Biografía en construcción. Freud y Schnitzler

Natacha Delgado, APA

Hay diferentes modos de recordar a Freud (1856-1939) a propósito del octogésimo aniversario de su muerte y es sabido que estos modos hablarán más del que recuerda que del recordado. Sin embargo, puede resultar interesante bucear en la recopilación de datos las coincidencias y diferencias que Freud mantenía con sus interlocutores literarios y el uso que hacía tanto de estas lecturas como de los procesos de autoanálisis reflejados en las cartas dirigidas a algunos de ellos. Freud (1936) escribe a Arnold Zweig que “Quien se convierte en biógrafo, se compromete a mentir, enmascarar, a ser hipócrita, a verlo todo color de rosa, ya que la verdad biográfica es totalmente inalcanzable y si se la pudiese alcanzar no serviría de nada”. Consciente de esta advertencia y aliviada por saberme embarcada en un fracaso anunciado, quisiera comentar la relación que Freud mantuvo con Arthur Schnitzler (1862-1931), un escritor vienés contemporáneo con quien lo unía un vínculo de admiración mutua no exenta de recelo y distancia.

Testimonio de tal expresión de sentimientos son las cartas que intercambiaron y las anotaciones que hizo Schnitzler en sus diarios. El 14 de mayo de 1922, con la excusa de enviarle las felicitaciones por su sexagésimo cumpleaños, Freud le confiesa que no sabe porque no se han visto antes en persona. Le confiesa que es porque teme ver en él a su Doppelgänger. Encuentra en las creaciones del escritor una extraña familiaridad por sus muestras de escepticismo, la preocupación por las verdades y motivaciones inconscientes, la atención acerca de aquello que se oculta tras las convenciones sociales y la polaridad entre el amor y la muerte. Freud aprovecha esta ocasión para destacar que ambos son exploradores “de profundidades psicológicas” (Freud, 1922) y es a través de la observación –la propia y la de los demás- que pueden expresar y deducir ciertos procesos anímicos.

Se agrega además la noción que Schnitzler puede ser un sosías, un doble no sólo por compartir el interés en los temas antes mencionados sino también por compartir con Freud el origen judío, estudiar medicina en la misma facultad, participar con una diferencia de pocos años en el departamento de psiquiatría de Theodore Meynert, interesarse por la hipnosis -para luego descartarla- y dedicarse a otra carrera que no fuera estrictamente la medicina. Ninguno de los dos dejó de escribir y fue por sus escritos que terminaron siendo objeto de escándalo. Freud, después de su publicación de “Tres ensayos de teoría sexual” (Freud, 1905), y Schnitzler en dos ocasiones: una, que finalizó con su destitución del cargo de oficial médico, después de la publicación de El teniente Gustavo (1900), en la que el protagonista –con el recurso estilístico del monólogo interior- se refiere de modo crítico al ejército, lo que constituye una ofensa al honor militar. Y la otra, cuando se prohibió la puesta en escena de La ronda (1900), una obra de teatro sobre diez encuentros eróticos entre dos personajes siguiendo el principio de circularidad. Estos personajes –que representan tipos- van pasando de pareja en pareja:la prostituta con el soldado, el soldado con la camarera –siguen de manera sucesiva el señor, la señora, el marido, la joven dulce, el poeta, la actriz- hasta llegar al conde que termina con la prostituta.

También está la lista de diferencias: en ambos la figura del padre tuvo un peso diferente. El padre de Freud aparece en algunos escritos como un padre humillado, un padre al que no le había ido muy bien en la vida. En cambio, el padre de Schnitzler, era un laringólogo de origen húngaro, muy exitoso. Por su profesión tenía muchos pacientes que pertenecían al ambiente de la ópera y del teatro y gracias a esto recibía muchas invitaciones a funciones y veladas artísticas. Schnitzler trae estos recuerdos en su libro Juventud en Viena (1968) y en su producción literaria, en la que abundan personajes de la ópera, el ballet, el teatro y el canto.

Otro punto en el que quizás sean distintos es respecto de las mujeres. Freud aparece en casi todas las biografías como un hombre fiel, apegado a la monogamia, interesado en el análisis y en el develamiento de las lógicas inconscientes que gobiernan la sexualidad de sus pacientes. Schnitzler, en sus diarios personales y en relatos de quienes formaban parte de su círculo de la Jugen Wien no oculta el atractivo que en él ejerce el sexo opuesto y su tendencia a enamorarse con frecuencia. Entre las anécdotas que el mismo cuenta en sus diarios, está la de su infancia con la vecina con quien intercambiaba mensajes telegráficos de ventana a ventana, usando un complejo sistema de señales que incluía prendas y objetos colgados, velas encendidas y apagadas; el amor secreto de la prima mayor de su novia de la adolescencia, a quien tuvo el buen tino de no enviar ninguna de los muchos escritos apasionados que le estaban dirigidos; hasta el relato sobre su iniciación en los misterios de la vida con prostitutas, a las que daba nombres de diosas griegas –y a quienes supuestamente, luego del encuentro íntimo, sometía a tediosas argumentaciones con el objetivo de que retomaran el camino de la virtud, y abandonaran la vía smarrita. De hecho, la afición por las mujeres llegó a tal punto que su propio padre lo obligó a hojear durante toda una tarde los tres tomos de Kaposi sobre enfermedades de transmisión sexual y afecciones cutáneas con el fin de causar en el joven algún tipo de impresión perdurable que pusiera freno a sus muestras de entusiasmo temerario y curiosidad inagotable en la materia.

En resumen, podría decirse que Schnitzler, muestra un interés por las dificultades que conlleva el amor, la sexualidad, la manipulación del otro, la fidelidad, el incesto, así como también la temática de la destructividad, la muerte propia y la de los demás, temas que aparecerán en muchas de sus obras de teatro y sus novelas y los cuales no pasarán desapercibidos para Freud. De hecho menciona a Schnitzler, en una nota al pie de “Fragmento de un caso de histeria” (Freud, 1905) cuando le cuenta que se refirió a Paracelso (Schnitzler, 1898), por tratarse de un hipnotizador, un médico de almas que toma el poder sobre sus pacientes y los manipula a su gusto. Unos años después lo cita otra vez en “El tabú de la virginidad” (Freud, 1918) -el tercer ensayo sobre sus reflexiones acerca de la psicología del amor- con el cuento El destino del Baron Von Leisenbogh ( Schnitzler, 1903). El argumento, que dice tratarse del amante de una actriz experimentada en amores que sufre un accidente y antes de morir, con una maldición, le crea una suerte de nueva virginidad, sirve a Freud para ilustrar sobre la relación entre el deseo, el peligro, la prohibición y el tabú. Y por último en el texto de “Lo siniestro: (Freud, 1919) con la referencia al cuento La profecía (1906) para mostrar la diferencia de recursos entre la vivencia ominosa en la ficción y en la vida real.

Es posible que estos pocos datos corroboren el fracaso anunciado por Freud en cuanto al cuestionable valor de la reconstrucción biográfica. Pero como dice Schnitzler en sus Apuntes autobiográficos:

“(…) ¿qué sentido tendrían todas las experiencias individuales si cada uno llegase necesariamente al mismo resultado? En ese sentido, las experiencias no nos hacen más ricos porque nos otorguen la capacidad de emitir un juicio apriorístico en un caso determinado. Lo único que consiguen es aumentar la intensidad de nuestros juicios en los casos posteriores”.