Nuevas generaciones, nuevas parentalidades

Lo novedoso y lo nuevo

Juan Gennaro

“¿Quién le ha enseñado algo definitivo en su vida?”. Nunca sé qué contestar (a menos que diga “mamá y papá”), porque en cada etapa de mi existencia alguien me enseñó algo. Podían ser personas que estaban a mi lado o algunos amados difuntos como Aristóteles, santo Tomás, Locke o Peirce.”

Humberto Eco, De la estupidez a la locura, Crónicas para el futuro que nos espera. Ed. Lumen, 2016.

Acerca de las opiniones pertinentes

Escribíamos hace algunos años: “Los psicoanalistas se reúnen con frecuencia, confluyen entusiastas en ateneos, jornadas, coloquios, congresos, debates… y en ellos hablan, cuentan y discuten, en un irresistible torrente verbal que permite evocar, en negativo, el ingente trabajo de callar con el objetivo de crear un lugar de silencio solicitante y facilitador, para crear un espacio en el que, durante las sesiones, la palabra de sus pacientes sea protagónica.” 

Es posible pensar que este “irresistible torrente verbal” debiera convocar nuestra reflexión y nuestra prudencia, cuando, de forma un tanto precipitada, nos embarcamos en debates que solicitan nuestro pretendido saber acerca de temas que escapan, de manera evidente, a nuestra área de intervención específica. Es cierto que nuestro psiquismo funciona generando permanentemente condensaciones con los múltiples elementos que alimentan nuestra percepción, tanto externa como interna, para permitirnos representaciones mentales que se “destaquen” sobre una multiplicidad compleja y caótica, que, de no mediar ese trabajo psíquico nos sumiría en la confusión, como ocurre en ciertas manifestaciones patológicas. Esta capacidad de condensación es común al trabajo del sueño, de todas las formas de pensamiento, de la elaboración científica, pero también, no hay que olvidarlo, de los prejuicios, las ideologías y las religiones, que funcionan creando “fórmulas lapidarias” (B. Chervet, 2018), que nos permiten, mediante estas simplificaciones, enfrentar lo desconocido, lo imprevisible, la obscuridad de la nada, que nos conectan con nuestros miedos y angustias infantiles más tempranos.

Los psicoanalistas somos frecuentemente solicitados para dar nuestra opinión sobre diversos temas y corremos siempre el riesgo, en cuanto nos alejamos de nuestro saber específico: el psicoanálisis; de precipitarnos en afirmaciones simplistas, generalizaciones abusivas que alimentan prejuicios y que impiden afrontar el estudio de realidades complejas y diversas con métodos suficientemente rigurosos y capaces de abarcar ampliamente el objeto de estudio en cuestión y que frecuentemente no son los nuestros.

Lo novedoso y lo nuevo

Puesto que hemos advertido al lector y a nosotros mismos sobre los peligros de quedar prisioneros de fórmulas prejuiciosas y generalizaciones abusivas, aceptemos de internarnos en este estrecho desfiladero guiándonos con nuestros conocimientos psicoanalíticos y tratemos de abordar el tema que nos ha sido propuesto.

Cuando hablamos de “nuevas generaciones” y “nuevas parentalidades”, nos vemos rápidamente confrontados a la oposición entre “lo viejo” y “lo nuevo”, presuponiendo que han existido cambios en esta transición de lo anterior hacia lo actual y esto sin mencionar lo que nuestra fértil imaginación nos permite proyectar en las modificaciones de “el futuro que nos espera” (H. Eco). Sería necio negar que la sociedad actual es rica en manifestaciones novedosas, tanto en el plano de las costumbres, los códigos, las formas de expresión, como también en los desarrollos tecnológicos, el “peso” de la virtualidad y de la imagen en los medios de comunicación, la vertiginosa rapidez en los intercambios e incluso en las relaciones entre los países y las formas de dirimir los conflictos entre ellos. Muchos elementos novedosos, sin duda, pero ¿son éstos representativos de lo nuevo? Es decir, los diferentes aspectos singulares, novedosos que aparecen sin cesar en nuestra sociedad ¿introducen cambios fundamentales en las formas esenciales en los que se estructura lo humano en su especificidad? ¿los vínculos humanos que constituyen la estructura de base en la que se desarrolla un nuevo ser humano, se ven modificados por estas manifestaciones (aún las más exóticas) que modifican el decorado de nuestra realidad? Y además y de manera un tanto intrépida, nos preguntamos: Ciertas “novedades” que asombran a los padres y abuelos en la actualidad, ¿ son realmente nuevas? ¿Son las generaciones de hoy tan diferentes a las anteriores? La generación de los “años locos” de la preguerra, los años de “l’entente cordiale” y del charleston, los jóvenes del existerncialismo y la liberación sexual de la posguerra, la generación “baba-cool” de los años 60 y 70 con sus luchas “liberadoras” y sus “comunidades hippies”, por mencionar solo algunas, ¿no sumían en el desconcierto a sus padres, escandalizándolos, con la “violencia” de sus reclamos y enfrentamientos, la excentricidad de sus actitudes, sus posiciones extremas? Esas mismas generaciones contemplan hoy con el mismo desconcierto a los jóvenes “millenium” y “z” preguntándose cómo situarse y añorando con “nostalgia” los años de bonanza ya pasados… en que todo parecía más ordenado !  Comencemos entonces nuestra búsqueda centrándonos más bien en lo invariante, lo que permanece sin modificaciones esenciales. Veamos esto de más cerca.

Los vínculos primarios

En el último siglo, en particular a partir del desarrollo del psicoanálisis de niños, numerosísimos psicoanalistas han podido desarrollar, a partir de sus observaciones clínicas, un conocimiento cada vez mayor, acerca del desarrollo del psiquismo temprano y en ese sentido, de la importancia de la relación primaria entre la madre y su bebé. La madre desarrolla, desde la gestación de su niño, tal vez antes, un universo imaginario, en gran parte inconsciente, en el que abre un verdadero espacio en su mundo interior que constituye un verdadero “nido” psíquico que otorga un “espacio” imaginario para ese nuevo niño, que la madre investirá con sus deseos y sus sueños. Una vez producido el nacimiento, este espacio interior fuertemente investido y cargado de afecto será proyectado en el afuera, situando al niño como otro diferente, destino de sus cuidados, “holding” (Winnicott) y de su escucha particular: la madre “traduce” a su bebé devolviendo en este retorno sensorial, imaginario y verbal, el crisol en el que el niño comenzará a establecer las primeras huellas mnémicas constitutivas de los cimientos de su identidad, lo que denominamos la constitución del narcisismo primario absoluto (A. Green). Este vínculo primordial creará el marco en el que la vida pulsional del bebé encontrará un continente para su organización primordial produciéndose en él los anudamientos pulsionales fundamentales, el niño podrá encontrar el sendero para sus primeras investiduras de este espacio materno, pudiendo, frente a su ausencia, “alucinar” a su madre y configurar los gérmenes de sus primeras representaciones psíquicas en su propio espacio interior.

En ocasiones, las fallas en el propio narcisismo de la madre, obstaculiza este encuentro o lo imposibilita, creando fallas y carencias más o menos profundas en la constitución del narcisismo primario del niño. Ya sea que la madre viva la presencia de ese nuevo ser, ya en su cuerpo, como un objeto amenazante despertando angustias de desmoronamiento o fantasías inconscientes de ser devorada desde adentro, repitiendo sus propias angustias primarias y que pueden llegar a vivencias de despersonalización, la posibilidad de investidura del espacio imaginario del niño por nacer o ya nacido se encuentra comprometida y el “anidamiento” primario que describíamos anteriormente no se produce o se produce con alteraciones que se traducen en fallas, más o menos profundas en la identidad del nuevo ser.

En ocasiones, al llegar a este punto de la descripción de este proceso, suelen preguntarme: ¿Y el padre?, el padre, respondo, está presente siempre y desde el principio en este montaje primordial. Tanto el padre de la identificación primaria, es decir el padre de la historia familiar, de la filogenia, que está incluido en el funcionamiento psíquico materno permitiéndole asumir su rol fundamental de continente materno, haciendo posible ese movimiento pendular que consiste en sumergirse en la “simbiosis” con su bebé, conteniéndolo y “traduciéndolo” sin “naufragar” o quedar apresada en él y emerger de la misma permitiendo esa “respiración” en ese vínculo particular en donde la presencia/ausencia materna es esencial en la constitución del espacio psíquico del niño; así como también, decíamos, la presencia del padre asociado a la gestación del niño y que convoca el deseo de la madre; y esto independientemente de que este último este eventualmente ausente (en cualquiera de las manifestaciones de la ausencia). Por otro lado, es importante en este momento señalar, que cuando hablamos de la madre o el padre, nos referimos fundamentalmente a sus funciones que, en ocasiones, pueden ser cumplidas por personas diferentes a los genitores e independientemente de su identidad sexual; es así que el padre puede también cumplir funciones maternas y viceversa.

Esta estructura fundante primaria, a la que S. Freud ilustró con el mito de Edipo (y no a la inversa) resulta, a nuestro entender, una invariante en el desarrollo humano, en todas las épocas y en todas las culturas e independiente de las formas diversas que adopten las estructuras parentales (mono o pluri-parentales, de parejas de igual o diferente sexo, etc.). Algunas corrientes, interesadas en el estudio de los vínculos familiares o en una perspectiva “culturalista” piensan que debido a la diversidad o los cambios en la estructura tradicional de la familia “tipo” en la actualidad, la noción de la función estructurante del Complejo de Edipo ha perdido vigencia, pensamos por nuestro lado que esto no es así, y que el desarrollo psíquico humano se organiza (o se desorganiza) en función de estos determinantes que son internos al proceso e independientes de la forma que adquiera la estructura familiar. Por otro lado, esta última ha sido siempre extremadamente diversa, en todas las épocas, más allá de su apariencia formal, con presencias, ausencias, substituciones y exclusiones, con múltiples asociaciones y ensamblajes… tanto es compleja la sexualidad humana y la vida misma.

Prosiguiendo con nuestra búsqueda de lo invariante, lo que no cambia a través de los tiempos y las culturas, encontramos, en el desarrollo psico-sexual del ser humano, dos eventos estructurantes e igualmente invariantes, a saber: el descubrimiento de la diferencia de los sexos y el de la diferencia de las generaciones. El primero de ellos, coloca al niño frente al duelo de la posibilidad omnipotente de pertenecer a los dos sexos, deberá aceptar, ¡oh ultraje supremo! que durante toda su vida sólo pertenecerá a uno de los dos sexos y no a ambos. Esto colocará al niño o la niña frente a la perspectiva de reconocer igual “carencia” en ambos padres, será determinante en el desarrollo del Complejo de Edipo y su posicionamiento frente al principio de realidad.

De manera similar, el reconocimiento de la diferencia de las generaciones, le permitirá posicionarse frente a otra imposibilidad con su consecuente duelo: hay padres, niños y abuelos y, en la cadena de la vida, los cruzamientos prohibidos y los “saltos” imposibles de una generación a otra. “Los niños no se casan con los padres” y naturalmente la elaboración de la castración suprema, pivote esencial del principio de realidad: la finitud y la muerte. “Tu morirás primero – decía una pequeña – porque tienes más arrugas! “…

Caras diferentes de la misma omelette

“Avanzamos como cangrejos” nos dice Humberto Eco en la obra ya citada, refiriéndose a la “ilusión” de lo nuevo, frente a lo novedoso de los nuevos “disfraces” que enmascaran los mismos fenómenos.

Sin embargo, es pertinente que nos detengamos en ciertas manifestaciones de lo “actual” que, según podemos observar, tienen una incidencia cierta en el marco de nuestras observaciones clínicas.

Tomemos por ejemplo el hecho, en la práctica del análisis de niños, en los que se utiliza el juego para establecer la posibilidad de un vínculo y un trabajo terapéutico, de que los juguetes que utilizábamos en nuestra infancia, similares o idénticos a los que utilizaban nuestros padres y abuelos, ya no son los mismos, las pantallas, consolas, artefactos electrónicos de todo tipo, introducen un nuevo universo, con códigos propios, con un lenguaje particular, que frecuentemente siembran desconcierto en los padres, terapeutas y abuelos que se ven “superados” por las jóvenes generaciones para los que este universo es totalmente familiar y frente al que la evocación de sus “viejos” juguetes, despierta muecas irónicas o una total indiferencia.

Podemos pensar que este desequilibrio, novedoso, en la cadena generacional, invierte también, en cierto punto, esta posición de “pretendido saber”. “Yo ya he pasado por esto”, “Yo he sido niño antes que tú”, aumentando por un lado una sensación de extrañeza en las viejas generaciones frente a las nuevas que poseen un “saber” que ellos nunca han poseído. Ahora sería “Tú sabes más que yo” y vemos entonces al abuelo o la abuela o a los padres, pidiendo a sus hijos o nietos que resuelvan los tortuosos problemas que les producen los laberintos informáticos. A esto se agrega, al menos en nuestra cultura occidental, urbana y consumista, una idealización de “lo joven” y un cierto “espanto” frente al paso del tiempo y la aceptación del devenir que nos ubica en la cadena del tiempo. Los padres y abuelos utilizan todos los recursos posibles para “frenar” lo inexorable introduciendo en esta búsqueda vana y sin darse cuenta, una horizontalidad que los descalifica y los inhabilita cuando intentan asumir un rol de autoridad parental.

El “ya no sé que hacer con mis hijos” traduce muchas veces un “ya no sé qué hacer con mí mismo”. Tal vez esta situación que se asemeja a una dimisión parental, en su necesario rol de encuadramiento de los hijos, se complica con actitudes desafiantes y arrogantes en jóvenes que se saben, aunque ilusoriamente, poseedores de un saber y una juventud que los padres ya no poseen… “ustedes no entienden nada”, “ahora las cosas son diferentes”… aunque rápidamente debemos reconocer que pronunciábamos, o murmurábamos, frases similares frente a la “ignorancia” o la “intolerancia” de nuestros propios padres y ellos a su vez con los suyos propios y así de generación en generación…hasta el punto de estar casi convencidos que eran las palabras que podría haber pronunciado el joven Brutus frente a su padre Cayo Julio … aunque debamos reconocer que es innecesario llegar a tales excesos…