La apuesta a un porvenir

Alberto C. Cabral, APA

Agradezco a los colegas de la Revista “La Época” la calidez con que me solicitaron una colaboración para este número tan especial, dedicado a los 75 años de nuestra Institución.

Entiendo que es, en parte, un reconocimiento a mi interés en el tema: participé del volumen colectivo en conmemoración de los primeros 60 años de APA, y muchas de las ideas que ahí esbocé fueron retomadas en debates posteriores. Pero entiendo que también es consecuencia del afianzamiento, entre nosotros, de la saludable convicción referida a que las publicaciones oficiales de la Institución deben dar cabida a la pluralidad de miradas que aloja, y no sólo a la de quienes circunstancialmente la dirigen.

Somos muchos los miembros de APA que compartimos el orgullo de pertenecer a una Institución que, a lo largo de su historia, dio muestras de una vitalidad que le permitió reformularse en diversas ocasiones. Esto es, actualizar o reinventar los ejes con los que sostener sus objetivos fundacionales: contribuir a la difusión de nuestra disciplina y a la formación de nuevos analistas. Sentimos, entonces, orgullo por una
Institución que ha logrado entablar con sus tradiciones un vínculo habilitante, que la resguardó de convertirse en un museo que custodia celosamente sus reliquias. APA se ha ido afirmando, en esta perspectiva, como una Institución psicoanalítica que puede hacer un “buen uso” -como el que enseña la clínica- de las identificaciones: no como obstáculo; como guía, en cambio, que alienta y orienta en la búsqueda de nuevos rumbos.

En ese sentido, la Reforma del 74, la apertura del ingreso a psicólogos y las modificaciones introducidas en 1998 en el análisis de formación, son algunas de las discontinuidades creativas que jalonan nuestra trayectoria de setenta y cinco años. Para los lectores que no conocen estos “mojones”: la llamada “Reforma del 74” introdujo un conjunto de cambios en nuestro diseño de formación, orientados a afianzar su condición pluralista. En particular, en el recorrido de seminarios a realizar por el postulante: se abandonó el sistema secuencial, con docentes y ejes temáticos decididos por el Instituto (que era y sigue siendo el más extendido en IPA: Freud I, Freud II, M. Klein I, M. Klein II, etc.), abriendo paso a la libre elección de los seminarios por parte del postulante, sobre la base del pool de propuestas ofrecidas por los docentes interesados (se pueden consultar más detalles en “60 Años de historia del psicoanálisis en Argentina”, varios autores, Lumen,2002). Las reformas de 1998, por su parte, introdujeron una formulación para caracterizar los análisis didácticos (“alta frecuencia de sesiones”) que apuntaba a alojar de hecho la diversidad de visiones sobre el encuadre existentes entre nosotros. No brindaba aun -es una deuda que sigue pendiente- un alojamiento de pleno derecho a esa diversidad. Pero era el cambio posible, en un contexto en el que la IPA se atenía todavía, casi con exclusividad, a los standards exigidos por el modelo Eitingon (4 o más sesiones semanales) (Se pueden consultar más detalles y diferentes opiniones al respecto en el Dossier sobre análisis de formación, varios autores, edición interna de APA, 2015) .

Me interesa subrayar que cada una de estas modificaciones no hubiera sido
posible en un contexto institucional mayoritariamente apegado a una posición reverencial para con el legado recibido. Seguramente este contexto no fue ajeno al surgimiento entre nosotros de desarrollos teórico-clínicos innovadores, como los impulsados -entre muchos otros- por los Baranger, Bleger y Racker.

Es esta disposición abierta a lo nuevo, lo que nos ha permitido sortear -en líneas generales- el riesgo siempre presente de esa fijación esclerosante señalada por Bleger para nuestras instituciones: “Hay por lo menos ciertos aspectos de la organización psicoanalítica que -no me queda ninguna duda- los he visto funcionar de igual manera en partidos políticos extremos que llegan a una ortodoxia cerrada, impermeable, que se ha traicionado a sí
misma en sus objetivos y en los que el objetivo de perdurar como organización ha sobrepasado totalmente a los objetivos primigenios para los cuales la organización
empezó a constituirse” (Teoría y práctica en psicoanálisis. Lapraxis psicoanalítica. En Rev. Uruguaya de Psicoanálisis, XI, ¾, 1969).

Pero si no queremos hacer del festejo de nuestros 75 años una efemérides formal e idealizante, no podemos olvidar que cada una de estas transformaciones requirió de años de arduos debates en pugna con la tendencia a mantener el statu quo. Recordemos tan sólo que el ingreso de psicólogos fue aceptado por la exigua diferencia de un voto… y que 30 años después de la Reforma del 74, Madé Baranger -una de sus impulsoras- podía afirmar que “… en ese momento fueron muchos los que nos apoyaron sin saber muy bien, en el fondo, por qué lo hacían” (Formación psicoanalítica. La reforma del 74, 30 años después. Rev. de Psic., LX, Nº4).

Se trata de hechos y testimonios que tornan comprensible que, también hoy, el festejo de nuestros 75 años actualice y decline en tiempo presente la misma tensión entre espíritus afines a la renovación y espíritus recelosos de los cambios. Es una tensión que hemos visto expresarse en estos últimos cuatro años en el intenso y acalorado debate que sostuvimos en torno a la formación analítica. No debiera asombrarnos, porque el eje de las grandes controversias suscitadas por la Reforma del 74 fue, también, la formación analítica: la libertad de cátedra y la libre elección curricular constituyen para muchos de nosotros, desde entonces, un rasgo distintivo y una ventaja comparativa de nuestra Institución respecto a las muchas ofertas de formación que circulan en nuestro medio. Son la marca de una diferencia que solemos recoger en las entrevistas de admisión a nuevos postulantes, quienes la señalan en muchos casos como uno de los fundamentos de su elección. Y que parece corroborada también por las cifras de nuevos ingresantes a APA que -aun en un contexto de retracción, que no es solo propio de nuestro país- sigue siendo sensiblemente mayor al que exhiben otras instituciones de nuestro medio.

Por todo ello somos muchos los miembros de la Institución que asistimos preocupados a la discontinuidad de este debate en el curso del presente año. Nos parece conveniente su reapertura: supone un rico y necesario proceso de reflexión institucional, que era seguido con interés por muchas instituciones de la región. Un proceso que repica -con caracteres propios- el horizonte agitado de debates sobre el análisis de formación que se abriera en las Instituciones de IPA luego de la aprobación, en el 2007, de los llamados “tres modelos”.

Hemos asistido a su capítulo más reciente en las ríspidas discusiones -previas y posteriores al Congreso de IPA en Bs. As.- en torno a la propuesta de flexibilización de los standards exigidos por el modelo Eitingon. Y somos muchos quienes esperamos que APA y su Instituto participen activamente de este proceso, con el capital conceptual que arrojan nuestros debates y con la disposición abierta a lo nuevo que nos ha caracterizado siempre.

Lo que está en juego, entendemos, es la elaboración consensuada de diseños aptos para afrontar los desafíos que los tiempos actuales plantean a nuestras instituciones y a la formación. Una tarea que nos permitirá relanzar la apuesta (me gusta más que el término “ilusión”, con el que Freud fuera muy crítico) a un porvenir de nuestra Institución, que suponga algo más que ese mero “perdurar” que inquietaba a Bleger.