable, un conjunto de procesos inhibitorios propios del pensamiento que permiten postergar una satisfacción inmediata y obtener una satisfacción mayor o mejor a tiempo futuro, incluyendo la renuncia a la satisfacción de un deseo o un impulso.
Esos procesos se constituyen sobre la confluencia entre las identificaciones y la experiencia que a su vez los regula y sofistica.
En ese sentido, un aspecto significativo del trabajo analítico se da en la constitución del campo transferencial ampliado, es decir, analista, paciente y ambiente sostenedor, que permita tanto la incorporación de experiencia vital como la organización de procesos de pensamiento que facilitan procesar dicha experiencia. Esto implica, en parte, una reorganización yoica que posibilita sostener los aspectos benignos del superyó al mismo tiempo que alivia los persecutorios y que permita ir construyendo un ideal de yo viable.
Quisiera dar un ejemplo clínico a los fines ilustrativos. Dejo expresamente aclarado que el ejemplo es ficticio pero no falso. Por cierto, es representativo de los adolescentes actuales que yo atiendo y de mi forma de pensar.
Juan Cruz tenía catorce años cumplidos recientemente. Era un muchacho alto y flaco, malhumorado y retraído que no disimulaba su fastidio por ser enviado a un psicoanalista. El motivo de consulta era la dificultad para llegar a un rendimiento escolar aceptable y la convivencia tormentosa con la madre con quien vivía. Por años había tenido dificultades escolares y había pasado por varios tratamientos psicoterapéuticos y psicopedagógicos de distinta orientación con suerte variada.
Los padres se habían separado cuando él tenía seis años. Juan Cruz tenía una hermana tres años mayor con quien tenía una relación conflictiva.
La madre era una mujer llamativamente bonita, inteligente pero muy ansiosa, muy dedicada a los hijos. Era una profesional con dificultades para insertarse laboralmente, por lo que requería auxilio económico del padre de los chicos, lo que incrementaba el nivel de conflicto familiar.
El padre, empresario muy exitoso, era alto, distante y serio con una marcada arrogancia. Era un hombre de acción, poco reflexivo y nada empático aunque intentaba mantenerse cerca de los hijos.
En alguna sesión, Juan recordaría que su padre, mientras manejaba en una ruta en la que había neblina, si tenía que circular lentamente porque tenía un camión delante, se impacientaba y sobrepasaba a alta velocidad al camión, sin saber con qué se encontraría al efectuar semejante maniobra. Esto generaba en el muchacho un alto nivel de confusión, producto de la mezcla de terror y admiración: “hay que estar loco, ni yo ni nada le importa…”, “hay que ser macho y no un cagón…”.
Al muy poco tiempo de empezar el tratamiento, Juan Cruz sería internado de urgencia por un coma alcohólico agudo, lo que lo asustó mucho y facilitó la aceptación provisoria tanto de mí como del tratamiento, dado que lo visité inmediatamente en la clínica y allí comenzó el aspecto amistoso de la relación conmigo.
A los pocos días de su alta, la madre me llamó para contar un episodio violento, por lo menos verbalmente. Mientras estaba en el country del padre, siendo la madrugada y habiéndose quedado solo luego de juntarse con otros chicos, va a la casa de uno de ellos y comienza a tirar piedras a una de las ventanas del dormitorio donde uno de los amigos dormía para despertarlo. En la casa se alarman y llaman a la guardia y de repente, Juan se ve rodeado por la guardia de seguridad del country. Lo llevan a la casa del padre, donde éste le hace un escándalo y lo castiga.
Entra a sesión, distante, silencioso y francamente hosco.
-P: (en silencio)
-T: ¡Que lío este fin de semana!
-P: ¿Vos sabés?
-T: Sí, tu mamá me contó… (Le relato lo que me contó la madre)
-P: Sí, que lío… ¡Y mi viejo se puso loco…!
-T: Una pregunta (y no es una crítica) ¿Qué pensaste cuando tirabas las piedras a la casa de tu amigo?
-P: La verdad, no pensé… Quería que se despertara…
-T: ¿Y que pensaste que iban a pensar en la casa, con los piedrazos en las ventanas?
-P: (más relajado) No sé, no pensé…
-T: ¿Y que pensaste cuando te agarró la guardia?
-P: No pensé. No pensé que iba a pasar eso…
La sesión transcurrió en este tono y terminó en un clima más relajado, por no decir amistoso.
Cuando en otras sesiones, yo interpretaba transferencialmente, por ejemplo, la desconfianza, Juan se cerraba y se volvía francamente hostil. Cuando optaba por intervenir de un modo más neutro y tratando de pensar en las secuencias de sus pensamientos y sus actos, Juan se serenaba.
Por ejemplo, contó una dificultad en la escuela con una profesora por un trabajo no entregado, la consiguiente nota de la escuela y una pelea con la madre.
-T: ¿y qué pensaste que iba a decir la profesora?
-P: Y no sé. Yo quería que se dejara de joder…
-T: ¿y cómo pensaste que iba a pasar eso? No te estoy criticando. Te estoy preguntando…
-P: La verdad, no pensé… Claro, puede ser que se enoje…
La hipótesis de trabajo que quiero ilustrar con el ejemplo anterior es la siguiente:
En el adolescente temprano concurren tanto razones de desarrollo como históricas que podrían explicar, aunque sea parcialmente, las dificultades de pensamiento especialmente en su aspecto prospectivo, es decir, que permite organizar algún tipo de pensamiento de tipo inhibitorio que pospone la satisfacción inmediata y facilita una mejor satisfacción a mediano o largo plazo.
Si el contexto familiar y/o social es facilitador y si la latencia ha sido adecuada, la pubertad no supone obligatoriamente un severo déficit estructural ni funcional.
Pero en el caso del ejemplo, confluyen dos caminos que hacen la tormenta perfecta. En primer lugar, el momento evolutivo especialmente en su aspecto madurativo. En segundo lugar, su estructuración psíquica de lo que destacamos especialmente los importantes déficits identificatorios, es decir, las marcas estructurantes que dejan las relaciones personales significativas.
Lo que me interesa especialmente es ofrecer a la discusión las modalidades técnicas de intervención analítica.
Cuando, como en este caso, nos encontramos con un paciente con procesos de pensamiento deficitarios, las intervenciones transferenciales suelen tomarse como objetos concretos intrusivos y la ideación paranoide se incrementa.
Si tomamos otro camino, por ejemplo, intervenciones de estilo conversacional que tiendan a incrementar un pensamiento prospectivo que incluya al sujeto en su contexto y en relación a otros, es posible que ceda la ideación paranoide y aparezca un conjunto de exploraciones del mundo y de sí mismo, en la que el terapeuta es un acompañante.
Así, junto a la reflexión se organiza la historización, es decir, un pasado por detrás para pensar, un presente para explorar y algún tipo de futuro por delante para imaginar.