El malestar en la cybercultura

Lic. Claudia Mizrahi

Hace un tiempo una foto  circula en las redes sociales  impactando por el contraste que muestra. En la ceremonia de estreno de una película,  el público en general se empeña en capturar con su celular el desfile de estrellas. En el centro, una mujer de unos 80 años  disfruta  del espectáculo desprovista de toda tecnología.  El fotógrafo se pregunta: “¿hemos perdido la capacidad de disfrutar el momento?”  Al parecer, esclavizados por la necesidad de mostrarnos en las redes sociales, la vivencia queda en segundo plano. Al principio me dejé llevar por esta reflexión y me invadió cierta tristeza. Finalmente la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”, no me convenció y pensé en la posición de Freud cuando se trataba de reflexionar acerca de lo que él llamaba la fábrica de las cosas humanas.

Así, en 1908 Freud cita a W. Erb quien ya en 1893 decía: “… merced al intercambio, que ha alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráficas y telefónicas que envuelven el mundo entero…todo se hace de prisa y en estado de agitación… nuestro oído es acosado e hiperestimulado por una música que nos administran en grandes dosis, estridente e insidiosa… Así este cuadro de conjunto muestra ya una serie de peligros en nuestro desarrollo cultural moderno”.  Sí, la cultura y el progreso, traen aparejado un malestar al que los seres humanos no escapamos, ni en el 1800 ni en el 2015.

Volví a la foto atravesada por estos pensamientos y encontré dos momentos culturales diferentes, dos generaciones atravesadas por su tiempo, sus modos de disfrutar el momento. Hoy relatamos los hechos acompañados de una foto, una imagen.  De hecho Freud nos habla en La interpretación de los sueños de un pensamiento en imágenes. La imagen que acompaña muchas veces al texto tan típica del whatsapp, podría pensarse como dos tipos de pensamientos que conviven en el relato de hoy.

El psicoanálisis se ve en la actualidad conmovido por la tecnología también. Además  del análisis a distancia, o por Skype los analistas tenemos otros intercambios  con los pacientes. Nos comunicamos por chat a través del whatsapp, intercambiamos mail, y la mayoría de los analistas hoy le damos el celular a los pacientes.  Esto puede generarnos cierto malestar, al sentir que ponemos en riesgo nuestra regla de abstinencia, nuestra idea de setting. El malestar se profundiza si pensamos tal vez en un encuadre, rígido, cuadrado para nada acorde con los tiempos que corren. Por eso pienso que el término setting por la plasticidad y flexibilidad que connota, es más adecuado. Hablar de setting es hablar de una escena bipersonal y bidireccional. Tiene más que ver con lo esencial del encuentro que con lo formal. Pienso que parte del compromiso con el paciente implica estar dispuesto a destinar cierto tiempo de la vida del analista asumiendo soportar dentro del límite de la capacidad de cada uno, el dolor mental de los pacientes y a veces esto implica permanecer conectados a través del mensaje de texto o del mail porque ese es el dialecto que habla nuestra cultura hoy.  Dialecto de una lengua que es común a todas las épocas.

Ya en “El malestar…” Freud nos dice que el padecer que viene desde el vínculo con los otros lo sentimos como el más doloroso. Es vital sentirnos amados, aceptados. Tal vez hoy estemos más necesitados que en ningún otro tiempo, de la aprobación de los otros, de que los otros nos  pongan un like cada vez que subimos algo a Facebook o alguna otra red. Así, la ilusión del amor o aceptación de los otros está a la orden del día, hemos encontrado nuevos quitapones para nuestro malestar en esta cultura. Pero a veces ese mismo quitapenas se nos vuelve el problema: la adicción a juntar muchos like, la dependencia a la respuesta del chat del otro, la ansiedad que producen los “dos tildes” del whatsapp que indica que el otro vio el mensaje, y la desazón que produce la falta de respuesta. Este es el nuevo rostro que tiene nuestra cultura, y es a través de esa máscara que el superyó se presenta en la clínica hoy.

Escuchamos a diario la queja de los pacientes respecto de la intimidad del celular violada por la pareja, o la tentación de violar la intimidad del celular ajeno. Pareciera que todo lo que queremos saber del otro está ahí.  ¿Es la tecnología en sí lo que hace a nuestro malestar hoy? Por mi parte pienso que la cultura encuentra nuevos modos de exigirnos una renuncia pulsional, que es la que nos hace neuróticos. Ya en el texto “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” Freud advierte respecto de la etiología de la llamada  nerviosidad moderna: en todas las épocas el influjo nocivo de la cultura es la dañina sofocación de la vida sexual de las personas. Es ahí donde tenemos que poner el acento hoy los analistas: no en la tecnología, sino en su uso.

Así es como pienso que tras la aparente libertad sexual que se observa en los adolescentes de hoy, hay mucha inhibición.  Mientras vemos  una sensualidad o genitalidad muchas veces exacerbada por la exhibición que las redes sociales promueven, encontramos una mayor represión de la ternura,  ¿un nuevo modo de degradación de la vida amorosa?. La cultura se sirve en la actualidad de un método más sofisticado, la cybercultura, para someternos a una mayor renuncia pulsional.  Hay quienes creen que la cybercultura podría ser el nuevo vehículo de la represión pulsional. La cultura habría encontrado por fin un arma infalible para la eliminación total del intercambio genital entre las personas, dando lugar a una  “sexualidad virtual”.  Por mi parte descreo de un destino tan trágico.

Hace tiempo estamos advertidos del doble juego al que los seres humanos estamos sometidos: por un lado el amor se contrapone a los intereses de la cultura, por la otra la cultura amenaza al amor con las limitaciones que le impone. Tal como señala Freud en 1930 es una discordia inevitable.

En la medida en que la represión no sea exitosa, es decir, en la medida en la que existan neuróticos, esas personas que justamente no toleran las frustraciones de la sexualidad que la cultura impone, la sexualidad permanece con vida. Afortunadamente Eros con telégrafos, teléfonos, whatsapp, Facebook, Skype o en persona, continúa haciendo ruido.