Arte, poder y cultura

La tanatopolítica en la cultura y su relación el arte

Dr. Carlos Weisse. Miembro de APA, Poeta

Si tomamos el ejemplo que más nos ha tocado vivir de cerca, el proceso militar y el Terrorismo de Estado, observamos un delirio de infatuación en cada uno de los sujetos que actuaron en él; sobre todo notorio en los torturadores y grupos de tareas. Lo podemos ver a través de las declaraciones en los juicios que se están llevando a cabo.

Tomemos un notorio ejemplo partiendo -para el análisis- de las palabras de un torturador. Él decía: “nosotros acá somos Dios, decidimos sobre la vida y la muerte”. Esta frase nos parece el núcleo significativo de los sacrificadores del proceso.

Vemos desarrollarse en el tema que nos ocupa la figura del Homo Sacer construida por Giorgio Agamben, figura del derecho romano arcaico que designa al hombre fuera de la ley, cuya vida puede ser suprimida sin que constituya delito, pero no puede ser “sacrificado” (en el sentido religioso o ritual). Esta vida separada del resto de la vida de la polis constituye la “nuda vida”, vida desnuda cuya existencia es despojada de todo valor político.

Esta figura reaparece en el siglo XX en los campos de concentración o de exterminio. Agamben sostiene que es dicho campo de concentración y no la ciudad lo que constituye el paradigma de nuestra modernidad, la “nuda vida” despojada de todo valor político, de todo sentido ciudadano. El campo es el espacio más radical (aunque no el único) donde se ejecutan las biopolíticas contemporáneas donde la vida privada de todo derecho puede ser objeto de todas las manipulaciones, humillaciones, experimentos, tormentos etc.

Esta condición de Homo Sacer elimina la condición de ciudadano y sujeto de derechos humanos; aparece constantemente en el horizonte de la política contemporánea. Del otro lado está el poder soberano en una relación de captura de la vida desnuda sobre la base de una estructura jurídica y un espacio de excepción. En el seno de este espacio se aísla en cada sujeto la “nuda vida” expuesta directamente al poder. El estado de excepción es así el reverso de la norma, el principio que le es inmanente y por lo tanto la regla y la excepción se vuelven indiscernibles, así los límites del espacio de excepción tienden a disolverse y de este modo generalizar a la misma como estructura y concernir sin solución de compromiso al conjunto de los hombres.

Agamben hace especial hincapié en la ausencia de un aura sacrificial de los campos de concentración y de los asesinatos en masa, no hay en realidad ofrenda ni holocausto, así como el racismo no alcanza para explicar la política nazi. El judío bajo el nazismo es el referente negativo privilegiado de la nueva soberanía biopolítica y como tal un caso flagrante de Homo Sacer, es decir la vida que se puede suprimir impunemente, pero no sacrificar. Los judíos no fueron exterminados en un holocausto delirante y desmesurado sino –en palabras de Hitler- “como piojos”, es decir en tanto “nuda vida”. El nazismo es el primer estado esencialmente biopolítico que toma decisiones sobre la vida como tal, apuntaba a terminar con la degeneración de la raza aria y a la rectificación eugenésica a través de la producción de un cuerpo biológico. No es una invocación al sacrificio sino la puesta en marcha de un saneamiento.

Hay una medida común de las masacres de nuestro tiempo con lo sucedido durante el nazismo y es la reducción a una subhumanidad, a una condición inferior de aquel a ser exterminado. Esta condición culminaría en la figura extrema del musulmán, aquel que en el campo ha dado la experiencia integral del no-hombre hasta la abolición de todo pensamiento, de todo afecto o voluntad.

Así entonces la pareja fundamental categorial de la política occidental es la de la nuda vida-existencia política; zóe-bios; exclusión-inclusión. Hay política porque el hombre es el ser vivo que, en el lenguaje, separa la propia nuda vida y la opone a sí mismo manteniéndose, al mismo tiempo, en relación con ella, desde la lógica de una inclusión exclusiva. Agamben dirá que se opera un doble movimiento que funda la política occidental: de un lado el advenimiento material de la nuda vida; aquel individuo eliminable, puro desecho sin significación, y, por el otro lado, la construcción en tanto fenómeno del lenguaje, de la exclusión.

Si es la vida el centro de la política, pero no la vida entendida como lo hacían los clásicos griegos, sino como zòê que es introducida violentamente en la ciudad, lo que aparece, a un mismo tiempo, es el dispositivo que la maquinaria estatal moderna pone en funcionamiento a partir de la lógica de la exclusión-inclusiva, es decir, de la disponibilidad de toda vida a ser convertida en nuda vida. Como bien lo destaca Agamben, el nazismo y el fascismo no han sido otra cosa que la radicalización de esta matriz fundacional de la política en la modernidad.

Agamben recurre a otra categoría fundamental, la de estado de excepción, pensado sobre todo en una perspectiva crítica a Carl Schmitt y a Walter Benjamin. Su objetivo es destacar la profunda imbricación entre construcción del poder soberano, el estado de excepción y la violencia exterminadora. El encabezado de esta parte del libro será la famosa frase del jurista alemán: “Soberano es el que decide sobre el estado de excepción”. A partir de esta definición surge una de las paradojas más significativas de la construcción de la soberanía en la modernidad: “El soberano está, al mismo tiempo, fuera y dentro del ordenamiento jurídico”.

Frente a esto el arte puede ser pensado como espacio de resistencia y de denuncia, una expresión de ello es el siluetazo, la creación de siluetas vacías para aludir a los desaparecidos, a los Homo Sacer del terrorismo de estado. La silueta hace aparecer al desaparecido en su aparición vacía y señala los centros de detención clandestina.