Memoria Encarnada y Danza Propia

Diana Fischman. PhD; Danza Movimiento Terapia.

“Bailar es alcanzar una palabra que no existe. Cantar una canción de mil generaciones. Sentir el significado de un momento.”

Beth Jones.

Del mismo modo con que el flamenco, la danza clásica, el tango y las danzas circulares traen en su repetición una historia atesorada como patrón de movimiento, que se despliega en cada nueva ejecución; los humanos, como las otras especies con quienes compartimos nuestro hábitat, diseñamos danzas en el espacio que constituyen distintos modos de vida e interacción.

Creamos estas coreografías con el propósito básico de mantener nuestra existencia. Recreamos una y otra vez patrones semejantes y algunos novedosos, que hacen a nuestro transcurrir cotidiano, a nuestro desarrollo personal y comunitario. Describo aquí a la danza en un sentido amplio y metafórico relativo a los modos relacionales que desarrollamos, a nuestras prácticas, hábitos y rituales, pero también a la danza propiamente dicha, a la acción de bailar. Estoy hablando de la memoria que se actualiza en cada experiencia, en la acción corporal.

Producimos objetos, cultura y arte como prolongaciones de nuestra propia corporalidad. Portamos, en nuestras formas, evidencias de nuestro tránsito y del de nuestros antecesores. Las marcas, patrones y objetos son huellas, productos emergentes de lo acontecido. Los cuerpos expresan la historia de sus interacciones, en el acto de vivir nuevas interacciones que a su vez van dejando nuevas marcas. La memoria corporal implícita incluye la memoria de procedimientos, hábitos, situaciones, formas de relacionarse, sensaciones y afectos.

Las cualidades con que se despliegan los movimientos o interacciones conllevan formas de la vitalidad. Estas formas de la vitalidad son las mismas que se manifiestan en las expresiones artísticas. Cuando disfrutamos de una pintura, danza o música, además de los contenidos, temáticas, narraciones, nuestros sentidos degustan las texturas, los ritmos, las intensidades, las gamas, las formas, la potencia, la densidad, todas ellas cualidades sensoriales transmodales, comunes a todas las manifestaciones artísticas, que nos despiertan, nos activan, nos afectan. Implican experiencias sensoriales emotivo–cognitivas pre simbólicas pero plenas de sentido, como recordar el aroma de los azahares en la vieja casa del abuelo, o el gusto del helado casero que hacía la tía cuando tenía 8 años, o la caricia de un ser querido que hemos perdido. Sensaciones que no tienen nombre pero sí se recuerdan y se reactualizan cada vez que los azahares florecen.

Sabemos también que producir Arte implica un modo de crear, jugar, comunicar, expresar, asociar libremente y fluir, así como el ser testigo de la producción artística nos conmueve, nos identifica, nos reconoce, nos informa. Por esta razón el despliegue de la danza propia y compartida favorece la auto-percatación, la conciencia de sí a través del fluir en la experiencia.
Producir arte implica momentos de concentración plena, sentimiento de gozo creativo, de estar absorto en lo que se está haciendo. Momentos en que se siente el despliegue de la propia potencia (Csikszentmihalyi, 1990). Estos estados pueden equipararse a los procesos creativos y al estar plenamente presente en el aquí y ahora. A tener nuestra atención y conciencia en la propia experiencia corpórea cotidiana. Propiciar el fluir y la presencia plena, son metas deseables posibles de alcanzar a través de su práctica. En los momentos en que nos percibimos integrados, nuestra mente encarna la sensación de unidad y, el estar imbuidos en el entorno, suponen momentos de plenitud personal.

Sabemos que todos podemos encontrarnos bailando, cantando o cocinando. En otros términos, se trata de restablecer o generar la transicionalidad, la asociación libre, la creatividad y el juego. Lo que hace que la vida valga la pena de ser vivida. No solo la obra de Arte tiene sentido, sino el proceso creativo expresivo mismo, que posibilita la emergencia de la memoria del cuerpo, el reencuentro con lo vivido y el descubrimiento de cualidades nuevas. Modulando matices que posibilitan recuperar la confianza en el cuerpo como organismo sensible, perceptivo, constructivo, creativo. La Empatía kinestésica que implica el comprender y ser comprendido a nivel corporal, posibilita la expresión de la propia potencialidad a través de la danza de la vida propia.