Cuando el dolor rompe; rituales desmedidos

Sobre el film: Un tango en París

Eduardo Safdie, APA

El hombre, rostro compungido, está parado bajo un puente por dónde circula un tren. Se tapa los oídos intentando mitigar el ruido. Detrás de él, una joven, llamativamente vestida, sombrero negro con flores, tapado blanco, apresurada, lo mira y sigue su camino. Se dirige a un edificio que tiene un cartel al costado: “Se alquila departamento”.

La joven se dirige a un bar para hacer una llamada telefónica, se cruza nuevamente con el mismo hombre. Regresa al edificio y le pide la llave del departamento en alquiler a la portera. Las llaves no están en el lugar habitual pero le entrega un duplicado. Se dirige al departamento.

En el departamento el hombre que estaba bajo el puente está sentado en una repisa. Unas pocas palabras entre ambos en las cuales la joven reconoce que el hombre es norteamericano. Se dirige a la joven: “¿Lo va a alquilar?”. Suena el teléfono, la joven atiende, nadie responde. En otro cuarto el hombre deja otro teléfono, después de decir “En esta casa no hay nadie”. La joven le pregunta “¿Lo va a alquilar? Está decidido”. El hombre se aleja. Luego de unos minutos reaparece, la arrincona contra una pared, tienen una relación sexual, la joven se entrega. Al terminar ambos están en el piso. La joven rueda alejándose del hombre.

Salen del edificio. Cada uno se va por su lado.

Otra luz, otras escenas. Jeanne con su novio cineasta que intenta construir una historia al modo de los reality Shows modernos. Filmar a la novia cuando vive-actúa.

Siguiendo al hombre, nuestro personaje, descubrimos que acaba de enviudar: su mujer se ha suicidado. Una mujer, mientras limpia, relata la investigación policial y la reacción de los inquilinos del hotel, propiedad de la pareja. Y relata, abreviadamente, la historia del hombre, aventurero que recaló en Paris dónde se casó con la propietaria del hotel.

La joven regresa al piso, llave en mano, con la intención manifiesta de devolverla. Se encuentra con el hombre. Este desoye la intención de la muchacha.

Un diálogo:

“Ella: No sé cómo te llamas? -El: No tengo nombre -Ella: Quieres saber cómo me llamo? -El: No, no, no me lo digas. (le tapa la boca). No quiero saber tu nombre. Tú no tienes nombre y yo tampoco tengo nombre, no hay nombres, aquí no tenemos nombre– Ella: Estás loco?- El: Es posible que lo esté. No quiero saber nada de ti. No quiero saber dónde vives ni de dónde eres. No quiero saber nada de nada.- Ella: Me asustas– El: Nada. Tu y yo nos encontraremos aquí, sin saber nada de lo que nos ocurre afuera. De acuerdo?-Ella: Pero por qué?– El: Pues porque aquí no hace falta saber nombres, no es necesario. Venimos a olvidar, a olvidar todas las cosas, absolutamente todas. Olvidaremos a las personas, lo que sabemos, lo que hemos hecho, vamos a olvidar dónde vivimos, lo que somos, todo– Ella: Yo no podré…¿Tu si? –El: No lo sé…Tienes miedo-Ella: No…(se dirige al colchón) ven.

Diálogo que funda un vínculo/pacto. Pacto de silencio que impide hablar del porqué están allí. Como si fueran recién llegados a este mundo, sin pasado, sin historia. Vínculo que está al servicio de hacer un intento de olvidar/negar el pasado, sobre todo el pasado reciente. En este escenario no hay duelo, es el ritual del no ritual, el objetivo es dejar el pasado atrás, inexistente, olvidado. Y el sexo ocupa el lugar central de lo que sucede en ese piso, es el motivo manifiesto del encuentro. Pero en realidad aparece cada vez que algo del pacto originario corre el riesgo de romperse, es descarga y refugio. El tiempo desaparece. Las subjetividades desaparecen en un intento de generar una nueva identidad que haga desaparecer el pasado y el dolor. En otra escena se auto nombran con gruñidos de animales. Se transforman en animales, sin historia, sin memoria, sólo sexo. Usando el cuerpo del otro cómo un anestésico.

Los gruñidos tapan los sonidos de las palabras, las emociones no aparecen ligadas a lo que realmente acontece en el espíritu. Todo se transforma en juego infantil, animales sin emociones, sólo descarga.

Pero la realidad del otro escenario no desaparece: Nuestro personaje se encuentra con la madre de su mujer, se abrazan abrumados. La madre intenta entender que pasó con su hija. Él le asegura que no ha dejado ningún indicio. Hablan del suicidio.

Otro diálogo: “La madre: Estos recuerdos me los llevaré. He olvidado tantas cosas (los objetos son una puerta a la memoria, al pasado, evocan al ausente. Tener un objeto de uso cotidiano de una relación perdida nos recuerda, día a día, ese pasado). “La madre: Le preparé una habitación llena de flores. -El: Cartas, la ropa, los recuerdos, las flores, todo eso está en esta maleta. Puedes llevártelo. No quiero ver a ningún cura por aquí, has comprendido. – La madre: Pero Paul, el entierro tiene que ser con ceremonia religiosa– Paul: No (gritando) Rosa no creía en Dios. Aquí nadie cree en Dios. La religión no cree en los suicidas.- La madre: Ellos le darán la absolución, una misa, rosa es mi pequeña hija. Porqué se ha suicidado.- Paul: ¿Por qué, por qué? (le da un puñetazo a la pared)”.

Paralelamente Jeanne va relatando su vida, y sobre todo la relación con el fallecido padre, merced a la propuesta de su novio, cineasta, que la filma. Y en relato van apareciendo objetos. Objetos que son la historia misma en el presente. Objetos que, cuando se los nombra abren los recuerdos olvidados.

En su encuentro con Él, Ella intenta contarle de su padre. Él la rechaza, se burla de sus historias. Ella le pregunta por qué no regresa a América. Y, por primera vez, Él empieza a contar de sus padres, alcohólicos, de una infancia infeliz en la que era maltratado por el padre. En la intimidad empiezan a aparecer diálogos que remiten a la infancia, verdaderos o no, expresan, sobre todo en Ella deseos y fantasías. Se empieza a quebrar el pacto original. Es un camino de ida y vuelta. Él deja de prestar atención ante la furia contenida de Ella que reclama su derecho a existir. Ella se masturba y Él, por primera vez en el piso, llora.

Algo ha sucedido a partir del relato de la infancia dolorosa de Él. Su humanización lo confrontó con el dolor de haber perdido su sostén. Su Rose.

En el hotel la madre de Rosa intenta acercarse a Paul que la rechaza con violencia.

De vuelta en el piso todo vuelve a ser cómo era entonces. Él se niega a cualquier comentario sobre la vida, Ella insiste. Ella quiere salir del departamento con Él, Él da un portazo y se va solo.

Jeanne se pelea con el novio, quiere quedar fuera de la película que éste está haciendo. Le grita: ”Estoy cansada de que me violen”.

Por su parte Paul tiene un encuentro con el amante de Rosa, inquilino del hotel, con quién Rosa replicaba la relación con Paul. Le regalaba cosas que le gustaban a Paul, y le pedía que las usara.

En el reencuentro con Ella, Él la viola con un coito anal.

Subjetividad hecha trisas. La indignación se transforma en sometimiento, Ella sufre pero no puede reaccionar rechazándolo. Es un mero objeto de descarga al servicio de Él.

En la otra escena de Jeanne el novio le propone casamiento. Y ésta, planificando su boda se disfraza con el traje militar de su padre. Y en un diálogo con su madre evocan los recuerdos, los objetos, que ella conserva del padre de Jeanne. Algunos de los cuales Jeanne se quiere llevar, entre otros, un arma.

Al probarse el vestido de novia Jeanne huye y va a encontrarse con Él.

En la puerta Ella le dice a Él que quiso abandonarlo, pero no pudo. Una rata muerta asusta a Ella, Le dice a Él, esto es el final. Él le dice “No, este el final”, señalando a la rata. Le dice a Él que va a casarse. Amenaza con irse. Como estaba mojada Él la baña, le dice: “Si no te bañas te vas a enfermar y yo me voy a tener que coger a la rata”. En el baño Ella lo critica, le dice que está viejo y decrépito, no parece importarle. Ella le habla de su novio, Él descalifica su sentimiento. Dice que no hay hombre que la aleje de su soledad. Ella le dice que ya lo encontró, es Él. Silencio, Él le pide que se corte las uñas y que lo penetre analmente con sus dedos, mientras que le propone actos perversos preguntándole si está dispuesta a hacer eso por El. Ella le dice que sí, que está dispuesta a lo peor con Él.

Él entra en un cuarto diciendo que está ridícula en su traje. Pensamos que le habla Ella con su traje de novia, pero cuando la cámara gira se ve a Paul hablándole, despectivamente al cadáver de Rose. Poco a poco se quiebra, se pregunta quién era Rose, la insulta y llora. Relata su primer encuentro con la que fue su mujer, cuando llegó al hotel y se quedó, adoptado por ella. En su dolor se pregunta por el suicidio y confiesa su deseo de hacerlo.

Paul se sorprende al darse cuenta que no conocía a Rose, sus deseos, sus angustias. Le habla al cadáver como pidiéndole respuestas, la pareja que no fue en vida parecía estar allí. Paul se acerca y le increpa al cuerpo sin vida de Rose.

Ella en el piso, Él no está, Ella se desespera, no dejó ningún objeto en el departamento.

Saliendo del edificio, bajo el puente en el que se había cruzado por primera vez se encuentran Él y Ella. Él deja de ser quién era, para transformarse en Paul, proponiendo empezar una nueva relación.

Paul es un aventurero desesperado en busca de un continente; producto de una enfermedad no puede tener hijos. Rose era lo único que tenía y busca, desesperadamente, un sustituto en Ella quien se transforma de objeto -para silenciar el dolor- en sostén.

En un local de tango él juega a acercársele, como para iniciar una relación formal. Pero las cosas se desmañan. Paul la induce a beber. Ella le pide que hable de Rose, Paul se niega invitándole a vivir con él. En el último tango de un concurso Paul y Jeanne se mezclan con los concursantes, en un baile alocado, ante la furia del jurado que los conmina a irse. Jeanne decide partir, ante la oposición de Paul. Paul no quiere dejarla partir. La persigue, llegan a la casa de Ella, que se siente acosada. Paul insiste en que no puede dejarla. En casa de Ella, Paul fuerza su entrada. Nuevamente aparecen los objetos como recuerdos. Paul toma, burlonamente, la gorra militar del padre de Ella, se acerca a ella, le pregunta su nombre, intenta abrazarla y Jeanne le dispara, con el arma del padre.

Después de disparar Jeanne se dice: “No sé quién es, no sé su nombre. Me siguió por la calle, entró a la fuerza en mi casa, me quería violar, no sé quién es”. Cierto, algo que se jugaba en pocas palabras se desplegó en un tiempo mayor.

Ni sé quién es, dice Jeanne de Paul. No sé quién eras, decía Paul de Rose. Meros objetos que sostienen ante el dolor de las pérdidas. Están allí, sirven, pero no interesa saber quienes son. Es más, es peligroso saberlo. Conocer sus deseos, sus temores, sus necesidades.

En el relato de la película intenté poner la mirada sobre aspectos de un duelo peculiar. Un duelo que intentaba no serlo y una y otra vez retornaba. Que encontraba en el sexo anónimo un borramiento de la subjetividad, una anestesia donde no había dolor.

En ese departamento cada vez que aparecía algo de dolor los soliloquios que desembocaban en el sexo actuaban como un parate de ese sentimiento. El duelo desaparecía bajo los embates del sexo. Pero en los encuentros empezaban a aparecer sentimientos entre ellos y en relación a las otras escenas en que se despliega el drama.

El duelo, todo duelo, es un camino sinuoso. Los rituales buscan pautarlo, negar el motivo de la existencia del duelo y, al mismo tiempo, favorecen la elaboración del dolor. Muchos ritos religiosos, la mayoría de ellos, en lo que atañe a la muerte, con la supuesta separación de cuerpo y alma, y la supervivencia del alma, intentan negar la muerte y ayudar a los vivos a hacer más tolerable la idea de la muerte de los objetos amados y de la propia. Mientras tanto, la vida sigue,… a veces.