De la serie distópica hecha realidad y un planeta con “pandemia de angustia” ante el Coronavirus

Jorge Eduardo Catelli, APA

“La convivencia humana humana sólo se vuelve posible
cuando se aglutina una mayoría más fuerte
que los individuos aislados y cohesionada frente a éstos”

S. Freud (1930 [1929])

El planeta entero está en alerta. Los focos de un enemigo invisible cobran fuerza a través de las redes sociales, que empujan a la población mundial a un mar de confusiones. Los peores de los fantasmas se agitan embravecidos por “fake news”, grabaciones apócrifas de presuntos sanitaristas ignotos dando mensajes apocalípticos con voz agitada, alertando respecto del fin de casi todo, en principio de la vida de cada quien. Los reconocidos epidemiólogos discuten en público la validez de la idea del otro, apasionada y negligentemente. Nuevas oposiciones entre bioquímicos, inmunólogos y otros especialistas, suman confusión a la ya iniciada por los intelectuales de moda, que tempranamente propusieron ideas paranoides y conspirativas. Otros temerarios dicen exactamente lo contrario a todo lo anterior y desde el púlpito de los medios, se pontifica hacia todas las direcciones. La opinión pública empuja la mano de los políticos para firmar decretos de dudosa fundamentación. Los economistas se muestran exacerbados sumando terror a las previsiones del caos. Los infaltables “profesionales psi” de la acusación liviana y la patologización, también a la orden del día, hacen el más impactante “aplicacionismo” de sus insuficientes teorías para legitimar sus propios miedos y exacerbados sentidos comunes, más comunes que nunca, sin lectura posible desde ningún lugar consistente y comprometido.

Los seres humanos nos constituimos como tales en un estado de indefensión inicial, que nos coloca indefectiblemente en relación con otro, en un lazo de dependencia. Esa indefensión llamada “inicial” no cesa, si bien logra diversos niveles de independencia parcial y, a veces, en apariencia, llamada “absoluta”. La indefensión es permanente. Y esto muestra parte de una fragilidad constitutiva del der humano, que sistemáticamente intenta desmentir, para poder seguir viviendo.

La irrupción de enfermedades, las “pestes”, así como los fenómenos naturales que logran hacer sentir la mentada fragilidad, evocan con intensidad esta condición humana que normalmente ha de quedar velada. El terror que cunde y paraliza no hace más que revelar algo que no tiene que ver con el corona-virus, sino con los miedos originarios del ser humano. He ahí el despliegue posible para otros modos de defensa más peligrosos que cualquier virus: la estigmatización, el repudio al “portador”, las generalizaciones a mansalva y la abolición de toda solidaridad posible, entre otras.

La activación de las propias neurosis, encuentran su mayor “caldo de cultivo” de alto contagio, con las conductas que originalmente son consideradas “recomendables” para prevenir el contagio, pero que en algunos casos se exacerban hasta grados insospechados en las conductas compulsivas. Estas conductas están latentes y siempre están a la espera de racionalizaciones que las “justifiquen” para el pensamiento consciente y que estos riesgos reales, se transforman en “virus oportunistas” para avanzar sobre otros temores que subyacentes como “el miedo al contacto”, “el repudio al otro diferente” y otras conductas obsesivas y evitativas, entre otras.

El “semejante”, aquél en quien se encontraba depositada la confianza y expectativas de ser alojado psíquicamente y así también como de poder alojarlo, corre también el riesgo de transformarse en un “prójimo” ajeno y peligroso. Asociado a otros prejuicios, avalados por la “puesta en el otro” rechazado, de los aspectos odiados en sí mismo, va teniendo lugar la peor de las pandemias humanas: el contagio de angustia deshumanízate. El problema no sería “sentir miedo –o angustia–, sino más bien qué se hace con ese afecto. En un extremo, la deshumanización del otro, encarnado en una etnia, grupo, nacionalidad u otras versiones de un enemigo a aniquilar, a veces como un virus en sí, como también se ha dicho en las más oscuras páginas del siglo XX de uno u otro grupo humano, “enfermedad de una sociedad”. En el otro extremo, la negación y la actitud despectiva ante una porción de realidad desmentida. De ahí en más, todo tipo de consecuencias de orden diverso cobran vida: políticas, económicas, sociales y de conflictividades sine fine, que vuelven a abrir la pregunta acerca de la naturaleza misma del ser humano y sus peligrosas fragilidades. En este último caso, la fragilidad del lazo social constitutivo, que puede resquebrajarse irremediablemente, tornando al otro en el “rival”, aquél “del otro lado del river”, que en espejo amenaza imaginariamente el lugar del sujeto.

Hoy en día, en tiempos de tecnologías que ya no podemos llamar “nuevas”, se habla de “desinfodemia”, como una doble infección, tanto a nivel del agente infeccioso, como a nivel de la información falsa que circula en las redes y que retroalimenta a la la primera. La desinfodemia sería entonces la ‘propagación de una enfermedad facilitada por desinformación viral’, la sobrecarga de información inútil o falsa y la expectativa crédula ante cualquier información de ignota procedencia.

Es un gran desafío poder profundizar en la información fidedigna, diferenciando de las fuentes de dudosa procedencia que están al alcance de nuestras contagiosas manos, pudiendo pensar en el cuidado del otro y el cuidado de sí mismo, sin entrar en una inercia casi delirante y panicosa, animada por fantasmas de otro orden.

Resta, entre otras cuestiones de base que esta situación “virósica” invita a pensar, preguntarse cómo sería la posibilidad de pasar de “cuidarse del otro”, a una dimensión de responsabilidad subjetiva, en tanto “cuidarse con los otros”. Se abre una dimensión ética, una dimensión que interroga una vez más al sujeto ante su vulnerabilidad e indefensión estructurales y el valor del cuidado responsable de sí con los otros –paradójicamente en estos momentos de propuesta de aislamiento– en relación con la naturaleza misma del lazo social. Cobra protagonismo para la humanidad ese lazo constitutivo, como probablemente la única apuesta factible para enfrentar, una vez más, y de modo colectivo, nuestra propia transitoriedad.

Eduardo Catelli

Eduardo Catelli