Nostalgia de lo femenino incumplido o de los goces inexpugnables
Mirta Goldstein, APA
Viajaba en un ómnibus y una mujer de alrededor de 40 años con los auriculares puestos, cantaba en voz alta boleros románticos. Parecía tan compenetrada con las letras de amor del varón cantautor a su dama imaginaria, que no prestaba atención a que todos los viajeros escuchaban. No pude menos que pensar: –“parece estar enamorada de lo que escucha. ¿Enamorada de las letras o de la voz? Pensé.
¿Qué escuchaba? Un cantor de moda susurrando palabras melosas a una dama idealizada. Había en esta escena algo pasado de moda y a la vez cierta nostalgia de un amor anhelado, pero no consumado y de un erotismo sin desarrollar aún.
La posmodernidad, la posverdad, han terminado con la cultura romántica salvo en esta mujer que cantaba su nostalgia de amores seguramente no recibidos, de experiencias eróticas fuera de su alcance, de deseos sin posibilidad de satisfacción.
¿Qué amores ocurren en un colectivo en camino al trabajo? Seguramente nostalgias de amores incumplidos.
Hasta acá mi anécdota; de ahora en más mi interpretación sobre la nostalgia de lo femenino que nunca fue ni será algo completo o acabado.
Si bien es cierto que el amor romántico presentaba su propia idealización de la mujer y estigmatizaba su rol social, nada estimulante por cierto para la mujer actual, también establecía lo femenino como fenómeno cultural de una época y, por lo tanto, cierta hipocresía e incluso ironía, en el tratamiento de lo femenino por parte de la sociedad.
Idealizada y venerada, por un lado, descartada de los lazos sociales, por otro, la mujer conoció el mundo primero con el advenimiento de la radio; con la oreja pegada a la voz que le hablaba todo el día mientras ella hacía las tareas de la casa, podía fantasear con paraísos amorosos.
Con el acceso a la televisión en los años 1950, llegó la figura de la mujer cuidada y la identificación pasó de la voz a la imagen de belleza del momento.
Gracias a las imágenes y a la propaganda televisiva, se consolidó el consumo de cosméticos y cualquier mujer comenzó a tener acceso a la belleza uniformada por los maquillajes en boga. Juntamente con este ideal de belleza, la mujer fantaseaba con el
encuentro con el hombre ideal que colmaría todos los anhelos.
Actualmente la aparatología ya no nos sorprende. El celular y las redes sociales inciden en la captación social de lo femenino, aunque, por supuesto, generando otros estereotipos de la mujer que tampoco alcanzan a delinear o definir lo femenino.
“Las selfies” subidas a Faceboock muestran a la mujer exhibida al mundo sin el pudor de los años, o de la belleza uniforme. Las mujeres acceden a lo público de manera masiva, haciendo de la propia vida una novela en imágenes. El viaje con las amigas, la fiesta de cumpleaños, el encuentro amoroso, se constituyen en el argumento del relato de las redes.
Por lo tanto, la mujer ya no está aislada sino en comunidad con otras mujeres con las cuales crea “lo femenino” de hoy y nuevos cánones del amor.
La cultura hoy nos propone el amor a distancia y el amor distanciado.
Por un lado tenemos el amor a distancia que proponen las redes sociales, o sea a partir de la búsqueda activa en los sitios online para ello, y, concomitantemente el amor distanciado de la sexualidad, del compromiso con la pareja, del vivir juntos hasta que la muerte los separe.
Las mujeres que consultan hoy día, no creen en el amor, creen en la «relación» mientras dura y, paradójicamente, añoran el amor romántico. Pagan a medias la salida del fin de semana, pero les gustaría que un hombre les diga: “deja ya de esforzarte, yo me ocuparé” … ¿de qué? De “ella”.
Tras esta fantasía se halla la nostalgia de lo femenino de antaño como si el lugar pasivo de la mujer en aquella sociedad pudiera asimilarse a lo femenino. Solo se añora algo indecible e inexistente cuyo envoltorio es una novela romántica en la cual el personaje principal es ella misma como heroína, sin consciencia de lo que gana y pierde.
En la fantasía de la nostalgia del amor como bien perdurable, no pierde libertad de acción y de elección, no pierde el respaldo de él, su hombre si éste resuelve irse con otra como dicen las letras de los tangos y boleros.
En esta fantasía nostálgica, las mujeres olvidan que ese relato hoy pasado de moda no hablaba de lo femenino sino de la mujer como bien patrimonial.
El cantautor de mi compañera circunstancial de viaje garantiza una creencia incumplible en un amor idealizado.
Las mujeres hoy día han ganado una feminidad sin reglas fijas y por lo tanto más angustiosa justamente porque no hay coordenadas a las cuales aferrarse; la angustia femenina lleva a muchas mujeres a buscar el retorno de una feminidad cerrada sobre sí misma o sobre los ideales patriarcales.
Ni cocinar, ni limpiar, ni tener hijos, ni esperar al marido, definen lo femenino; más bien eran índices el sometimiento de las mujeres.
Hoy las mujeres generalmente acceden a la maternidad tardíamente, trabajan desde muy jóvenes, dejan que los aparatos domésticos realicen por ellas lo que les disgusta, no se ven obligadas a mantener una pareja conflictiva, etc. Y sin embargo algo se añora y esa añoranza tiene que ver, en muchos casos, con la feminidad de la propia madre y hasta de la abuela inscriptas a medias en lo inconsciente.
Algunas dicen de su madre: no se arreglaba, no salía de la casa o no tenía amigas con quien charlar y se dejaba maltratar. Estas imágenes son parciales pues la infancia desconoce los cánones femeninos de la sexualidad materna. Desconoce con que arte esa madre o abuela ejercía su feminidad dentro y fuera del dormitorio conyugal.
La identificación femenina está hecha de retazos: se juega entre lo visto y lo oído en la infancia, entre lo sabido y lo vislumbrado, pero también de lo incognoscible.
La imaginación con sus posibilidades de habitar mundos ajenos, siempre nos conduce hacia lo que falta: si logramos la liberación sexual deseamos un príncipe que nos rescate de ella; si conseguimos la liberación laboral deseamos un rey que nos mantenga; si logramos la liberación social deseamos la seguridad del encierro en el hogar.
Esa nostalgia de las feminidades pasadas sigue estando en nuestras fantasías y, por eso, de tanto en tanto, una mujer canta boleros románticos en el colectivo mostrando al mundo que lo femenino no tiene definición cierta, que lo femenino se aloja en mundos distintos y complementarios, en territorios de goce inexpugnables.