Algunas reflexiones sobre bullying

Lic. Mara Brawer, Diputada Nacional. (Coautora, junto con la Lic. Marina Lerner, del libro “Violencia. Cómo construir autoridad para una escueta inclusiva”).

El bullying, término inglés que el diccionario idiomático define como “acoso”, “hostigamiento” “abuso”, se ha instalado en nuestras escuelas como un significante de la violencia o agresión entre niños o entre jóvenes.

Pero en los vínculos escolares se presentan múltilples situaciones de violencia y no todas ellas pueden definirse como casos de hostigamiento. El enfoque mediático, y muchas veces el de las comunidades educativas, tiende a limitar la perspectiva y por ende la intervención a tales casos, como si en otro tipo de episodios de violencia no fuera necesaria la intervención de la escuela.

Sin embargo, el llamado bullying es sólo una modalidad de las múltiples formas que asume la violencia. Hay una representación cultural que opera discursivamente, con una figura retórica, la sinécdoque, que sustituye la parte por el todo. Y así es como la palabra bullying pasó a simbolizar todo el catálogo de situaciones ligadas a la violencia en el ámbito escolar.

Pero para que exista esta problemática deben darse una serie de condiciones específicas, que la recortan y distinguen de otras situaciones donde se manifiestan conductas violentas.

En principio, tiene que haber una agresión sostenida en el tiempo y una asimetría de poder entre los alumnos que están hostigando y aquellos que están padeciendo el hostigamiento.

El acoso entre pares como fenómeno escolar siempre implica una escena en la que participan muchos más alumnos que aquellos que están acosando y aquellos que están siendo acosados; hablamos de “escena de acoso”, porque siempre está dedicada a un público, al resto de los compañeros, que muchas veces se convierten en espectadores activos de la escena.

No podemos analizar el fenómeno sin contemplar que un grupo de pares involucra siempre relaciones de poder. En algunas ocasiones, estos grupos se van conformando por fuera de la presencia del adulto, que es a quien corresponde instalar la ley que posibilita los vínculos, permitiendo que el poder tenga una distribución más solidaria que incluya a todos en su conjunto y a cada uno en su singularidad. Sin autoridad y sin ley, lo que predomina en la conformación de grupos de pares de niños y adolescentes es “la ley del más fuerte”.

Entender esta lógica nos permite tomar distancia de definiciones esencialistas que encasillan a niños y a jóvenes en roles que no favorecen a su desarrollo ciudadano. No existen chicos “fuertes” o “débiles” “acosadores” o “acosados” en esencia. Unos y otros, quienes acosan y quienes son acosados, se encuentran en situación de vulnerabilidad. Por un lado, por su condición de niños o jóvenes, o seres que se encuentran en pleno proceso de constitución subjetiva; por otro, porque se encuentran envueltos en un vínculo que resulta perjudicial para su desarrollo.

Si no marcamos esta diferencia, no hacemos otra cosa que reforzar la lógica que subyace al acoso, cuando justamente nuestra intervención como adultos tiene que orientarse a develar la escena y generar otras posibles. Podemos afirmar que a mayor intervención docente, a mayor presencia adulta, menos violencia, menor posibilidad de que un niño tome el poder sobre otro.

Los enfoques centrados en el individuo derivan en frases como “cuando conozco a los padres entiendo la agresión del chico”, “lo que pasa es que vive en la villa”, “somos una escuela a la que asisten chicos de un barrio marginal”, “perdemos a los buenos por incluir a los malos”, “la manzana podrida”. Estos enfoques, sin embargo, no pueden explicar por qué un niño, joven o adulto puede relacionarse de manera diferente cuando las circunstancias en que lo hace cambian. No es poco común en las escuelas que un niño actúe de modo agresivo durante la materia de una profesora, mientras que con otra docente su actitud cambia.

Una docente tutora de un 1er año de una escuela secundaria, con humor, da cuenta de la transformación de un joven. Esta le comenta a una colega: “¿Te acordás de Iván, el alumno de 1ro, 2da…, Iván el terrible? Bueno, ahora es el Arcangel Gabriel… lee en voz alta, me ayuda a borrar el pizarrón, ya no molesta en clases… Un gusto pasó a ser tenerlo a Iván como alumno”.

Ante la pregunta sobre cuáles habían sido las intervenciones de la escuela que posibilitaron este cambio, se sorprende y recuerda una conversación que tuvo con él en términos muy claros, en la que le dice que si él quiere realmente estudiar, ella va a dedicar un tiempo por semana para ayudarlo a ordenar sus carpetas y orientarlo en sus estudios. Al cambiar las condiciones, los que están transitando su camino por su niñez o por su adolescencia, tienen la oportunidad de repensar sus maneras de vincularse con los otros.

Una lectura institucional de la escena del bullying, en lugar de posicionarnos en un enfoque centrado en el individuo, propone una mirada vincular: ponemos el acento en el contexto en el que tienen lugar las interacciones.

Desde ya que esta mirada no implica desconocer que existen características subjetivas de cada chico, pero amplía los niveles de comprensión al sostener que los comportamientos son situacionales. Y el marco situacional, en este caso, es la institución educativa. Desde esta perspectiva, entendemos que los conflictos no son ni de un alumno –al que se lo suele catalogar como el “chico- problema”- , ni responsabilidad de un solo docente. Por el contrario, miramos los vínculos que se construyen en la escuela.

Además, permite contextualizar un conflicto y esto no es sólo situarlo en el aquí y ahora sino también historizarlo, es decir, considerar su trayectoria histórica o cómo se fue desarrollando a través del tiempo. La génesis de un conflicto suele ser anterior en el tiempo al momento en que se expresa plenamente.

Ampliar los niveles de comprensión favorece pensar las condiciones institucionales en que el bullying encuentra escenario propicio para expresarse. Y nos impulsa a imaginar un abordaje integral que contemple no solamente los casos de acoso sino las múltiples situaciones que pueden generarse, centrándonos en la construcción cotidiana de una cultura democrática donde se respeten los derechos de todos y todas.