Mentira y ética
Roberto Julio Rusconi
Miembro de APA
Truth is not what is uttered in full consciousness.
It is always what ‘Just slips out’.Lawrence Durrell.
Quand on le laisse seul, le monde mental
Ment monumentalement.Jacques Prevert.
La mentira de la que me ocuparé aquí es aquella descubierta en un análisis, dejando fuera todos aquellos otros casos de los que obviamente no puedo dar cuenta. Desde esta perspectiva entonces, lo que llamo mentira no es algo pasible de condena moral, sino un elemento a analizar, investigando sus orígenes, el por qué y para qué. Obviamente, se trata de una fantasía, destinada a sustituir un fragmento de la realidad del sujeto y que el mismo espera que sea considerada por el otro como verdad. Que se trate de una fantasía –consciente en este caso– implica que en primer lugar, sea la estribación que llega a la consciencia, de otra que permanece inconsciente. En segundo lugar, sabemos que es un proceso que implica una escenificación del cumplimiento de deseo (inconsciente). Y en tercer lugar, como toda fantasía, está destinada a ‘taponar’ la angustia (función defensiva de la misma). La angustia es la manifestación del temor del yo. Y encontramos esto claramente en el fondo de toda mentira: el yo teme un daño que implica pérdida de amor, herida narcisista por su imagen deteriorada, amenaza de castración actualizada. Ante estos peligros, el yo decide mentir para salvaguardar su imagen o su supuesto poder: la mentira le brinda por un lado la excitante ilusión de conservar o adquirir poder (poder fálico de la mentira, recordar a Pinocho…) aunque sume ahora el temor de ser descubierto en su mentira. Y aquí estamos en un punto importante sobre el que volveremos después: es imprescindible que el sujeto no crea su propia mentira.
¿Es ‘normal’ la mentira? Es claro que nadie puede “llevar la antorcha de la verdad a través de la multitud sin chamuscar alguna barba” 1. Más bien la rigidez superyoica de no mentir de algún obsesivo puede servirle a expresar su hostilidad diciendo verdades en las que teniendo razón, está equivocado al decirlas. La mentira forma parte de esa hipocresía social que consideramos diplomática. La mentira atroz, que perjudica, la del embaucador, del estafador, del conductor de masas no es precisamente la que encontramos en un análisis, en el que se busca descubrir una verdad, pero esto es insoportable para esos personajes en tanto es la verdad acerca de uno mismo, lo que los ahuyenta del análisis. Volviendo entonces a la ‘normalidad’ de la mentira (prefiero decir ‘habitualidad’ para evitar el terreno de normal/anormal, etc) podemos preguntarnos desde cuándo aparece la misma. Es en un momento importantísimo en la infancia en el que se descubre, en un paso hacia la independencia de la autoridad de los padres (obviamente aún lejos de obtenerse, de allí que se mienta) que se les puede ocultar algo. Se descubre un punto débil en la aplastante figura del poder parental que representa además el de la cultura con toda la exigencia de sofocación pulsional que la misma necesita. Y es en virtud de este sofocamiento sobre el que la cultura se edifica, que uno de sus efectos colaterales casi inevitables, sea la mentira, por ejemplo bajo la forma de la “doble moral sexual cultural”2.
Continuando con la ‘habitualidad’ de la mentira, en su trabajo “Dos mentiras infantiles”3 Freud enseña, a través del análisis de las mismas, cómo se engendran para mantener secreta una fuerte inclinación amorosa que se veía amenazada, y a través de su análisis, se descubre una verdad. Si bien como dije anteriormente, es una construcción defensiva del yo frente a la angustia generada por alguna fuerza amenazante (los padres, en primer lugar) y se continúa en la relación del yo ante el superyó. Mentir es una suerte de función yoica ante las exigencias de sus amos. Es esclarecedor lo que Freud dice del yo:
«…con su posición intermedia entre ello y realidad, sucumbe con harta frecuencia a la tentación de hacerse adulador, oportunista y mentiroso, como un estadista que, aún teniendo una mejor intelección de las cosas, quiere seguir contando empero con el favor de la opinión pública”. 4.
Ya insinuamos más arriba acerca del peligroso deslizamiento que podemos encontrar entre mentir ante otro al servicio de salvaguardar al yo de ciertos peligros por los que se siente amenazado, y el mentirse a sí mismo. En este sentido, el psicoanálisis es, podría decirse, implacable, en tanto las consecuencias que tiene el mentirse a sí mismo son muy serias para el aparato psíquico. En este punto toca, a mi modo de ver, la ética. Freud lo explicita claramente cuando se ocupa de ética y responsabilidad en oposición a culpa5, planteando que, aunque intente el hombre arrojar al inconsciente sus deseos pretendiendo no ser responsable, por fuerza experimentará entonces las consecuencias bajo la forma de culpa. Precisamente en virtud de su falta ética: la de pretender desresponsabilizarse. Es decir su falta ética no son sus “malos deseos” sino el mentirse, el pretender no hacerse responsable de lo que le pertenece. Años más tarde volverá sobre el tema 6. Es esta la ética que tenemos en cuenta desde el punto de vista del psicoanálisis. Desde Freud insistiendo en la búsqueda de la verdad, de la verdad para un sujeto, a lo que Lacan nos enseña a lo largo de su seminario sobre la Etica 7. En este sentido, allí remito a los lectores, dado que no puedo decir mucho más que lo que allí fue expuesto: su pregunta central “As-tu agi en conformité avec ton désir?”,8 (¿has actuado en conformidad con tu deseo?) es tan absolutamente central en cuanto a la cuestión que nos ocupa, en tanto que para descubrir el deseo necesitamos, cual héroes aristotélicos, franquear el temor y la compasión que llevan a mentirnos a nosotros mismos. Indudablemente es ésa la apuesta ética del psicoanálisis. Y la mentira que hace obstáculo a la misma, no es sino la mentira a nosotros mismos, tendiente a ocultar el deseo que nos habita en el intento de permanecer en la comodidad de mantener fuera de la consciencia ese deseo, permitiendo que se eternice su cumplimiento a través del particular goce del síntoma. Satisfacción sustitutiva y por tanto siempre frustrante, pero sostenida, entre otras cosas, por esa mentira a nosotros mismos, a la que el psicoanálisis buscará deshacer. Ésa es su ética.
Referencias
- FREUD, S. “El chiste y su relación con lo inconsciente”, Amorrortu Edit, Buenos Aires, 1979, tomo VIII, p 79
- FREUD, S. “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, Amorrortu Ed., Bs. As., 1979, tomo IX, p 159
- FREUD, S. “Dos mentiras infantiles”, Amorrortu Edit., Buenos Aires, 1980, tomo XII, p 319 y ss.
- FREUD, S. “El yo y el ello”, Amorrortu Edit., Buenos Aires, 1979, tomo XIX, p 57
- FREUD, S. “Conferencia XXI” Amorrortu Edit., Buenos Aires, 1978, tomo XVI, p 301/2
- FREUD, S. “De la responsabilidad moral por el contenido de los sueños” Amorrortu, Bs Aires, tomo XIX, p 135
- LACAN, J. “La ética del psicoanálisis” Paidós, Buenos Aires, 1988
- LACAN, J, “L’Ethique de la psychanalyse”, du Seuil, 1986, p. 359. En español, op. cit en (7), p370