Testimonios en Psicoanálisis

Una apuesta a la transmisión

Aquello que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo.
Fausto. J.W. Goethe

Sara Zusman de Arbiser, APA

La Asociación Psicoanalítica Argentina cumple 75 años. Hace un poco más de
medio siglo que ingresé como candidata. Pertenezco a una generación de
analistas que estuvo muy cerca de los pioneros, así como de muchos otros,
muy reconocidos terapeutas de la Argentina.

Era la década del 60, época que se suele denominar la era dorada del
Psicoanálisis, ya que se introdujo en nuestra cultura con el paso bien
firme.

Tuvieron un papel fundamental, para que ello sucediera, nuestros pioneros
Ángel Garma, Arnaldo Rascovsky y Arminda Aberastury, “La Negra”, como la
llamábamos cariñosamente.

A las multitudinarias clases que dictaban en las aulas de Anatomía de la
Facultad de Medicina (UBA) en los años 1956 – 1960 asistíamos los jóvenes
estudiantes. El entusiasmo y la pasión que transmitían con sus palabras
condujo a muchos de nosotros a embarcarnos en la aventura de investigar
nuestro inconsciente e iniciar nuestros análisis y luego dedicarnos a la
psiquiatría y al psicoanálisis de adultos y de niños.

La APA era la única Institución. Todavía no se habían producido las
dolorosas separaciones de los diferentes grupos: en 1970 Plataforma y
Documento y en 1977 APDEBA. Éramos una gran familia.

Tuve el privilegio de analizarme, supervisar, cursar seminarios y grupos de
estudio con Ángel Garma, Arnaldo Rascovsky, Arminda Aberastury, Betty
Garma, Enrique Pichón Reviere, Luisa Álvarez de Toledo, Mimi Langer, José
Bleger, Willy y Madé Baranger, Mauricio Abadi, David Liberman, León
Grinberg, Jorge Mom, Luis Storni, Fidias Cesio, Emilio Rodrigué, Jorge
García Badaracco y muchos más.

Recibí directamente de las fuentes las ideas y desarrollos originales que
podemos considerar grandes aportes del Psicoanálisis Argentino.

Paso a enumerarlos:

La teoría traumática de los sueños de A. Garma y el psiquismo fetal de A.
Rascovsky.

La hora de juego diagnóstica, el uso del Test de construir casas y la
conceptualización de la fase genital previa de A. Aberastury. Betty Garma y
el primer tratamiento de un niño de 22 meses de edad.

El valor de la palabra como acto que fue señalada por L. Álvarez de Toledo,
el estudio de las fobias de J. Mom, la interpretación lúdica de E.
Rodrigué,

M. Langer con el tema de la mujer y la dicotomía entre lo femenino y lo
maternal.

Los desarrollos originales acerca del Complejo de Edipo de M. Abadi.

El tema de la Angustia por L. Storni.

La contratransferencia, conceptualizada por H. Racker, al que no conocí
directamente sino a través de la transmisión de sus ideas por F. Cesio,
quién además nos aportó sus investigaciones acerca del letargo.

El legado de Pichón Riviere, en relación a lo intersubjetivo, los vínculos
y la psicología social, está siendo muy revalorizado y estudiado en la
actualidad por autores de otras latitudes. Agregamos a ello el
psicoanálisis multifamiliar de J. García Badaracco.

También el concepto de la contraidentificación proyectiva de L. Grinberg es
retomado en estos días desde los nuevos aportes acerca del Enactment.

Lo mismo sucede con las ideas de campo psicoanalítico de W. y M. Baranger.

Las postulaciones acerca del encuadre y la formulación de la posición
glischrocárica descripta por J. Bleger, que está muy emparentada con las
teorizaciones más modernas en relación al autismo. Todos los trabajos de D.
Liberman acerca de la comunicación.

Atesoro recuerdos y anécdotas desde mis primeros pasos como candidata del
Instituto de Psicoanálisis y luego como miembro de nuestra querida APA.

Siendo pre candidata (antes de mi ingreso a los Seminarios) estuve presente
en la primer visita de Donald Meltzer en 1964, el responsable de que gran
parte de los psicoanalistas sacaran todos los cuadros y objetos personales
del consultorio.

Como candidata, asistí a una supervisión con W.R. Bion y puedo contarles
una anécdota. Cuando en el inicio de la actividad le dijimos que habíamos
estudiado minuciosamente su famosa Tabla, él se mostró muy sorprendido y
nos dijo que en el encuentro con el paciente o en una supervisión sólo
estaba atento al material clínico y no pensaba en la tabla, que consideraba
un ejercicio teórico.

Algo parecido le escuché decir a D. Liberman en un ateneo clínico. Cuando
le preguntamos con qué esquema referencial trabajaba respondió que si
cuando estaba con el paciente empezaba a pensar en alguna teoría se
cuestionaba ese proceder y trataba de entender qué le estaría comunicando
el analizado que lo hizo alejarse de él y refugiarse en la teoría.

Liberman fue el primero que puso el énfasis en la «escucha de la escucha» y
nos lo señalaba en las sesiones grabadas que llevábamos para supervisar.

Recuerdo especialmente en los comienzos de la década del 70, cuando
llegaron los primeros psicoanalistas franceses a la APA y todavía la teoría
y técnica kleiniana dominaba la práctica, especialmente en la infancia. La
ideología imperante era que todo niño necesitaba pasar por un análisis
temprano. Se indicaba tratamiento individual de cuatro veces por semana
como lo óptimo, en casi todas las consultas. La misma teoría de la técnica
sustentaba que los padres se tenían que limitar a traer al niño al
consultorio y pagar las sesiones.

El primero que nos visitó fue S. Lebovici, que en esa época era el
presidente de la IPA. Tengo muy presente el material clínico que nos
presentó de una sesión donde incluyó padre, madre y bebé de pocos meses que
padecía insomnio y la revolución que aquello implicó. Hizo hincapié en los
vínculos intergeneracionales y en la filiación.

El aire fresco y renovador de aquellos aportes de Lebovici continuó poco
después con las conferencias de Leclaire, quién nos transmitió las ideas de
Lacan en fácil. Todo ello nos permitió salir del encierro en que estábamos
y poder pensar la teoría y la clínica psicoanalítica desde nuevas
perspectivas.

La primera visita de A. Green fue en el año 76, quién llegó en reemplazo de
Leclaire, que por razones de salud no pudo venir.

Yo era una reciente titular con función didáctica y fui la primera que
supervisó con él, en público, en el salón Butacas. Fue una gran experiencia
y conservo el cassette de la grabación.

Recuerdo, que apenas finalizada la supervisión y cuando nos retirábamos, me
llamó y me preguntó, muy humildemente, si me había sido útil lo que él me
había aportado.

Como podrán reconocer, en esa primera visita actuó muy distinto a lo que se
conoció de A. Green más adelante.

La APA tiene el privilegio de haber sido la primera Asociación a nivel
mundial que fundó en 1974 un Departamento específico dedicado al estudio y
a la profundización de la problemática infanto-juvenil: el Departamento de
Niños y Adolescentes que lleva el nombre de Arminda Aberastury, pionera en
nuestro país y en Latinoamérica, quién transmitió la teoría de M. Klein con
su toque personal innovador e incorporó las ideas de Sophie Morgenstern
acerca del dibujo como vía regia del inconsciente.

También nuestra Institución fue pionera en muchos otros aspectos.

Inauguró la Comisión de Informática que confeccionó el famoso Tesauro
Psicoanalítico y la Base de Datos usados en todo el mundo de habla hispana.

Fue la primera Asociación en Latinoamérica y la segunda en el mundo en
crear una página Web en Internet.

Todo ello condujo a que se considerara a la Biblioteca de la APA como “rama
psicoanalítica de la Biblioteca Nacional”.

De acuerdo a las distintas épocas de la humanidad fue variando el concepto
de lo que es un niño.

Así, durante el medioevo, la infancia era un pasaje sin importancia, un
tiempo un poco avergonzante que había que soportar para llegar a la única
edad valorada: la de la madurez. El infanticidio se practicaba en forma
corriente y sin penalidades. Se afirmaba que los niños no tenían alma.

Desde los clásicos historiales clínicos presentados por Freud, hoy podemos
reconocer las huellas de cómo determinadas prácticas o condiciones
socioculturales podían incidir generando psicopatología. Un ejemplo muy
concreto lo encontramos en Schreber, cuyo padre era pedagogo, higienista e
inventor de aparatos que fueron usados para educar a los niños de esa
generación.

Accedemos a los libros de la época y nos horrorizamos con las imágenes y
descripciones de los instrumentos de tortura que eran utilizados para ese
propósito educativo y nos provoca gran perplejidad que no se generaran
protestas en contra de los mismos.

Los aportes de S. Freud contribuyeron fundamentalmente a un cambio radical
a la comprensión de la infancia y la adolescencia.

En el encuentro terapéutico el niño se sintió escuchado. Se le daba un
espacio para que desplegara su mundo interno a través de la palabra, los
sueños, el dibujo y el juego.

Desde sus inicios, y a pesar de las evidencias objetivas de su efectividad,
el psicoanálisis infantil fue blanco de críticas, porque puso de manifiesto
la sexualidad infantil.

En los últimos años observamos de que manera fue creciendo el número de
niños etiquetados como “del espectro autista”, Asperger, bipolares, ADD,
etc. y tratados de por vida con drogas, con el peligro que implica la
estandarización de los diferentes trastornos infantiles como síndromes
psiquiátricos.

Padres que prefieren escuchar que lo que le pasa a su hijo es congénito,
orgánico y que sólo se cura con psicofármacos y no verse involucrados en un
tratamiento psicoanalítico. Llegan tardíamente a nuestros consultorios.

El psicoanálisis, en estos días, tiene que enfrentarse a las grandes
corporaciones farmacéuticas que han avanzado, con poderosas técnicas de
marketing, desde los adultos hasta la infancia, influyendo en todo el mundo
y buscando medicar excesiva y peligrosamente desde los primeros años de
vida.

Frente a la presencia de algunos de los síntomas, descriptos como
característicos de esos cuadros, a un gran número de niños se los medica
inmediatamente sin darles un espacio para que a través de la palabra, el
juego, el dibujo y los sueños puedan expresarse y poder ser escuchados en
sus singularidades.

No se toma en cuenta el contexto social, el escolar y el familiar. Se trata
de obturar la sintomatología y que el niño no moleste.

No atacamos la medicación en forma absoluta, ya que consideramos que en
ciertas ocasiones puede ser necesaria, en un abordaje interdisciplinario.

Alertamos acerca del uso del fármaco como solución aparentemente única y
mágica pues obtura la comprensión profunda de cuáles pueden ser los
conflictos que provocan la sintomatología en cada caso singular.

Medicar, como tratamiento único, implica pensar el síntoma como efecto de
una alteración orgánica. Es no reconocer que los síntomas están
estructurados desde una historia singular y subjetiva, que debe ser
escuchada.

No se trata de arrasar con el síntoma y «borrarlo», sino de interrogarlo,
ya que éste es el lenguaje para pedir ayuda.

El avance de los psicofármacos en psiquiatría infantil, en detrimento de la
posibilidad de abordajes psicoanalíticos, nos señala como el niño, su
existencia y su manera de ser están subestimados actualmente en nuestra
sociedad.

También nos preocupan las consecuencias futuras de las estrategias de
marketing que giran en torno a «cómo meterse en la mente de niños y de
adultos”, que tienen como objetivo incitar a consumir,

Se busca convertir, rápidamente, a los niños en adultos, en lugar de
acompañarlos en sus espacios lúdicos y creativos.

Es robarles la infancia, «el asesinato del alma» de la actualidad.

Tenemos que salir a debatir estos temas acerca de la salud de niños y
adultos. Es una lucha tipo David y Goliat, pero no nos podemos dejar
aplastar por los laboratorios y las otras prácticas muy alejadas del
psicoanálisis.

De la década del 60 tenemos que recuperar la pasión de nuestros pioneros
que llevaron el psicoanálisis a la Universidad y a los hospitales.

Cada tanto necesitamos volver sobre la historia del Psicoanálisis. Siempre
habrá otro interesado en conocerla, y de este modo, se resignifica una y
otra vez.