Arte y Memoria

Lic. Hilda Catz. Miembro de APA. Artista plástica

Pero un día el chaparrón de la memoria
Cayó sobre su calva tan lustrosa…
…y puteó larga y tartajosamente
Ante el olvido el intratable olvido
Cuando lo vio tan lleno de memoria” **

Hilda Catz

El ser humano, a través del arte y la memoria, está permanentemente creando, sobretodo en sus inefables y fugaces expresiones, la complejidad y la diversidad del mundo en que vivimos. Como a través de una galería de espejos infinitos, sin palabras, lo que está más allá de las mismas, aquello que palpita en lo profundo del psiquismo, de un individuo, de una sociedad y de la historia. El Arte y la memoria, se unen y se convocan para darle lugar a todo aquello que está a la espera de ser significado, nombrado, y abren espacios posibles para que puedan habitar su propia escena.

Arte y memoria, se interrelacionan como un proceso de interrogación y creación permanentes, arqueológico, de búsqueda de los orígenes, de un saber que no se termina de poseer, sino que origina nuevas búsquedas, que descubre nuevos territorios de oscuridad, para crear sin terminar, en su continuo devenir, el mutable rostro del inconsciente individual y colectivo.

Ese tejido, esa trama subjetiva entre Arte y memoria, como un espejo que sostiene el devenir humano, en los azarosos derroteros de su evolución, establece un puente que va del individuo irreductible a la orilla del semejante, a través de todos los siglos, a través de todas las culturas.

Tomaré, entonces ese espacio de subjetividad compartida, entre la Memoria y el arte, como un espacio enigmático, habitado por el amor y la crueldad, las vicisitudes de la sexualidad y de la muerte. Espacio en el que entran a jugar colores, sonidos, palabras, texturas y formas; como una versión de una infinita gama de versiones de un texto original, al que nunca se puede acceder, tan solo aproximarse, pero que clama desde la elocuencia del silencio hallar su voz.

Octavio Paz, decía que contra el silencio y el bullicio, se hace necesario inventar la palabra, como una libertad que se inventa y nos inventa cada día. Y contra el olvido, la memoria como dice Benedetti, en su libro: “El olvido está lleno de memoria”, donde se resiste a que nos den clases de amnesia “como si nunca hubieran existido los combustibles ojos del alma o los labios de la pena huérfana… nos conminan a borrarla”.
Desde mi punto de vista, podríamos decir, siguiendo los derroteros de la memoria y el olvido, convidando al arte con vida, que el arte comenzó siendo una de las formas de la memoria. Si nos remontamos al hombre primitivo; y lo imaginamos volviendo a la cueva luego de cazar, tratando de comunicarse primariamente, aquello que vivió, lo que recuerda de sus luchas y de sus búsquedas, o sea, lo que quedo grabado en su mente, la memoria. Tal vez queriendo expresar lo que le pasó yendo a la búsqueda de su alimento, la extrañeza ante la muerte, o tratando de sacar fuera de sí lo temido, moviendo los brazos, sin palabras. Y de pronto, haciendo surgir el trazo inesperado, que brotó como sangre del golpe en la piedra, y se transformó en imagen.

Y sin proponérselo, comenzó a contar una historia, que hasta hoy nos acompaña por infinitud de senderos diversos, en todas las creaciones del ser humano, en todas sus desolaciones, búsquedas, hallazgos y logros, a lo largo de los siglos.

En el techo de la Capilla Sixtina del Arte Cuaternario, que reproduce los dibujos primitivos de las cuevas de Altamira, aparece el tallado de un jabalí con la curiosa particularidad de tener ocho patas. Pero no se trata, según los arqueólogos de una malformación pródiga de la naturaleza, sino de todo lo contrario, de la búsqueda del movimiento. Podemos pensar que el cavernícola-artista-memorioso, al trazar su futura presa, se topó con una imperfección: la realidad que lo circundaba no era estática. Se movía, cambiaba, se escurría y había que atrapar la imagen fugitiva, grabarla, retenerla, ¿para qué?, para recordarla, para poder cazarla, y otra vez la memoria y el arte intrincados.

Por eso decidió doblar en número las extremidades y fijar, de este modo, las actitudes sucesivas del animal en movimiento, la imagen en movimiento. Y esto aunque no es cine, puede considerarse como pintura con vocación cinematográfica, y un antecedente fiel del dibujo animado, del movimiento de la imagen que convoca todas las artes.

Este afán por fijar el movimiento en un lienzo, para retenerlo, no sólo no desaparecerá, sino que se irá agudizando a través del tiempo en el arte pictórico y en la escultura, como así también en todas las investigaciones científicas. Por ejemplo, también hubo otros elementos que prescindieron de la piedra o la pintura, las sombras chinescas, que no nacieron en China sino en la isla de Java, quizá unos cinco mil años antes de J.C. Reproducían imágenes en movimiento sobre una pared, y dieron origen a los teatros de sombras, procedentes de oriente y popularizados en Alemania y Francia.

El límite al que llega el mito del cine sin el soporte de la ciencia, es la Linterna Mágica, creada por un jesuita alemán en 1640. El invento consta de una poderosa fuente lumínica que atraviesa imágenes transparentes continuas para proyectarlas sobre una tela blanca. Pero el salto que mediara entre el mito y el invento se produciría, en sucesivas etapas, junto al enorme progreso técnico y científico ocasionado a la largo del siglo XIX.

El cinematógrafo, como todo invento complejo, surge tras una acumulación de hallazgos y experiencias diversas cuya base es la fotografía, pero esas imágenes fotografiadas debían ser proyectadas en forma continua para que provocaran la sensación de movimiento y pudieran ser transmitidas, recordadas por esa memoria universal que es también la historia del cine y su evolución. O sea que otra vez el Arte y la memoria se convocan mutuamente y registran el paso del tiempo en una historia sin fin que atraviesa las barreras del tiempo como en un túnel cargado de pasado y de futuro.

Como en el sueño del hombre que soñaba, de Borges, donde “el soñado se despierta”, lo soñado y lo no soñado se despierta, constituyéndose así, la posibilidad de un pasaje del sufrimiento y de lo inevitable de la tragedia, a la posibilidad de su despliegue. Tragedias, memorias y mitos que son a su vez, el proceso generador de las materias de las que se nutre el arte: las metáforas, los símbolos, las emociones ligadas a la experiencia de sufrimiento, de placer, pobladas de recuerdos.

Podría decirse que en este punto, el Arte y la memoria participan de esa aventura de abrir espacios, haciendo palpable una realidad que antes no existía, que era a veces tan solo la expresión de un vacío infinito que atraía desde la siniestra perspectiva de la nada. Tomándolo como un trabajo inacabado, habitado por escenas que buscan ser representadas, entre el pulular de los fantasmas, la quietud de los muertos y el eco recortado de los sueños.


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** Benedetti, M.: “El Olvido está lleno de memoria”, poema: “Se había olvidado”, pág. 21, Editorial Sudamericana, Bs. As.