Los fanatismos
Norma Rodrigues Gesualdi, APA
Todas las definiciones hacen surgir los fanatismos del tronco común de las pasiones.
Lacan caracteriza la ignorancia como una de las tres grandes pasiones humanas: la pasión del amor, la pasión del odio y la pasión de la ignorancia.
Ignorar. Pero, ¿ignorar qué, en aquél que se ha ganado el mote de sapiens?
¿Acerca de qué el humano no querría saber nada?
Quisiera en este trabajo, subrayar la íntima relación del fanatismo con la ignorancia. Para ello, para cercar el tema que nos ocupa, vamos a hacer un pequeño recorrido.
Cuando Freud nos hace revisitar Edipo, a través de “Edipo Rey” de Sófocles,
nos muestra la ignorancia bajo la forma del error (hamartía). La hamartía de Edipo fue matar a su padre por error. Él sabía que estaba cometiendo un asesinato pero ignoraba que lo hacía sobre su padre. Edipo mata a Layo, rey de Tebas, su verdadero padre, accidentalmente mientras escapaba de Corinto tratando de evitar matar a Pólibo, el rey, a quien creía su padre.
Subrayo el momento preciso en que Edipo huye de Corinto para evitar que la palabra del oráculo se cumpla.
Vamos a poner una lente de aumento sobre ese instante. Edipo esta poseído por una convicción. La convicción de que debe realizar un acto que evite la consumación de lo que le ha sido revelado. En el camino de ese intento, consuma el acto que pretendía evitar.
Propongo pensar ese instante como un momento fanático de Edipo. No se diferencia de otros fanatismos.
El fanatismo comparte con los delirios el carácter de una verdad irrefutable, e impone al sujeto un sentimiento de convicción en la creencia de que es poseedor de un objetivo superior al cumplimiento de la ley general (No matarás, por ejemplo).
Sófocles a través de Edipo nos muestra una vez más la no lineal relación del hombre con la verdad. Freud luego, Lacan después, nos dirán más.
¿Era un sapiens Edipo cuando en la voz del oráculo le fue revelada la verdad?
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Puede un humano sostener la verdad sin hacer síntoma? En su fanatismo, Edipo nos muestra que no puede.
Non sapiens, entonces. O “El que está alejado de la verdad”.
El fanatismo nos arroja de frente al mismo problema.
Hay otros “convencidos” en nuestra cultura. Recorrerlos nos mostrará nuevas facetas del tema que nos ocupa.
El Abraham bíblico, con la convicción, excepcional en su caso, de la fe, entrega en sacrificio a su hijo, su primogénito, porque Dios se lo pide. Kierkegaard dirá de ello: “se trata de una suspensión teleológica de la ética general para obedecer la consigna divina” (un particular).
Interesante intervalo: la ética no se elimina, se suspende. Se suspende para dar lugar al acto. En este caso, un acto de fe.
Realmente, ¿la ética general se suspende por un objetivo superior, particular? En el caso de Abraham, repito, es por la fe. Son cosas de Dios, Él sabrá.
Pero y entre nosotros, que no somos excepcionales, en nuestro pequeño mundo del más acá. ¿Qué debemos hacer?
Los fanatismos nos vuelven a arrojar una y otra vez a la misma pregunta, renovada. Hoy una vez más, urgente.
Freud dirá más, decía. Viene a aportar una nueva mirada. Pone la hamartía de Edipo (error, pecado) bajo sospecha. Dice que no es error ni pecado, es “síntoma”; el oscuro mensaje de la pitonisa fue malentendido por Edipo. En su ignorancia de sí y de su origen, “Padre” fue equivocadamente enlazado a “Pólibo”.
Al nombrar la hamartía con nuevo nombre Freud expone sus entrañas: el oráculo le habló a Edipo de Edipo, no de Layo a quien Edipo confunde con Pólibo. El oráculo le hablo de su deseo, inconsciente: parricidio e incesto. He ahí su verdad. De ello pretende Edipo huir huyendo de Corinto. No lo logra porque lo lleva consigo. Es su deseo. Lo cumple. Lo cumple realizándolo. En el caso particular de Edipo, lo realiza en clave de tragedia.
El destino mórbido que muestra Edipo no es felizmente, el único destino para el deseo.
A partir de Freud, fueron señaladas otras vías en el cumplimiento del deseo; la vía analítica que intenta liberar al sujeto de su ignorancia respecto de la verdad de su deseo; el sueño, la escritura, la realización sí, pero del deseo atemperado, modulado, fantasmatizado.
¿Estamos hablando de filtros? ¿Filtros al saber acerca de la verdad?
Nuevamente, ¿el sapiens, no soporta la verdad?
Lacan dirá que como al sol, no se puede mirar a la verdad de frente.
El análisis que venimos de hacer, del momento fanático de Edipo lo podemos extender a otros fanatismos.
El fanático, ¿que pretende? Como Edipo, al transformar la incertidumbre acerca de sí, en cristalizada certeza acerca de algo, quizá pretenda seguir ignorando.
La historia de la humanidad es vasta en la mostración de fanatismos. De catástrofes provocadas por fanatismos. Del fanatismo que impera en nuestros días.
Pero somos herederos de Freud y ya no somos ingenuos. Tanto en nuestros fanatismos como en la adscripción a los de otros, exponemos también nuestras entrañas:
Pasión por ignorar.
Develar la estrecha ligazón del fanatismo con la ignorancia permitiría tener al menos una mirada crítica que desemboce su presentación, que suele ser además de convencida, convincente. ¿Qué puede ser más convincente que el no querer matar, de Edipo? Se confunde con el genuino cumplimiento de un precepto universal, “No matarás”. Pero termina matando. Algo se interpuso entre el cumplimiento de un precepto y su ejecución. El fanatismo, tejido de ignorancia.
Entonces, al denunciar la ignorancia bajo la forma del fanatismo, estaríamos advertidos acerca de aquellos que escapan de sí bajo el modo de la mostración de certeza.
Y en lo referente a nuestro pequeño ámbito, el de la sesión psicoanalítica donde se pone en juego el acto analítico; nos preguntamos: cuando un analizante viene al análisis, ¿es el que quiere saber, como Edipo cuando visita al oráculo? ¿O es el que quiere ignorar como Edipo cuando en su fanatismo, huye de Corinto?
Es ambos.
Por su parte el analista, no es oracular, porque no sabe, no sabe cuál es el bien para el analizante. Si el analista creyera saber cuál es el bien para el analizante actuaría como Edipo cuando huye de Corinto, fanáticamente. Entonces, ¿el analista, no sabe?
El analista es poseedor de un saber, el saber hacer con su síntoma. Es ese saber, deseo de analista, el que le permite ir al encuentro del deseo inconsciente.
Desde allí, y solo desde allí, podrá acompañar al analizante en el develamiento de las condiciones que le fueron dadas de entrada en el juego de los goces y de los padeceres, y en el que el analizante quedo anclado y ahí sí, genuinamente, pide ser desanclado.