Bullying: dolor, desamparo y trauma

Lic. Marta Dávila, Miembro de APA

Hoy mi madre no me quiso.
La he rondado horas enteras
vestido de capitán, de mago,
de marinero, pero nada,
no me quiso ni me ha pegado siquiera.
[Primera soledad, de Armando Tejada Gómez]

Nos referiremos aquí a la problemática de los niños y jóvenes que participan en la situación de bullying: el agresor, la víctima y los espectadores, entendiéndolo como un fenómeno de grupo. También tenemos en cuenta el rol del adulto: padres, docentes y autoridades de establecimientos educativos que si bien no son los protagonistas directos, están implicados en el fenómeno.

Enfocamos estos comportamientos violentos como una respuesta a un conjunto de situaciones conscientes e inconscientes, irracionales, crueles y autodestructivas que se originan y retroalimentan en el contexto social y familiar.

La acción se desarrolla dentro del ámbito escolar. Los actores son diversos: un grupo encabezado generalmente por un líder negativo que provoca y maltrata, un niño o joven que es objeto de burlas y agresiones, otros que apoyan el evento, algunos que son sólo espectadores y los adultos que no ponen límites (por temor, indiferencia o no percibir la situación). Todos sufrirán los efectos del trauma, de una u otra manera según la posición que ocupen en la escena.

Podríamos pensar que la concepción del trauma infantil muestra por qué algunos sujetos participan en la situación de bullying como protagonistas principales o secundarios, ejerciendo uno u otro rol.

Los traumas tempranos, así como las disociaciones prematuras del yo, facilitan la instalación de diferentes situaciones conflictivas en la relación con los otros. No obstante, hay acontecimientos violentos que resultan traumáticos per se y no necesariamente son parte de conflictos previos, que pueden poner de manifiesto puntos vulnerables compensados hasta ese momento.

Los niños que han sufrido hechos traumáticos reactualizan en las relaciones con otros un vinculo afectivo temprano devolviendo al trauma su vigencia, para hacerla “real-objetiva {real}, vivenciar de nuevo una repetición de ella”. Tales “empeños” tienen que ver con la “fijación al trauma”, por un lado y la “compulsión de repetición” por el otro (Freud, 1939: pp.71-73).

Es decir que éstos, al no poder otorgarle un sentido a aquello que habían vivido con sus primeros objetos frustrantes, perdieron toda posibilidad de elaboración, proyectando hacia afuera una cantidad de estímulos no procesables. De tal forma, el mundo externo se volverá amenazante: en lo sucesivo no sólo deberán defenderse de sus objetos internos, sino también de los hostiles proyectados.

Así como observamos que se protegen desconfiando del mundo circundante, también pueden hacerlo a través de ataques agresivos a los otros. Desde esta concepción del trauma se explicaría la situación de aquellos niños que, en el ámbito escolar, reactivamente, victimizan a los otros, como una repetición del desamor, indiferencia u hostilidad, que experimentaron en relación a sus cuidadores. Así, un alumno se ubica en la escala de dominio para protegerse de agresiones que lo dejaron desamparado.

A la inversa, los síntomas de los sujetos que son víctimas de bullying, revelan lo traumático: suelen quedarse paralizados por una angustia desbordante frente al maltrato de sus pares, colocándolos en un estado de perplejidad tal, que no pueden defenderse. Podríamos inferir que hubo en sus vínculos primarios, situaciones de duelo, ausencias o pérdidas, y que los sufrientes no pudieron expresar, seguramente por la inmadurez del aparato psíquico, con el consecuente menoscabo de su autoestima. Ese “primer trauma” quedó oculto, “secretado en el inconsciente -según Marucco (2004, p. 4)- por la imposibilidad de representarlo”. La falta de sostén y de acompañamiento de un adulto en la situación escolar, lo dejan más indefenso aún para poder resguardarse de una nueva situación traumática.

Aquellos que han sido abusados en los casos de bullying, cuando la eficacia patógena ha sido muy grande, frente a un nuevo acontecimiento menor, temen que sea el preanuncio inevitable e irreversible de un nuevo suceso doloroso. Los acontecimientos traumáticos pueden cobrar sentido luego, a partir de otro hecho que en sí mismo no lo es tanto, pero que actúa como factor desencadenante.

En las familias y en la sociedad actual la función paterna se encuentra desvalorizada: lo ilegitimo es avalado, lo simbólico resulta inconsistente y es lo real, lo traumático, lo que interviene. Las funciones propias de los padres perdieron definición, dejando como saldo patrones poco claros con atribuciones imprecisas. Los adultos han perdido autoridad: se ha pasado de la familia patriarcal, autoritaria y dominante, a un estilo demasiado permisivo, en los que se confundió libertad con dejar hacer, sin imprimir límites necesarios.

Sabemos de la importancia de la función paterna: ésta desempeña un papel esencial en la subjetivación del niño, funda y organiza la estructura psíquica. Como representante simbólico de la ley, a través de su mediación, diferencia entre lo permitido y lo prohibido, adecuando la ordenación de los vínculos sexuales y filiales, limitando la pulsión. Es el articulador del tabú del incesto en la dinámica familiar, instalando al joven sujeto en una posición de falta, ubicándolo como sujeto deseante.

Frente a la falta de límites, frente a las deficiencias de la “ley del Padre”, los chicos se sienten solos e inseguros, pues la estructura que debería contenerlos y acompañarlos en su crecimiento, aparece desdibujada. Este sentimiento de soledad deja como síntomas, la violencia y la incapacidad para tolerar la frustración. Muchas veces, el rencor que procede de situaciones familiares difíciles, se desplaza hacia los profesores. Los personajes secundarios son los compañeros, a partir de los cuales se expresan las rivalidades entre hermanos. Celos, alianzas o desafíos que no pudieron ser tramitados por vía normal, se transfieren al ámbito escolar, convirtiendo este espacio en teatro y re-edición de una verdadera tragedia.

Por otra parte, estos hechos de violencia son, a su vez, generadores de traumas en aquellas personas que los han padecido directa o indirectamente. El efecto contagio y un posible permiso para una nueva trasgresión, son algunas de las posibilidades. Asimismo, miedos, fobias, ataques de pánico, trastornos en el sueño, retracciones y desconexiones, son síntomas detectados en alumnos, padres y docentes.

En las instituciones educativas, las figuras de autoridad deben instaurarse como modelos positivos, ofreciendo a sus alumnos un marco de sostén y legalidad. En general, cuando se intenta resolver la situación de acoso entre pares, ésta ya se encuentra instalada y la resolución podría llegar a ser extrema.

El eje central de nuestro trabajo como psicoanalistas debe, más que nada, apuntar a la prevención: el personal especializado tiene que capacitar a directivos y docentes para detectar estos casos, generando espacios de reflexión también con padres y alumnos.

Bibliografía

Freud, S. (1937-[1939]). Moisés, su pueblo y la religión monoteísta, en Obras Completas, tomo XXIII. Amorrortu Editores, 1976, Buenos Aires.

Marucco, N. (2004) El escenario traumático en el psicoanálisis. Aproximaciones desde la teoría y la clínica. Presentado en el espacio Coloquios de Secretaría Científica – Asociación Psicoanalítica Argentina.