Algunas teorizaciones en torno a las “mentiras” en la niñez y la adolescencia

Por Fernando Gómez, Psicólogo psicoanalista, miembro adherente de la APA.

El principito, entonces, no pudo contener su admiración:

— ¡Qué bella es usted!
— Verdad que sí -respondió dulcemente la flor-. Y nací al mismo tiempo que el sol…

El principito comprendió que no era muy modesta, pero era tan conmovedora!

— Es la hora, creo, del desayuno –había agregado poco después–, tendría la bondad de pensar en mí…

Y el principito, todo turbado, buscando una regadera con agua fresca había atendido a la flor. Así, ella lo había atormentado en seguida con su vanidad un poco tempestuosa. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, le dijo al principito:

— ¡Ya pueden venir, los tigres, con sus garras!
— No hay tigres en mi planeta –había objetado el principito–, y además los tigres no comen hierba.

— Yo no soy una hierba – había respondido suavemente la flor.
— Discúlpeme… No temo en absoluto a los tigres, pero tengo horror a las corrientes de aire. ¿No tendría usted una pantalla?

«Horror a las corrientes de aire… no es muy afortunado, para una planta” , había observado el principito. “Esta flor es bien complicada…»

— A la noche me pondrá bajo un globo. Hace mucho frío en este lugar. Está mal acondicionado. Allá, de donde vengo…
Pero se interrumpió. Ella había venido en forma de semilla. No había podido conocer nada de otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender preparando una mentira tan ingenua, había tosido dos o tres veces para hacer sentir en falta al principito:

— ¿Y esa pantalla ?…
— ¡Iba a buscarla pero usted me hablaba!

Entonces ella había forzado su tos para infligirle de todos modos remordimientos. Así el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, pronto dudó de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia, y se volvió muy desdichado. «Debería no haberla escuchado -me confió un día-, no hay que escuchar nunca a las flores. Hay que mirarlas y olerlas. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no sabía alegrarme con ella. Esa historia de garras, que me había irritado tanto, debería haberme enternecido…».

Me confió todavía:»¡No supe entonces entender nada! Debería haberla juzgado por los actos y no por las palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡Nunca debería haberme escapado! Debería haber adivinado su ternura detrás de sus pobres artimañas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla”

El Principito – VIII.

El Diccionario de la Real Academia Española define a la mentira como “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente” pero con la expectativa de quien sea el depositario de la misma la crean y de esta manera ocultar así, en forma parcial o total, una verdad. Otto Fenichel se refería a la mentira comouna falsedad en la cual el sujeto tuvo la intención de engañar a los demás con una afirmación, sabiendo que ésta era falsa”.

Entonces, ¿qué lugar ocupa en la niñez y la adolescencia la mentira? un fenómeno más que frecuente y presente en estas etapas de la vida. Curiosamente, etapas en donde la imaginación y el fantaseo ocupan un lugar de suma preponderancia. Esto nos llevaría a formular otros interrogante ¿Las mentiras son siempre mentiras o guardan una relación con la verdad? ¿A qué verdad nos estamos refiriendo? ¿Serán las “verdades” del Inconciente que no dejan de pujar? ¿Podremos entender a la mentira en estas etapas de la vida como un fenómeno enmarcado en el terreno de la normalidad, de la patología, o ambas?

Freud en “Dos mentiras infantiles –Zwei Kinderlügen” de 1913 plantea que:

“Es comprensible que los niños mientan, toda vez que así imitan las mentiras de los adultos. Pero algunas mentiras de niños bien criados tienen un significado particular y deben llamar a la reflexión al educador en vez de enojarlo. Se producen bajo el influjo de unos motivos de amor hiperintensos y se vuelven fatales si provocan un malentendido ente el niño y la persona amada por él. No hay que tener en poco tales episodios de la vida infantil. Sería un serio error si de esas faltas se extrajera la prognosis del desarrollo de un carácter inmoral. Pero, sin duda, ellas se entraman con los más intensos motivos del alma infantil y anuncian las predisposiciones a posteriores destinos o futuras neurosis”.

En este sentido, los lineamientos freudianos nos permiten retirar a la mentira de un marco exclusivamente perteneciente al terreno de la patología, y poder enmarcarla así como un fenómeno que cumple una tarea importante en la estructuración del psiquismo del niño. ¿De qué manera? Estableciendo y creando límites entre la realidad y la fantasía, entre el mundo externo y el mundo interno del niño, permitiendo la constatación de la exclusiva pertenencia e independencia de su mundo imaginario y tramitando así “verdades” inconcientes propias del niño y del adolescente.

De esta manera la mentira permitiría, por un lado, tener una función colaborativa en la estructuración del Yo: “es uno de los factores más poderosos en la formación del Yo, en la delimitación y realización de la voluntad propia” (M’uzan, 1995). Por otro lado, a través de la mentira como metáfora, el niño o el adolescente podrán expresar un contenido inconciente con el afecto ligado, el cual no puede ser enunciado en forma directa, y permitiendo de esta manera la expresión del proceso primario del pensamiento: Si se miente cuando se dice la verdad y se dice la verdad con una mentira “¿Consiste la verdad en describir las cosas tal como son, sin preocuparse del modo en que las entenderá el oyente? ¿O esta verdad es sólo jesuitismo, y la veracidad genuina debe más bien tomar en cuenta al oyente y trasmitirle una copia fiel de lo que nosotros sabemos?” (Freud S. «El chiste y su relación con lo inconsciente»).

Entonces ¿De qué verdad genuina estamos hablando? Como diría Lacan, “a veces mentir es propiamente hablando la forma como el sujeto anuncia la verdad de su deseo porque, precisamente, no hay otro sesgo que anunciarlo por la mentira». Lacan J. El acto psicoanalítico, 21 de febrero de 1968.) Christopher Bollas en su libro “La sombra del objeto” refiere: “la mentira del mentiroso es una expresión de su realidad psíquica”. Es decir, la mentira es en cierta forma una verdad.

Sin embargo algunos autores (Sigmund Freud, Anna Freud, Wilfred Bion, entre otros) consideran que las mentiras trabajarían a la manera de una defensa para oponerse frente al displacer generado por la angustia, la frustración y el dolor psíquico dado por la puja de aquellas “verdades inconcientes” de carácter sexual, incestuosas, pertenecientes al Complejo de Edipo, propias del proceso de desarrollo infantil y del proceso de re elaboración y re historización adolescente, que buscan emerger y necesitan ser falseadas a través de la mentira. Es decir, a través de ésta última, regresivamente, distorsionan la realidad característica del proceso secundario del pensamiento y logran instaurar nuevamente el principio de placer ligado al proceso primario del pensamiento. Como ha sucedido en aquella primera experiencia dada por la satisfacción alucinatoria de deseo frente a la ausencia del pecho materno.

Sin embargo, en nuestra labor clínica también es de suma importancia tener en cuenta que la mentira en la niñez y en la adolescencia puede salir del marco de una normalidad evolutiva a la cual venimos refiriéndonos, para adentrarse en el terreno de la patología. Donald Winnicott a través de la elaboración del concepto de “falso self”, establece el funcionamiento de la mentira pero ya como un sistema defensivo rígido y permanente que llega a configurar un verdadero trastorno de la personalidad. También plantea a la mentira, junto con el robo, los actos destructivos y la crueldad compulsiva, como un elemento constituyente de la tendencia antisocial del niño. Sin embargo, resulta interesante considerar los planteos de Bollas en relación al mentiroso patológico que “se cree sus propias mentiras”, “le parece mucho más verdadero que los acontecimientos tales como fueron vividos en la realidad”. De esta manera, en estas situaciones patológicas, es donde el sujeto re configura la relación entre la realidad externa y la realidad psíquica con el intento de poder relacionarse con el mundo que lo rodea evitando el sentimiento de vacío que impera en él.

Bibliografía

  • Bollas, C. (1991) El mentiroso: La sombra del objeto. Psicoanálisis de lo sabido no pensado. pp 209-227. Amorrortu Editores. Buenos Aires, Argentina.
  • Bion, W. (1974). Las mentiras y el pensador. Atención e Interpretación. Pp. 95-102. Editorial Paidos, Buenos Aires, Argentina.
  • Fenichel, O. (1939). Teoría psicoanalítica de las neurosis. Pp. 325-327. Editorial Paidós. México.
  • Freud, A. (1973). La mentira. Parte I: Algunas consideraciones generales. Evaluación de la patología: Normalidad y patología en la niñez. Evaluación del desarrollo. pp. 89-117. Editorial Paidos, Buenos Aires, Argentina.
  • Freud, S. (1905). «El chiste y su relación con lo inconsciente: Obras Completas. Sigmund Freud. Vol VIII, pp. 108-109. Amorrortu Editores, Buenos Aires, Argentina.
  • Freud, S. (1913). Dos mentiras infantiles: Obras Completas. Sigmund Freud. Vol. XII, pp. 321- 327. Amorrortu Editores. Buenos Aires, Argentina.
  • Freud, S. (1920). Más allá del principio de placer: Obras Completas. Sigmund Freud. Vol. XVIII, pp. 18- 23. Amorrortu Editores. Buenos Aires, Argentina.
  • Lacan, J. Seminario 15. El acto psicoanalítico. Clase 10. 21 de febrero de 1968.
  • M’uzan, M. (1995) La trayectoria de la mentira: La boca del inconsciente. Ensayos sobre la interpretación. pp.139- 144. Amorrortu editores. Buenos Aires, Argentina.
  • Saint Exupery, A. El Principito. VIII. pp. 30-33. 19a edición. 1969. EMECE editores S.A. Buenos Aires, Argentina.
  • Winnicott, D.W. (1979) Deformación del ego en términos de un ser verdadero y falso (1960): El proceso de maduración en el niño. Estudios para una teoría del desarrollo emocional. 2ª edition. pp. 168- 184. Laia. Barcelona, España.
  • Winnicott, D.W. (1960). The Theory of the Parent-Infant Relationship. Int. J. Psycho-Anal., 41:585-595.