Retratos de la intimidad. Desde Renoir a la vertiginosidad de nuestros días
María Graciela Ronanduano, APA
“Entre el ángel y la bestia el hombre anda por el mundo ignorante de su miseria”
Blaise Pascal 1623-1662
En otoño del 2016 el Thyssen Bornemisza presentó una muestra de Renoir llamada “Intimidad” con 80 obras realizadas luego de su distanciamiento del impresionismo para dedicarse al género del retrato. Su inspiración estética ha plasmado imágenes de mujeres o niños y algunos autorretratos que parecen inclinados sobre sí, absortos y desentendidos de la mirada del observador, posando su atención de modo natural en actitudes de cercanía, de proximidad tales como niñas tocando el piano, columpiándose, bordando, peinándose o mirando un libro. La atmósfera de serenidad, calidez e intimidad es lograda a través de primeros planos. Algunos desnudos prescinden del entorno y están centrados en un gesto de vida interior.
Pareciera que lo psíquico y lo somático, influenciados mutuamente en un instante, representan figuras cálidas e indiferentes que denotan un clima de intimidad, según el clásico concepto de lo más propio e interior.
En esta colección lo íntimo parece presente como una realidad constante, cuando sólo es reflejo de realidades cambiantes que desaparecen y vuelven a aparecer cada vez diferentes en cada instante. La grandeza de Renoir y su espíritu de finesse sutileza y armonía le permiten captar un punto de equilibrio que parece continuo, pero es inestable sugiriendo una intimidad-identidad permanente que apacigua y deleita emanando agrado y satisfacción.
A causa del habla, la realidad humana de por sí es cambiante y mueve hacia lo creativo y estético en su aspiración de completud. Para el hombre no es posible estar plenamente en identidad consigo mismo. Ni su interior le es íntegramente conocido, ni lo exterior le es enteramente ajeno.
El arte reconforta por presentar el mundo apariencial, como copia del mundo inteligible o real. Si la imagen estática coincide con la persona, que es permanentemente móvil, es efecto de la figurabilidad de la obra al eternizar el instante.
Nietzsche advierte que “tenemos el arte para que no nos hundamos en la verdad”.
En contraste con la fijeza del retrato que supone una identidad estática e inmutable que es solo un fantasma, lo psíquico, es una realidad atemporal e incorpórea que presenta matices diferentes. La intimidad en su dimensión real vela la imposibilidad de alcanzar la identidad ideal, emanada de un interior íntimo e idéntico consigo mismo.
Esta ajenidad interior era conocida desde la antigüedad en el Templo de Apolo en Delphos dice “conócete a ti mismo” aludiendo al interior desconocido y ajeno que despierta en el hombre el deseo de saber sobre sí del mismo modo en que se pregunta por lo más remoto y lejano.
En el campo del psicoanálisis es central la identidad perdida del sujeto consigo mismo. Freud demuestra la existencia del inconsciente como el “saber no sabido que se sabe”.
En el ámbito de la filosofía, ávida en la búsqueda de la verdad “de la esencia del hombre” Heidegger sostiene que alberga juntos “el ser y la nada”, porque el “drama del hombre es ser apátrida en la patria más propia”.
Qué quimera es el hombre entre la bestia y el ángel……
Por el habla el ser queda obligado a una existencia meramente social perdiendo las raíces de sí mismo. La ciencia que tiende a uniformizar y la vertiginosidad de los tiempos actuales ocultan estas verdades, creyendo que “ser es estar” y así fundamentan la diferenciación entre clases y géneros y entre patrias y naciones.
En el conjunto humano existe la obligación de parecerse en el acercamiento entre unos y otros, obscenidad imaginaria para pertenecer y crear una común unión. El acercamiento va confrontando modos de ser y de gozar incompatibles amparados en la intimidad como afirmación de la identidad.
El llamado social convoca la intimidad pero descubre la particular forma de ser del otro que al afirmar su identidad despierta el odio. Aunque el odio ante lo diferente trate de ocultarse no deja de hacerse presente. Esta expresión de la pulsión de muerte se evidencia desde el Éxodo, los fenómenos del racismo han generado matanzas y campos de exterminio llegando intactos con su carga letal hasta la actual irrupción de los migrantes en Europa.
Todo racismo se funda en la creencia de identidad e igualdad a la sombra de la intimidad. Fuerza el parecido entre los seres y genera igualitarismo por la obscenidad imaginaria que los aglutina que al pretender el confort del grupo impide la legítima igualdad ante la Ley. La presencia de otro extraño, intruso, extranjero afecta esta creencia porque no todos los que componen la intimidad de un grupo son iguales y hace caer la fantasía de igualdad territorial por la que fundan naciones y edifican una historia. Esta ficción quimérica de identidad substancial no se sostiene. Están obligados a parecerse para protagonizar una imaginaria intimidad que los conecte y agrupe. Ficción de clase que al ir cerrando filas va constituyendo un interior de pertenencia fijo e igualitario y un exterior ajeno, bárbaro, extranjero. A pesar de los muros, unos y otros no pueden escapar del tejido en el que están atrapados. Exterior e interior como, Los Inacabados de Miguel Angel, templan mármol y figura en íntima conexión, arrancándose el uno del otro, a la vez que intrínsecamente se pertenecen.
La alternancia entre lo uno y lo otro desmonta el dilema. El hombre no es bestia ni es ángel, su drama es la lucha entre los extremos.
El psicoanálisis desde Melanie Klein hasta Lacan ha observado lo exterior en el interior del campo de las representaciones.
El actual neologismo extimidad indica el encuentro de lo más íntimo en lo más lejano y deslocalizado del ser. Lo íntimo y lo exterior en solución de continuidad. Para comprenderlo desde una lógica espacial diferente a la de continente-contenido, la obra “Moebius Strip II” de Escher (1963) representa una topología donde el adentro y el afuera forman un continuo. La ficción artística va mostrando el paso del exterior al interior, por el tránsito de las hormigas al ir caminando por una banda con un solo borde.
La intimidad como identidad fija e inmutable nunca podrá perderse porque nunca se ha encontrado, salvo en los instantes de ensimismamiento y bienestar captados en los retratos de Renoir que son expresión de épocas anteriores a la globalización. La intimidad lacerada de nuestra época diluye seres devorados por el frenesí que suscitan las redes.
Más lo íntimo si bien no está permanentemente presente, perdurará como rasgo del ser en sí, que tiende a retornar y sorprenderá siempre que se haga presente como legítima impronta de interioridad.