Puntuaciones acerca del femicidio desde el psicoanálisis

Por Leonardo Peskin

Desde siempre las mujeres fueron tratadas y culturalmente fueron obligadas a ser tratadas, de un modo violento y desvalorizado. A Eva, subordinada a Adán, se la describe vinculada a su antecesora Lilith, como figura mitológica separada de la víbora como representación directa del mal. El mal y la mujer quedan asociados a la expulsión del paraíso. Más allá de todos los significados que podamos darle, la mujer aparece implicada con los impulsos que llevan al pecado. Es la figura pulsional y se le atribuye lo que se denomina el goce femenino. Un goce que no tiene palabras y relacionable con lo psicótico, lo diabólico, lo tanático, lo devastador, etc.

Lo femenino no tiene que ver con las mujeres en particular, es atribuido a ellas, está en hombres y mujeres. Quizás ganaríamos llamándolo goce desligado de lo simbólico, de la palabra. Para los analistas y sus propuestas lógicas, pretende ser parte de la bisexualidad, como el otro género siempre femenino que se trata de resolver.

Más allá de los psicoanalistas, a las mujeres se les adjudica esa desligazón de lo simbólico que las estigmatiza como lo ingobernable. Lo que lleva a interpretar mal la expresión de Freud de que lo femenino es el continente negro, que se refiere a lo desconocido, al enigma. Lo mismo pasa con el masoquismo femenino y la pasividad, conceptos a revisar. La patología insignia de esta atribución es la celotipia, cuadro psicótico delirante que cela a la mujer con la certeza de estar despertando el deseo de los hombres, reproduciendo a Eva como inductora del mal. Siendo una psicosis, la proyección masiva de aspectos psicóticos homosexuales es lo que motiva la conducta, son ellos los que desean al hombre. Freud relaciona los celos con la paranoia y la homosexualidad. La homosexualidad psicótica no es una elección de objeto homosexual, como en la mayoría de los homosexuales que son neuróticos, es transexualidad, que como el goce femenino no tiene límites. El problema de Schreber no solo era el deseo de ser mujer sino de copular con Dios. Norman Bates, el asesino de Psicosis de Hitchcock , asesina mujeres inducido por el mandato de una madre asesinada y conservada, que ordenaba la tendencia femicida delirante. Lo femenino es atacado por un mandato femenino, de una madre que no pudo terminar de ser asesinada. El superyó ordena matar aquello que es él mismo. Matar concretamente es una mala tentativa de simbolizar. En la celotipia la proyección deposita en una mujer lo ingobernable, lo femenino, intentando destruirlo como fuente paranoica de dolor. Algunas mujeres creen ver en el control y la posesividad celosa de estos hombres signos de amor. Aquí se abre desde la figura del golpeador y su víctima, hasta la mujer inmolada “por excesos de amor recíproco”. Debemos separar a las mujeres de ese goce femenino en lo cultural, lo que incluye que ellas no acepten el rol de asumir esa forma de feminidad. Hay que darles la palabra a las mujeres y mencionarlas de otra forma en cualquier discurso social. No caer en la tentación de hacerles asumir ciertos roles sociales, como la relación con la muerte, el cuidado de los enfermos, las tareas más serviles, o incluso cualquier exceso de sufrimiento ligado al sexo y la maternidad. Es una problemática de ambos sexos la feminidad y hay que cuidar que ambos sexos eludan asumirla como tentación sadomasoquista de reparto de roles. Una historia interesante en ese sentido es la de Scherezade, la que logra posponer indefinidamente su asesinato anteponiendo toda la cultura árabe en sus relatos, así frenó el femicidio y salvó la honra de su padre.