Conectarse en la adolescencia

Diana Sahovaler de Litvinoff, Miembro de APA

La computadora fue pensada para almacenar información y realizar cálculos en forma veloz; nadie imaginó que a través de ella circularía el erotismo y el divertimento para niños, adolescentes y adultos. En una época que tiende al aislamiento, donde el otro es considerado potencialmente peligroso o contagioso y se refuerza el individualismo y lo pragmático, el sujeto ha encontrado a través de un medio impensado, el recurso para restablecer el lazo social y recuperar el terreno de la fantasía. El espacio virtual puede convertirse tanto ocasión para el intercambio y el encuentro, como en refugio que sirva a la fobia que despierta el encuentro personal, cuerpo a cuerpo.

El deseo de atrapar la imagen propia fascinó desde siempre en un intento de capturar el secreto de nuestro ser, de vernos y de darnos a ver (Lacan 1954). La imagen tiene un valor de realidad que refleja nuestra identidad, que parece darnos consistencia como personas y también comunica a otros quienes somos. Compartir con otros es parte de nuestra dinámica vital, vivimos con y para otros, su opinión es fundamental para construir nuestra autoestima, definir nuestro lugar en el mundo, alimentarnos de afectos y también para provocar afectos de todo tipo: valoración, exclusión, admiración. Alimentar un perfil en alguno de los espacios virtuales ofrecidos, revela no sólo la dependencia del otro, sino también el intento de manifestar una singularidad y un recorte subjetivo, desafiar una uniformidad globalizante, reconocerse.

Todo momento es propicio para dar cuenta de lo que uno es y hace, pero hay épocas de la vida de cambios cruciales, como sucede en la adolescencia, en que la identidad tambalea y se hace más preciso ver, mostrar la imagen y recibir comentarios para reafirmar una constancia. Es cada vez más habitual que los adolescentes “suban” fotos y videos en sus celulares o computadoras. Los momentos vividos, aunque se intenten capturar en el retrato, son evanescentes y se corre el riesgo de perder su intensidad y frescura al “vivir para la foto”. Sin perder de vista que las “selfies” suelen ser divertidas y creativas, un recurso más que brinda la tecnología para aprovechar. A veces se trata de dar testimonio de situaciones en las que han participado: fiestas, recitales o actos políticos. Otras veces, se exhiben en poses provocativas o con poca ropa. Esto responde a la necesidad de los jóvenes de  mostrarse para reafirmar su sexualidad. Los adolescentes son conscientes de la exhibición y están orgullosos de ello porque la nuestra es una época en la que se exalta el ser famoso; se estimula a nivel social aparecer en los medios de cualquier forma posible e Internet es hoy una pantalla más donde mostrarse. El niño o el adolescente buscan popularidad publicando escenas de su vida. Se pasa de “tener” una Barbie, a “ser” una Barbie. Ser como tal o cual personaje que fascina desde las pantallas, mueve desde el mercado de la moda o de los cosméticos hasta los consultorios de cirugía estética. La cuestión es parecerse o “convertirse” en alguien que encarna un ideal de fama, felicidad o encanto. La cuestión es ser otro; muchas veces el miedo no es ser descubierto sino justamente ser ignorado, no ser visto y distinguido. Aunque también se percibe en otros casos, un intento de resistir a esta presión y diferenciarse.

En ocasiones, las adicciones informáticas pueden llevar la virtualidad a su extremo real, la transforman en Cosa necesaria, en fin en sí mismo en lugar de medio circulante. La computadora o el celular ya no es manejado sino que maneja la vida del adolescente, que parece estar “más allá”, enchufado a una distancia de su entorno. No es posible desconectarse sin el  riesgo de que se “caiga el sistema” y con él la identidad que lo sostiene. El niño, que había estructurado antaño su yo en virtud a la imagen ajena, afirma ahora su identidad a través de las redes sociales, los grupos de whatsapp que le dan un sentido de pertenencia y de los que vuelve a depender como antes de la mirada que lo armaba. Sin embargo no es la máquina la responsable de esta dependencia sino el momento vital adolescente que ha encontrado un nuevo medio para contrarrestar el vacío, para afirmar una comunidad de pares que lo separe del entorno endogámico, para ir definiendo su identidad sexual.

Las redes sociales configuran ni más ni menos que  distintos tipos de grupo; y como todo grupo, participa de sus peculiaridades. En los grupos virtuales, lo que aparenta como “intimidad compartida” es efecto de estos fenómenos que gestan una identidad propia, una dinámica que el “conectado” contribuye a crear a la vez que recibe sus efectos. Muchas redes, blogs o salas de chat,  basan su popularidad en ofrecer ese espacio donde el sujeto pueda desplegar su fantasmática personal; un muro sobre el cual colgar sus fotos o ideas. La atracción de las redes sociales tiene que ver con crear la ilusión de cumplir deseos prohibidos, silenciados, elaborar fantasías incestuosas primarias (Anzieu 1978) o darles rienda suelta en la realidad virtual. Pero fundamentalmente responde a la necesidad de salir del aislamiento, un fenómeno que adquiere una característica peculiar en la era digital. La pantalla, sobre la cual se podrá proyectar la propia historia, real y fantaseada, es lo virtual para llenar de palabras e imágenes multicolores, donde lo que se exponga parecerá “maravilloso”. Igualmente el sujeto mantiene siempre un grado de reserva sobre sus goces privados y suele ostentar una fachada, ideal o banal, de la imagen que quiere ofrecer. Como dice Freud (1921), no todo gusta de mostrarse.

Se suele contraponer la cibernética al valor de la lectoescritura, pero ahora se lee y escribe más que antes en forma masiva. En los “diarios íntimos” de otras épocas, iniciados por lo general en la adolescencia, se intentaba ir dejando marca de los cambios, la historia, los deseos, en un momento de toma de decisiones definitorias. Ahora ha quedado casi suplantado por la escritura en la web, ya sea en las redes con nombre propio o en blogs anónimos. Si se usa un “nick”, puede exponerse con más facilidad, tras el apodo, algo de la intimidad. Antes se mostraba el nombre y se ocultaba la intimidad, ahora está la opción de exponer la intimidad y ocultar el nombre, (Litvinoff Diego E. 2015), aunque ese “anónimo” en realidad es una hiperpresencia, justamente lo contrario de lo que se entiende por anonimato: se trata de un sujeto absolutamente expuesto y definido por lo que dice, el “nick” es un Nombre, ese que escribe es “él” con términos que pueden expresar desde una estructura de carácter hasta un estado de ánimo.

Son recurrentes las consultas acerca de la necesidad o no de limitar el uso de las computadoras, el temor de que los hijos queden como “poseídos” y confundan fantasía con realidad. Pero es necesario discriminar adicción de entusiasmo. Cualquier juego, desde la pelota a las cartas, puede generar pasiones y absorciones (Winnicott 1971); igualmente cuando se trata de un video-juego, es la estructura adictiva (o no) la que debe interrogarse. En nombre de la “educación” o de justificaciones que responden a razones o sin razones se puede censurar una actividad que puede hasta provocar envidias en el adulto que queda “afuera”. La autonomía que adquiere el adolescente, la intensa red social que se teje, parecen dejar excluido al que queda como mero espectador de algo fascinante y desconocido que transcurre en el espacio que se crea entre ese joven y la pantalla (que no siempre es la pantalla o un juego, también puede ser alguien con el que se está comunicando). El joven, a la inversa de lo que sucede en otras situaciones, suele ser más habilidoso y resulta “consultado” por el adulto. Los juegos cibernéticos hacen el “chiste” de otorgar poder tanto al grande como al chico, borrando diferencias basadas en la fuerza y poniendo sobre el tapete otras basadas en la inteligencia, la conexión, la rapidez de reacción. En este sentido, la prohibición del uso de la computadora puede transformarse, sin quererlo conscientemente, en extorsión, en el modo en que el adulto expresa su poder para “volver a tomar las riendas”.

En cuanto a la comunicación cibernética, se suele destacar el carácter superficial del vínculo (el “chat” es “chato”); sin embargo la computadora da lugar también a una expresión comprometida y profunda; los distintos “sitios” y el mismo Facebook pueden ser espacios de interacción  y reflexiones. Poco se habla de que los jóvenes intercambian poesías propias o ajenas, se recomiendan libros, se apoyan en momentos de angustia, debaten acerca de lo que les sucede en su vida íntima y de lo que ocurre en el entorno social, dan sus opiniones filosóficas.

A medida que los medios de comunicación se van desarrollando y globalizando, pueden surgir mensajes violentos o intolerancias en forma más masiva y anónima. Lo que parece un juego, deja de serlo cuando la exposición deja al sujeto en un estado de vulnerabilidad. Pero Internet no es más que un vehículo, (en su momento todos los medios de comunicación nuevos fueron recibidos con desconfianza y malestar por parte de las antiguas modalidades que caían en desuso). Por estar la computadora “en casa” se pierde conciencia de que en ocasiones funciona como “puerta abierta”, abrir un espacio de reflexión y transmisión de valores que lleve a niños y adolescentes a un mayor cuidado personal, rescatar el valor de lo íntimo y privado, la diferencia entre el juego y la exposición en la realidad, resulta más productivo que ejercer una política de desconfianza y control. La vigilancia que comienza a pesar sobre sus comunicaciones y correos, suele generar situaciones paradójicas. No siempre provoca una tendencia al ocultamiento sino que se da lugar a un desafío y exposición más explícitos.

La rebeldía adolescente cambia en su forma de expresión, dando respuesta a un tiempo donde la fantasía de un “Gran Hermano” que todo lo ve, un panóptico que quiere vigilar y enterarse, o que quiere desentrañar los gustos de sus potenciales consumidores, parece hacerse realidad. El desafío entonces, tal como lo describe Freud (1920) para el juego, es transformar en activo lo sufrido pasivamente. Vemos entonces que el juego y la travesura, pueden ocurrir “a cielo abierto”, como actuando para ese ojo que mira, ya que el ser humano tiene el recurso de transformar en divertimento aquello que lo amenaza.

Bibliografía

  • Anzieu Didier (1978) El grupo y el inconsciente Biblioteca Nueva Madrid 1978
  • Freud Sigmund (1920) Más allá del principio del placer V XVIII Obras completas Amorrortu Ed. Bs. As. 1982
    • (1921) Psicología de las masas y análisis del yo V XVIII O.C.
  • Lacan Jaques (1954) Seminario 2 El yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica Paidós Bs. As.1997
  • Litvinoff Diego E. (2015) Teorías contemporáneas del sujeto. Hybris Revista de Filosofía Chile 2015
  • Sahovaler de Litvinoff Diana (2009) El sujeto escondido en la realidad virtual Ed. Letra Viva Bs. As. 2009
  • Winnicott Donald W. (1971) Realidad y Juego Gedisa Bs. As. 1987