Lo femenino

Ada Zimerman, APA

Cuando terminé el colegio secundario le conté a mi madre que pensaba estudiar Psicología. Para entonces, ya había cambiado el designio familiar que consistía en que yo continuara con el negocio de mi padre. Para eso me habían inscripto en un colegio comercial, pero advirtiendo que no era lo que me llenaba el alma, decidí cambiarme al Liceo Nacional de Señoritas Ricardo Rojas para poder ingresar sin equivalencias adonde ya sabía que quería dirigir mi destino. Mi madre me respondió que esa era una carrera larga y yo debía hacer una corta. Seguramente temía que por estudiar, se me pasara el tiempo de formar una familia. Afortunadamente desoí sus palabras e ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras a estudiar la carrera de Psicología, que aún no tenía facultad propia.

Sin darme cuenta siquiera, sin la menor conciencia de ello, había pasado a formar parte de la legión de mujeres que, ya en el siglo pasado, supieron ir tras su propio deseo.

Todo el párrafo tan personalista del que pido disculpas ha sido para introducir el tema para el que he sido convocada: lo femenino. Y hablar de lo femenino en tiempos de feminismo constituye todo un desafío que estoy dispuesta a enfrentar no sin antes sentar posición con respecto al fabuloso movimiento que está siendo llevado a cabo por una inmensa cantidad de personas, sobre todo mujeres, en su mayor parte jóvenes, dispuestas a echar por tierra al patriarcado que nos supo gobernar desde tiempos inmemoriales.

Adhiero a esta revolución desde lo más profundo de mi ser pero dejando constancia de que el tema no es nuevo. Simone de Beauvoir, nacida a principios del siglo XX, fue una exponente de la lucha de la mujer por sus reivindicaciones. Lo nuevo es lo masivo, poderoso e irrefrenable, como cuando llega el tiempo de maduración de los grandes movimientos de la historia y de la vida. Tal vez acelerado, al menos en nuestro territorio, por haber sido visibilizado el fenómeno del femicidio, por el colectivo Ni Una Menos con descomunal fuerza y convocatoria.

Quizá también sea un desafío hablar de lo femenino en tiempos de la bienvenida deconstrucción de binarismos. Tendremos que poner en cuestión hasta a nuestro tan respetado Freud, quien como señaló Leticia Glocer en su libro: La Diferencia Sexual en Debate: ”se encontraba muy imbuido de ideas patriarcales” por lo que manifestó que “las mujeres tienen una función ineludible que cumplir en el cuidado de la casa y los niños, que esto hace que no puedan ni deban tener ninguna profesión” y agrega que “frente a la posibilidad de que desaparezca nuestro ideal femenino prefiero ser anacrónico y atesorar mi anhelo de Martha tal como es ahora y no creo que ella quiera ser diferente”. Al mismo tiempo, sabemos de su relación con colegas amigas a las que respetaba mucho y con las cuales sostenía interesantes conversaciones. Sin embargo, concluía que esas mujeres intelectuales, profesionales, existían porque habían desarrollado más sus partes masculinas. Palabras que por supuesto responden a la cultura de la época en que le tocó vivir. Tal vez sea esto último lo más cuestionado. Ya nadie duda de que lo que torna capaz a una mujer de formarse y ejercer su profesión, o de defender sus derechos y su vida o de llegar hasta donde su potencialidad le permita, son sus talentos, sus deseos y su fortaleza para llevarlos a cabo.

Comenzaré describiendo lo femenino de una manera tradicional, haciendo la salvedad de que estos mismos atributos pueden corresponder con legítimo derecho, a cualquier hombre. Asocio lo femenino a lo receptivo, lo amoroso, al continente, a la ternura, a la compasión. Pero sin dejar de lado su ser penetrante, inquisidor. Y pese a que efectivamente la mujer suele ser más débil físicamente que el hombre voy a desarrollar la idea de su fuerza moral, mental y emocional asociándola a lo femenino como uno de sus atributos fundamentales. Lo ejemplificaré.

Imaginemos un parto. Quien lo haya vivenciado en carne propia o quien lo haya presenciado, sabe del monumental trabajo físico, emocional y mental que realiza la mujer. Sobre todo, si esto no es obstaculizado por obstetras que apuren una cesárea innecesaria como tan frecuentemente ocurre. La fuerza puesta en juego en los pujos para expulsar al niño hacia afuera del cuerpo que lo gestó, hacia el mundo, hacia la vida. El abierto sexo de la mujer arrojando de sus entrañas al hijo junto con sus envolturas, aunque sea provocado por la naturaleza misma representa una de las situaciones más acabadamente femeninas.

Durante la siniestra dictadura militar extendida entre 1976 y 1983, quienes daban vueltas por la Plaza de Mayo silenciosas, cada día, con sus pañuelos blancos, reclamando por sus hijos desaparecidos, entre los caballos montados por militares que fueron los seres más crueles e infames que registra nuestra historia como Nación, han sido las mujeres. Con lo más femenino que tiene la mujer que es, a la hora de proteger lo que ama, salir como una gladiadora, escondiendo el pánico que seguramente la devora y enfrentar lo que fuese para lograr lo que busca. Sus maridos fueron muriendo desgarrados por el sufrimiento y las que aún hoy continúan buscando a sus hijos y a los hijos de sus hijos son ellas, las madres, las abuelas, las mujeres.
Pero ambos ejemplos que acabo de mencionar parecerían reducir la fortaleza de la mujer al campo de la maternidad, indiscutiblemente femenino. No es ese mi propósito ni mi idea. Justamente la identificación entre mujer y madre ha sido uno de los peores vaciamientos de la identidad femenina. Sumaré entonces en mi caracterización de lo femenino la lucha por el aborto legal seguro y gratuito, es decir, la lucha de la mujer para poder decidir sin morir por eso, abortar al hijo no deseado, no buscado, aunque no haya sido concebido por un hecho violento, sino simplemente por un fallo en la prevención. La mujer en su esencia más femenina luchando una vez más por la libertad de decidir qué hacer con su propio cuerpo y también con sus deseos.
Puesta entonces frente al desafío de hablar de lo femenino, todo aquello más bello, sensible, acogedor, tierra, oscuridad, receptividad, pienso que siguen siendo sus componentes. Pero si no agregamos, si no sumamos, esta extraordinaria fuerza de la que estoy hablando, o si se la denomina masculina siguiendo la concepción del patriarcado, se estaría traicionando este movimiento imparable que sigue abriendo caminos en nuestra mente y en nuestra vida y que aún tiene un largo trecho por recorrer.

Pequeño párrafo para lo que aún está en barbecho, al menos en mi mente.

Lo femenino a la hora de hacer el amor

Varias pacientes jóvenes o no tanto, en diferentes circunstancias, algunas luchadoras del feminismo, pernoctadas en la Plaza del Congreso mientras se debatía en diputados y en senadores la ley del aborto legal, otras no, hablando de estos temas, dicen coincidentemente unas con otras sin conocerse, casi confesando, algunas con vergüenza, otras no, de la intensa excitación que les provoca el dominio (amoroso) la posesión, del hombre sobre ellas.

¿Será que la evolución del movimiento conduce a todo lo anteriormente dicho en el sentido de terminar con el androcentrismo pero que, a la hora de lo más primitivo y pulsional sigue funcionando de esa manera, como si fuese un relicto biológico? ¿O será parte de la herencia cultural todavía apropiada de nuestras mentes y de nuestros cuerpos?

Confieso no tener aún respuesta.