Generaciones actuales, parentalidades actuales

Alicia Beatriz Iacuzzi, APA

Lic en Psicología-Psicoanalista. Miembro Titular en Función Didáctica de la Filial Junín de la APA. Miembro Enlace COWAP y del Comité Psicoanálisis y Ley de IPA

La realidad presenta aspectos que aún son territorios poco explorados por los psicoanalistas, demandando renovados planos de intervenciones. Nos concierne disponernos a afianzar el ‘cuerpo’ psicoanalítico en relación a niñ@s y adolescentes víctimas del Trastorno del Espectro Feminicida (Iacuzzi, 2014).

En el siglo XXI las violencias se han instalado en la cultura. Han aumentado las violencias vinculares endofamiliares, más aún en niños/as, adolescentes (y mujeres). Los casos de violencias familiares (física, psicológica, económica y sexual) llevan la delantera, colapsando el sistema de ‘custodia’.

Según la OMS los registros mundiales evidencian que 1 de cada 5 mujeres dicen haber sido abusadas sexualmente en la infancia. En Argentina los datos del documento “Violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes” (con el apoyo de UNICEF) reza: “9 de cada 10 víctimas de violencia sexual en la infancia son niñas o adolescentes mujeres. Mientras que quienes las agreden (9 de cada 10) son hombres adultos. Cuanto más pequeña es la víctima, más probabilidades hay de que el agresor sea un familiar: el 54 % de las niñas y niños de hasta 10 años son agredidos por familiares, mientras que en la adolescencia (de 11 a 18 años) suelen también ser victimizadas por desconocidos (42 %). La vivienda de la víctima o del agresor es el lugar donde ocurren 6 de cada 10 abusos o violaciones a niños, niñas o adolescentes.

Las parentalidades actuales ejercen inusitadas violencias psíquicas, físicas y/o sexuales directas hacia sus hijos. También indirecta al colocarlos como testigos de la violencia entre adultos, teniendo un efecto disruptivo sobre el psiquismo de niños y adolescentes. Esta probanza faculta presagiar que sus efectos resentirán el por-venir de las nuevas generaciones.

En los últimos 9 años en Argentina, 2919 hijas e hijos perdieron a su madre a causa de Femicidios. El 63% de ellos, menores de edad. En 2016 quedaron sin madre 242 menores de 18 años. Las estadísticas consternan: hij@s de madres asesinadas y padres presos. Los abuelos en la mayoría parte de los casos son quienes, aun siendo muy mayores crían a los hijos de una hija asesinada. Buscando que niños y adolescentes menores de 18 años, víctimas colaterales de Femicidio, reciban un reconocimiento/ reparación económica y, por otro, la posibilidad de acceso a la salud tanto física como psíquica (cobertura de salud integral) por parte del Estado en 2018 se sancionó la llamada «ley Brisa», que garantiza los derechos de los hijos de víctimas de femicidio. Se aplica cuando cualquiera de sus progenitores haya sido procesado y/o condenado como autor, coautor, instigador o cómplice del delito de homicidio contra su otro su progenitora. Familiares Atravesados por el Femicidio esperan que se agilice su implementación mediante la aprobación de su reglamentación que está en trámite. Por otro lado, para la ley, ni siquiera los femicidas condenados pierden la patria potestad sobre sus hijos. Se aguarda que avance el proyecto de ley de pérdida de la responsabilidad parental para el femicida condenado.

Preconizo una Justicia que enfrente, a través de sus efectores, la dimensión pragmática de los agónicos trances que surcan la vida de muchísimas niñas, adolescentes y mujeres. El sistema judicial tendría que introducir innovaciones, adaptando sus prácticas a la población en condición de vulnerabilidad des-carnada. Las situaciones sociales, culturales y/o históricas epocales traen efectos y costos psico-sociales directos e indirectos, imponiéndose salvaguardar el psiquismo de las generaciones venideras.

Otra situación que se ha acentuado: noviazgos violentos de adolescentes entre 15 y 19 años. Las mujeres han identificado al noviazgo como el momento en el que aparecieron las primeras manifestaciones de maltrato. El perfil de adolescentes cuya exposición al alcohol y drogas es mayor, está en riesgo superlativo.

No es ninguna nimiedad que en el último lustro: las jóvenes sean asesinadas (en general previamente violadas) y desechadas como residuos, tal si fueran cuerpos tirados como basura luego de muertes violentas. Más del 15% de los femicidios fueron chicas de entre 13 y 21 años (y muchas son arrojadas en bolsas de basura!!). En la mayoría de los ‘casos’, los asesinos, parejas o ex parejas, tenían entre 17 y 21 años. O sea, víctimas y victimarios muy jóvenes.

Detrás de estos números y estadísticas hay personas afectadas!!! Cuántos sujetos a los que se los depriva de Derechos Humanos al arrebatárseles una perspectiva de vida y un por-venir (más aún si porta el estigma de su condición de mujer…).

Sin distinción de clases sociales, etnias, etc. son muchos los sufrimientos y crímenes a los que están expuestos niños/as y adolescentes. En estas heridas participan de manera directa o indirecta los adultos. Aun cuando el escenario sea privado es un problema público. La sociedad toda no saldrá indemne si no abandona la indiferencia y los guiños cómplices. Son muchas las familias en las que circulan arbitraria y abusivamente los malos tratos. Los discursos que exaltan las violencias sedimentan de manera tal que produce horror la emergencia de la arborescencia de lo ominoso y siniestro de los niveles de sufrimiento terrorífico que se percibe en los pliegues de las relaciones vinculares. La prevalencia de las violencias en hogares, en el ámbito familiar y entre conocidos acredita que corrientemente existe una relación previa entre víctima y agresor. O sea que, entre cercanos mana la violencia en su complexión más pura. Estudios indican que el mayor porcentaje de fragores violentos, intentos de asesinatos y asesinatos tiene su origen en cuestiones surgidas de relaciones interpersonales entre conocidos o intrafamiliares. Violencias que como lava de volcán vicia el clima familiar, transformándolo todo en un caldero.

Cuáles son/serán los efectos en los niños/as y adolescentes más allá de que no les ‘toque’ vivirlo cercanamente en su hábitat?

Los psicoanalistas podemos hacer aportes, de allí que debamos recoger las cataduras mórbidas de un mal-estar hecho cultura. Llevar dispositivos psicoanalíticos a la diversidad de ámbitos de la comunidad implica disponer de aspectos libidinales para incluir otros destinatarios. Por eso considero de enorme actualidad abocarnos a las barbaries Feminicidas, ya que escasean ensayos al respecto. El escenario carcelario es el ámbito fehaciente que nos posibilita una aproximación fidedigna a los feminicidas y femicidas. Desde las evidencias clínicas recogidas durante más de 25 años de trabajo de campo en una institución carcelaria doy fe de un trabajo posible con los agresores a posteriori del dictado de la sentencia judicial. El estudio laborioso de los trasfondos me ha conducido a aproximaciones convergentes, consiguiendo establecer un ´contrato terapéutico´ para iniciar la siempre inacabable tarea de enlazar eslabones a predominio de Eros. Sigo reafirmando que me fue (y me es) posible reconocer el corpus psicoanalítico como un valioso dispositivo de trabajo concebido en una dimensión que no se agota en la clínica de consultorio.

El siglo XXI confronta a los psicoanalistas al desafío de cuestionarnos cómo significar las nuevas sintomatologías que se presentan. Nada del obrar humano nos tendría que ser ajeno, porque las consecuencias de no entrar en cuestión no son menores. Propongo un mayor acercamiento psicoanalítico a estos sufrimientos severos de la niñez y adolescentes. Psicosocialmente es una cuestión de Salud Publica comunitaria. Freud invitó a no empobrecer las ofertas clínicas en los diversos espacios sociales pero ¿qué valor tienen para los psicoanalistas las instituciones que materializan ‘lo público’, lo ‘estatal’? Nos compete fortalecerlas y no debilitarlas con nuestra ‘ausencia’ no cayendo en la ‘omisión funcional’. Además, son espacios propicios para aprehender funcionamientos mentales no explorables en el perímetro de la actividad privada. Es esta una invitación a trabajar para rescatar a los sujetos violentos. Nos ataña hacer también la experiencia de trabajar con pensamiento clínico con sujetos victimarios de conductas violentas hacia las mujeres (niñas, adolescentes o adultas) con la mira puesta en la prevención de recidivas. Como agente de Salud Mental (y como ciudadano/a) un/a psicoanalista inserto/a responsablemente en las transformaciones epocales no pueden eludir las toxicidades de la realidad atestiguadas en violencias explícitas e implícitas, en sus diversos grados de intensidad y extensión que contaminan la vida cotidiana. Planteo la necesidad perentoria de revalorización del saber y del hacer de los psicoanalistas involucrados en la acción pública con anclaje social, no secundarizando en la hechura de nuestra formación la conciencia comunitaria y ciudadana más allá del trabajo de consultorio. Como miembros de la comunidad y por respeto a l@s damnificadas/os, vaya como tributo el epigrama .

«Aquí yace gimiendo un niño o un adolescente”