Ayer y hoy: El desafío de pensar psicoanalíticamente
Rafael Marucco, APA
El título que les propongo plantea una complejidad, por un lado el ayer y el hoy hablan de una diferenciación en el tiempo, sugiere que antes había una práctica y que ella pudo haber cambiado hoy. Sin embargo, tengo mis dudas al respecto.
La cultura ha ido cambiando, los movimientos sociales son su expresión, establecen nuevas concepciones de derechos, de organización social, se plantean nuevas formas de sexualidad que son aceptadas (o así parece) hasta el punto de eliminar la posibilidad de hablar de normalidad, lo que modifica la idea de patología. Dicho de otra manera lo normal parece hoy lo anormal.
Sin embargo, el ayer y hoy parece ser una propuesta comparativa, puede mostrarnos que quizás no sea el ayer versus el hoy, sino el hoy como el ayer. La temporalidad es una cuestión importante para nosotros los psicoanalistas, básicamente creemos que lo inconsciente carece de esta formación lógica y que el contenido de lo inconsciente, es decir, el motivo para que algo sea reprimido, no se ve afectado por el tiempo. Lo reprimido,- que por definición quedará como inconsciente, se expresará a pesar de todo en los fenómenos superficiales; es decir que lo manifiesto (como por ejemplo los movimientos culturales) resulta apenas una expresión, tal vez minúscula, de lo más profundo inconsciente.- La pulsión, en sentido más amplio, tomará formas más o menos agradables o desagradables, y de ello dependerá el grado de distorsión o desfiguración que tendrá lo reprimido inconsciente en su expresión manifiesta.
Pero nuestra práctica tiene el foco no en lo social como tal, sino en su relación con el sujeto.
Nuestros fundamentos están relacionados – con la importancia que la sexualidad infantil tiene en la organización psíquica y cómo nos defendemos y resolvemos los conflictos entre las pulsiones en juego.
Tomamos a la cultura como una expresión o resultado de la combinación entre la pulsión y la realidad,- en la cual el sujeto se encuentra determinando la cultura, construyéndola, al mismo tiempo que es determinado por ella, formando así una unión dialéctica indisoluble. Por lo tanto en cada tratamiento nos encontraremos con los restos subjetivos de una cultura que provoca un sufrimiento inevitable, pero que al mismo tiempo se ofrece como refugio narcisístico en la medida que el sujeto se identifique con ella. Los fenómenos de masa actuales que abogan por la igualdad de género son un ejemplo. Ellos imponen una versión de sexualidad que no puede ser discutida, menos aún, analizada. La biología sucumbe ante el deseo narcisista de ser lo que se quiere, sin objeción alguna –como si eso fuera posible–.
La cuestión no es juzgar estos fenómenos sino poder pensar donde se encuentra el sufrimiento que lo sostiene, puesto que la represión puede estar presente a pesar de lo manifiesto. Freud lo advierte en “El malestar en la cultura” (1930) cuando nos dice que estos fenómenos, son una forma de escapar del sufrimiento que implica la diferencia con el otro. Lo hegemónico se alza entonces como única versión totalitaria. Finalmente advertimos que no hicimos otra cosa que cambiar un malestar por otro. Estas propuestas culturales no nos han llevado mucho más lejos que la época victoriana en materia de elaboración de la pulsión. Además, habría que analizar qué pasa con el componente agresivo escindido, que se encuentra tras ello y que vemos en torno de estos nuevos fenómenos.
Entonces, para que el pensamiento psicoanalítico sea tal, debe estar más allá de las modas y mantenerse distanciado de la masa. La forma de lograrlo es que las ideologías personales sean también un motivo de análisis. Para ello, quien se convierta en psicoanalista, debe haber transitado su experiencia de análisis de manera –profunda–.
Una comparación posible es pensar al psicoanálisis como una partida de ajedrez. Freud lo había mencionado en sus trabajos sobre técnica, diciendo que las aperturas y los finales son bien conocidos y más estudiados, a diferencia del juego medio donde siempre aparece lo impredecible, justamente porque es en ese medio juego donde la imaginación gana la partida.
La comparación del ajedrez con el psicoanálisis no termina allí. Quienes somos aficionados a este maravilloso juego, sabemos qué diferencia hay entre enfrentarse a un novato que hacerlo con un Gran Maestro. Cuando lo hacemos con alguien que apenas sabe mover las piezas, entendemos que no puede ver más allá del movimiento inmediato, incluso, a menudo, vemos cómo no advierte jugadas ganadoras que están allí, ¡Están allí, pero no las ve! También lo hacemos caer en las famosas celadas, como el mate del loco, o el mate del pasillo. Ahora, la experiencia es inversa cuando nos topamos con un GM, en esas ocasiones nos toca a nosotros experimentar la inutilidad de nuestros movimientos, es que justamente un GM puede ver lo que aún no se ha jugado, sencillamente está varios movimientos adelante, y así nos lleva a mover nuestras piezas, no donde queremos sino donde él necesita. Es un juego, y aunque sea humillante nuestra derrota, siempre es preferible jugar ante un GM que ante un aficionado menos formado, solo por la simple razón que frente a uno ganamos, pero frente al otro aprendemos.
El ajedrez tiene sus principios, se puede jugar sin seguirlos por supuesto, pero habrá que pagar el precio de hacerlo. Algunos de esos principios son hacer un desarrollo rápido de los peones y de las piezas menores antes de plantear el conflicto, no mover demasiado rápido la dama, poner a nuestro rey bajo protección recurriendo al enroque y, finalmente, conectar las torres. Principios que nos permiten un desempeño lógico estructurado, que marcan una gran diferencia entre estar jugando ajedrez o sólo estar moviendo fichas sin una coordinación deliberada.
El arte de psicoanalizar, tiene también sus principios, y son lo suficientemente parecidos. Los enumero: se trata de no hacer una interpretación demasiado pronto si no es realmente necesario; ésta podría presentar demasiado rápido un conflicto sin que el paciente esté realmente preparado; entonces lo primero es tratar de establecer una buena alianza terapéutica. Lo logramos en parte con una actitud atenta, desprejuiciada y sincera acerca del sufrimiento que nos plantean y que escuchamos, también es importante antes de comenzar el tratamiento propiamente dicho, explicarle como será nuestro modo de trabajo, días y horas que nos veremos, pero fundamentalmente de qué se trata psicoanalizarse, es decir que hay que explicar el porqué de nuestra técnica; dicho de otra manera, es importante fundamentar el porqué de la asociación libre y de nuestra actitud frente a esa asociación, que llamamos atención parejamente flotante, y que en función de esta combinación devolveremos una interpretación simbólica de su relato. Y allí radica el principio más importante que no debemos olvidar. El psicoanálisis está cimentado en el concepto de que la sexualidad va más allá de la genitalidad. Es que el motivo de la represión, no es la genitalidad propiamente dicha sino su combinación con los aspectos pregenitales de la sexualidad, por ejemplo los restos orales y/o anales reprimidos que llevan al neurótico a ligar la sexualidad con algo sucio, agresivo, y con culpa y por ello merecedor de censura. De allí viene, por ejemplo, la típica conducta sintomática, beber para poder liberar la pulsión sexual. El alcohol tiene el efecto de aflojar la “conciencia moral” y por ello muchos hombres tienen que tomar antes de proponer un encuentro sexual, o incluso más complejo aún, la borrachera de la mujer es también un síntoma de esa censura, genera en el hombre la misma desinhibición, porque si ella está borracha, entonces no se dará cuenta de las dificultades de su partenaire.
En mi opinión, creo que nuestra tarea consiste en hacer trabajar la pulsión sexual (en realidad y mejor dicho, las combinaciones de la pulsión sexual) y presentárselas al paciente para que luego pueda integrarlas, y no darle una vía libre de descarga directa, sino un procesamiento distinto, adecuado a la realidad, al cuidado del otro y la satisfacción personal, menos intensa que la descarga directa, pero más constante y segura. A eso llamamos elaboración.
Hace poco mi colega Delfina Reynal, me presentó las ideas del filósofo Byung Chul Han quien tiene una mirada muy particular de la cultura y del psicoanálisis. El entiende que el basamento freudiano está en el concepto de -represión por temor a la transgresión, y que en el límite de esta tensión reside la angustia del sujeto. Por lo tanto, si como hoy, la cultura permite la descarga de la sexualidad y borra los límites de la transgresión, entonces ya no debería haber un sujeto de lo inconsciente en esta cultura liberal, y llegaríamos así, a lo que él llama el sujeto postfreudiano, es decir sin inconsciente. Idea interesante, pero que cae en el error de creer que la represión es el único mecanismo de defensa, y peor aún, que la cura psicoanalítica termina con el levantamiento de la represión, cuya consecuencia determinaría un sujeto sin fronteras y narcisista. Nada más lejos. El levantamiento de la represión que propone el psicoanálisis, no es una simple vuelta a la descarga directa y al narcisismo como parece que plantea Han. De hecho, si fuera así, sería considerado en nuestros términos una regresión a la perversión de la sexualidad infantil y no la curación, la cual solo se alcanza en la medida que haya una elaboración de la pulsión, es decir dar a la pulsión otro tipo de tratamiento más evolucionado –otro destino– como por ejemplo la sublimación, la identificación y la condena por el juicio. Una vez más, se trata de cambiar la miseria neurótica por el infortunio de la vida cotidiana como decía Freud, o pasar de un placer inmediato pero asocial y peligroso, por uno mediado menos intenso, pero más seguro y duradero. Así, después de todo también hay que decirlo, tampoco será lo mismo analizarse con alguien que mantenga estos principios que con alguien, que identificado con la cultura, pierda de vista –al igual que en las movidas de ajedrez– la pulsión errante y escondida, menesterosa de elaboración y no de simple descarga.