Estética y Memoria, abanico del tiempo

Dra. Sara Cohen. Miembro de APA

Una obra artística o literaria no es ajena a su tiempo. A su vez cada obra, sin necesariamente proponérselo, tiende a concentrar en sí misma una estratificación de tiempos. Aunque no obedezcan a ninguna intención conciente del creador, ni estén sustentadas por una línea argumental, la memoria individual y la de la humanidad, ya sea reciente o remota, quedan plasmadas en un producto estético a través de la búsqueda formal que el autor implementa para producir esa obra.

Me referiré a la novela titulada “Austerlitz” de W. G. Sebald, porque la misma permite inferir lo imbricado que están los recursos estéticos utilizados por el autor y el tema del acceso a la memoria. Es justamente porque Sebald elige narrar del modo en el que lo hace, que nosotros sabemos acerca del profundo silencio y de la extrañeza vital en la que habita Jacques Austerlitz, el personaje de la novela. Es un personaje errante entrañable, es un sujeto arrojado de la historia, sin lengua materna, sin memoria. El narrador lo descubre en una estación en Amberes y durante decenios hay encuentros entre ellos -algunos azarosos, otros convenidos- que permitirán delinear el recorrido de un sobreviviente del nazismo. A lo largo del relato el narrador nos hace saber que Austerlitz, en su recorrido ha ido recuperando fragmentos de memoria que surgieron de modo imprevisto, y esos fragmentos lo guiaron para averiguar el devenir de sus padres y del pequeño que él fue, antes de sus cuatro años y medio, antes de que lo hagan partir de Praga en 1939, en un transporte de niños hacia Londres, para salvarlo. Es decir, recupera su identidad. Austerlitz es un estudioso y sigue rastros, en forma intuitiva, no sabe hasta qué punto su búsqueda está determinada por su propia historia: “Yo estaba entonces con mucha frecuencia allí, dijo Austerlitz, en parte por mi interés por la historia de la arquitectura y en parte también por otras razones, para mí incomprensibles, e hice fotografías de los restos mortales”. Por estar allí, frente a las demoliciones y construcciones, en la vieja sala de espera de la estación de Liverpool Street, recuerda, más bien tiene la convicción, de que algo se cifra allí de su pasado: “Realmente tenía la sensación, dijo Austerlitz, de que la sala de espera, en cuyo centro estaba yo como deslumbrado, contenía todas las horas de mi pasado, todos mis temores y deseos reprimidos y extinguidos alguna vez, como si el dibujo de rombos negros y blancos de las lozas de piedra que tenía a mis pies fuera el tablero para la partida final de mi vida, como si se extendiera por toda la planicie del tiempo. (…), y me acordé, por primera vez hasta donde podía recordar, de mí mismo, en el momento en el que comprendí que debió de ser a esa sala de espera adonde llegué a Inglaterra, hacía más de medio siglo.” Luego el protagonista, también de improviso escucha en una emisión de radio, en una librería por azar, a dos mujeres que hablan de que fueron transportadas en 1939, siendo niñas, desde Praga a Inglaterra. Lo cierto es que Austerlitz irá tras estas pistas y encontrará a su niñera en Praga quien será quien despertará mucho de lo adormecido en el personaje; ella despliega una gran capacidad de transmisión de la historia y esto tiene un efecto en la recuperación de retazos de memoria, que el personaje vive como auténticos. Y frente a las fotos que le muestra Vera, la niñera, el protagonista le relatará al narrador: “Se tenía la impresión, dijo, de que algo se movía dentro de ellas, de que se percibían pequeños suspiros de desesperación, gémissements de désespoir, dijo ella, dijo Austerlitz, como si las imágenes tuvieran su propia memoria y se acordaran de nosotros, de cómo fuimos antes nosotros, los supervivientes y los que no están ya entre nosotros. Sí, y este de aquí, en la otra fotografía, dijo Véra al cabo de un momento, ése eres tú, Jacquot, en febrero de 1939, aproximadamente medio año antes de haberte marchado de Praga. (…) La fotografía estaba ante mí, dijo Austerlitz, pero no me atrevía a tocarla”.

Austerlitz irá a Terezín detrás de los pasos que debió seguir su madre enviada al gueto de Terezín en 1942, irá a París detrás de los últimos pasos de su padre. No es una historia que pueda concluir. La novela no intenta concluir con esto, a lo cual se vuelve una y otra vez. En estrecha relación con la historia narrada está la búsqueda del escritor, del cual es interesante saber que nació en 1944, y que lamentablemente murió tempranamente en un accidente en 2001.

Sebald ha dicho en alguna entrevista:

“Nací en 1944 en el sur de Alemania. Me sucedió lo que le sucedió a la mayoría de los miembros de mi generación en Alemania. En la escuela de Allgäu, en Bavaria, durante la clase de historia contemporánea, a los diecisiete o dieciocho años, aparecieron de pronto los cadáveres en las bancas del salón de clase, como decía Achternbusch: nuestros profesores decidieron un buen día proyectar el film inglés sobre Bergen-Belsen, el campo de exterminio nazi. Lo proyectaron sin comentarios, como un ejercicio obligatorio de moral. Desde entonces ese tema ha estado en mi cabeza.”

Respecto del uso de la fotografía en sus novelas, recurso estético muy utilizado por el autor, él ha dicho:

“Mis textos con las imágenes y fotografías devinieron más vivos, más reales, con muchas más facetas. Yo trabajo de acuerdo al sistema del bricolage, en el sentido de Lévi Strauss. Una forma de trabajo salvaje y extraña, una suerte de pensamiento  pre-racional: los hallazgos literarios se van acumulando accidentalmente, van cayendo por azar hasta que se acomodan y riman unos con otros. (…) Para poder escribir una buena historia, necesito siempre material auténtico, de ser posible puntual y exacto. A veces creo que escribir es como el trabajo del sastre. La ficción es el corte del traje; pero el buen corte de nada sirve, si la tela, el material, no es de primera. Sólo se puede trabajar bien con un material que pueda legitimarse”.

Cuando se le preguntó si el personaje de Austerlitz se basaba en un personaje que tenía existencia, contestó: “Sí desde luego que  existe, aunque su origen no es Praga. Se trata de un colega, un erudito, como mi héroe, conocedor a fondo de la historia de la arquitectura y que daba clases en Londres. Un hombre excéntrico, a quien jubilaron muy temprano, a los 60 años, como se ha vuelto costumbre en las universidades inglesas, y por esta razón se hundió en una crisis existencial que lo llevó a investigar su pasado.  Esta investigación transformó su vida, le dio una nueva constitución psíquica, entendió cosas de sí mismo que nunca había entendido a lo largo de su vida, en una palabra, supo quién era.” Y agregó, además, que la fotografía que lleva la novela en la tapa del libro y adentro del mismo es auténtica del historiador londinense de arquitectura, su personaje de la novela. Lo cierto es que el efecto que esta historia tiene en el lector, está determinado por la tramitación estética realizada por el autor. La historia de este personaje, en la obra de Sebald, es singular y a la vez es universal. Es una profunda reflexión acerca de lo irrecuperable, la identidad y la memoria. Si hubiese sido escrito de otro modo, hubiese dicho otra cosa. De ahí el lugar privilegiado de la literatura a la hora de no olvidar.

  • W.G.Sebald, «Austerlitz», Anagrama, Barcelona, 2001.
  • José María Pérez Gay, entrevista a W.G.Sebald, DDOOSS, revista digital.