Itinerarios posibles para una escucha analítica
Graciela Bianchi, Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo
El título de la publicación invita a pensar en clave de diferencia entre el hoy y el ayer y seguramente apunta a tratar de situar esas diferencias en relación a las presentaciones de material clínico y/o enfoques teóricos.
Sin duda, resulta difícil encontrar el sentido de lo que va ocurriendo, en momentos desconcertantes, dado que el orden que organizaba nuestra subjetividad y nuestras teorías se encuentra fuertemente alterado.
La modernidad se esmeró en el armado de los grandes relatos que trataron de reconciliar lo inconciliable y se sostuvieron a costa de la expulsión de lo diferente, y su rechazo como lo extraño. Pero una vez caídas, agotadas las categorías de la modernidad de cómo se podría pensar al otro se nos perdió la brújula para orientarnos en nuestro tránsito por la vida.
Así fue como la búsqueda de conceptos universales, generales va derivando en un pensamiento que prioriza más lo idéntico que lo diferente, y lo diferente queda relegado al lugar de la sombra, lo negativo, complemento, resto. Aquello que no encaja en el modelo racional concebido desde la universalidad de lo único, se lo piensa como extraño, anormal, patológico.
Pero el problema que aquí se ha planteado una vez que estos funcionamientos se hacen visibles es que las formas en que pueden manifestarse la alteridad y la singularidad se hacen indiscernibles.
Por ejemplo se busca una esencia común, general, que abarque todo lo humano, y para lograrlo lo que no encaja en esa búsqueda quedará del lado de lo no humano, puede ser lo salvaje, lo monstruoso, lo inclasificable. Además el “hombre”, se convirtió en el prototipo de lo humano, con lo cual la mujer queda en el lugar de lo otro y se define por referencia a él.
El psicoanálisis ha sido tributario de estas modalidades, -organizar el campo de la experiencia, incluyendo por supuesto, las formas de concebir lo normal y lo patológico- y las formas de estar juntos.
Porque en ese afán de universalizar, lo que importa es aquello que se muestra como único, unificado, idéntico, y entonces ser e individuo son la misma cosa.
Entonces para poder estar juntos se requiere que un individuo y otro se encuentren, donde cada uno sabrá quién es, que se aman o se odian, -y finalmente se pueden separar o seguir juntos, armando así algún tipo de organización que los integre, partiendo de la base que tienen ciertas cosas en común.
Vemos como la crisis de los parámetros de la modernidad afecta la estructura misma del armado de lo común, en tanto lo común se define por la participación en un rasgo común al conjunto previamente adquirido, y no una producción conjunta situacional.
Frente a esto Nancy, siguiendo a Heidegger, invoca un ser singular y plural, donde cada uno es apertura a todos; lo contrario del individuo, cerrado sobre sí mismo. El punto de partida del ser estaría en el “entre”, en el “con”, en el “juntos”- , en el “ser- en- común”. Y es ese entre lo que dará lugar tanto al individuo como al conjunto y desde ese entre, podrán surgir las singularidades como distinción de otros seres a su vez singulares.
Pero si bien se puede reconocer al otro a partir del ser-con, también se requiere darle lugar a lo imposible del otro, como aceptación de la opacidad del otro.
Los otros seres son para cada uno, o parecidos, diferentes o tal vez extraños, o “raros” porque nos dejan ante su singularidad sustraída cada vez.
¿Y por qué no pensar el encuentro analítico desde esta perspectiva?
Desde las organizaciones de la modernidad, la construcción de la alteridad se sostiene firmemente pero a costa de la jerarquización de las diferencias en que siempre desembocaron las categorías binarias.
¿Cómo dar cuenta de la especificidad de las identificaciones y vivencias contemporáneas propias de los géneros, sexualidades y diferencias culturales, y entender su singularidad más allá de la normatividad social, cultural y política, del binarismo de los sexos, o de la universalidad cultural?
Es muy claro este tema en el campo de las diferencias sexuales y de género, donde lo femenino se sitúa en el lugar de lo otro, pero siempre con algún matiz en menos de inferioridad. La organización patriarcal de nuestra sociedad refuerza este aspecto, empujando a lo femenino al lugar de objeto dominado por lo masculino que ocupa el lugar de sujeto. Se siembran así las condiciones para el femicidio, el abuso, el acoso.
La homosexualidad se pensó patológica tomando como referencia la norma heterosexual, las parejas abiertas, el poliamor, desconciertan los valores de la monogamia, de las parejas tradicionales. La pregunta sobre el origen de los niños deriva en una discusión acerca de los derechos de las mujeres sobre su propio cuerpo y la posibilidad de interrumpir un embarazo, al mismo tiempo que los desarrollos tecnológicos permiten variadas formas de fertilización, trastocando los parentescos ancestrales, y que decir de la posibilidad de definir la propia identidad sexual a partir de la autopercepción.
Queda claro que hay otro, pero a costa de imaginarlo extraño, débil, inferior, amenazante, al que hay que exterminar para sostener las idealizaciones lindantes al fanatismo, es decir, protegerse de la propia inferioridad, derivando en formas de racismo y discriminación de las minorías.
Me parece que estas ideas conducen a pensar que la constitución de un uno absoluto,- cerrado a toda diferencia y alteridad, desemboca en las manifestaciones de violencia contra el otro convertido en enemigo y ponen en riesgo la posibilidad de subjetivación, de vínculo y de comunidad.
Espósito propone una orientación que no nos resulta ajena: “En esta situación, en la que las tendencias más destructivas se reflejan y multiplican en una misma carrera hacia la masacre, la única posibilidad es la de trizar el espejo en el que se reflejan sin ver otra cosa que sí mismas, de romper su hechizo.” (Espósito R.: Comunidad, inmunidad y biopolítica)
Recalculando
El psicoanalista no queda exento de estas vicisitudes. La escucha analítica se despliega sólo si no pretende reducir lo otro a lo mismo, lo extranjero a lo familiar conocido por el/la analista. ¿No sería este el sentido de la atención flotante?
Pensar que el ser es con, tal como esecon se presenta, pensar que juntos es una opción del ser-con, pensar que el ser-con es lo que abre a la singularidad porque revela lo otro en mí, poder pensar que ese singular se presenta en contacto con otro, abre la escucha analítica, cobra sentido pleno lo que significa atención flotante, esa atención que puede registrar lo que aparece, sin predeterminaciones significantes. (Nancy J. L.: Ser singular plural).
Escucha afectada, implicada, donde lo singular aparece como efecto y no como pre-condición de encuentro.
Apuesta a ese presentarse unos ante otros, donde pueda aparecer la singularidad de cada quien, en la que cada uno es apertura a todos y no una simple relación entre individuos, encuentro donde no se nieguen las diferencias con el ánimo de homogenizar el conjunto.
¿Cómo pensar entonces, instrumentos psicoanalíticos que puedan dar cuenta de las diferencias, sin reducirlas imaginariamente al lugar de lo negativo?
Al mismo tiempo la preeminencia del nosotros tanto en la constitución del sujeto como en el marco de la terapia, abandonando el privilegio de lo único, abre a través de la presentación de la exposición, la posibilidad de recuperar al otro.
La líneas que se van abriendo para orientar nuestra práctica tienen que ver con la deconstrucción de lo único, de romper los espejos que reflejan el hechizo de los ideales tiránicos, pero también poder ir al rescate del sufrimiento y desazón frente a las incertidumbres, así como de la detección de la angustia, que señala la presencia del otro como extraño imposible de asimilar, y que sin embargo, bordea lo común en tanto no apropiable.