El porqué de la terapia analítica

Laura Pugnali, APA

Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha tratado de defenderse del sufrimiento y del dolor. A éstos se les atribuyeron distintos orígenes y de allí su abordaje. A veces se los consideraba como la medida de un castigo merecido o como un destino prefijado. Lo cierto es que sufrimiento y dolor acechan en la vida de cualquier persona. Así, primitivos sacerdotes intermediaban entre las inexplicables causas y el sufriente. Toda una construcción de ideas tendían a explicar, comprender, soportar o convivir con un destino aciago. Pero este sufrimiento tenía su origen fuera del que lo padecía.

En la edad media aparece la figura del médico de la peste, hoy convertido en una máscara del carnaval de Venecia. Aparece dotado de elementos y herramientas para el abordaje de la enfermedad y la muerte. Contaba con una máscara de gran pico para evitar acercarse al paciente y con un bastón destinado a levantar las ropas del enfermo para constatar un destino inevitable que entonces se diagnosticaba como peste bubónica. Con el avance de la ciencia y de la profesión médica, se interpusieron las imágenes, los análisis y los complementarios entre el médico y el paciente. Adquiriendo especificidad y mayor poder de curación a costa de una distancia operativa que posibilita la intervención. Las enfermedades del cuerpo se hacen comprensibles y curables.

Pero la enfermedad de los afectos tuvo otro destino. Desestimadas por la ciencia, rebeldes al método científico, incapaces de ser dominadas, corrieron el destino de la negación. De esa manera quedaron perteneciendo a otro ámbito inabordable para la ciencia médica. La frontera entre lo psíquico y lo somático heredó la división religiosa de cuerpo y alma, y se declaró de otro ámbito y con otras posibilidades de curación.

El psicoanálisis hace su entrada con el libro de los sueños. Obra en la que Freud nos acerca a cómo le fue develado el secreto de los sueños. El sueño es una pieza de producción inconsciente atada a sus leyes, condensación y desplazamiento, miramiento por la figurabilidad y elaboración secundaria. Se trata de pensamientos lógicos traducidos a un idioma arcaico: la imagen. La misma está emparentada con las huellas mnémicas, aquellas memorias de los tiempos primordiales, que arrastran afectos que se enlazan a los restos diurnos y a las fantasías e ideales.

Esta vía regia lo lleva hacia el concepto de inconsciente cuya enunciación y descubrimiento es una verdadera ruptura epistemológica con el pensamiento desarrollado en la sede de la conciencia. Ya no todo será consciente–o pasible de ser olvidado, sino que habrá un mundo a desentrañar, más eficaz que la voluntad, que trabajará para sí mismo y para sus propios fines. A partir de allí ya no seremos amos de nuestra conciencia, ni de nuestras decisiones.

El proceso se complejiza cada vez más y habrá instancias que se traban en conflicto. Traban e inhiben sin el menor atisbo de conciencia de ello. Simplemente diremos que las cosas suceden sin la participación de un yo que, quedando ajeno a estos movimientos, se disculpa, se quita responsabilidades. Este únicamente puede reconocer que la dificultad persiste o que tropieza dos veces con la misma piedra, es decir, pasa varias veces por lo mismo repitiendo los mismos conflictos que se convierten en indicios. Que al igual que los sueños, y como otras formaciones del inconsciente nos permiten tener llegada a estos procesos.

A partir de allí el psicoanálisis elabora y construye una herramienta para el abordaje de estas cuestiones en una relación, única, irrepetible, que es la relación entre paciente y analista.

La terapia psicoanalítica tiene en cuenta los factores comprometidos en el destino de los afectos y su íntima imbricación en la formación de síntomas. Es la escucha, que le es propia como método, aquella destinada a comprender y tramitar el sufrimiento psíquico, anímico y que también desborda sobre lo somático. Este método terapéutico está orientado a recorrer junto con el paciente ese camino intermedio entre la enfermedad y la vida, mediante una relación que se establece entre paciente y terapeuta, creando un campo en común, que técnicamente se describe como una conexión de inconsciente a inconsciente Pero podríamos pensar que se trata de una relación donde la comunicación fluye de manera íntima y libre de prejuicios y objetivos pedagógicos o adaptativos. En ese campo se favorece el establecimiento de la subjetividad, ya que esta relación entre ambos, en este campo, reproduce y refleja la dinámica de las relaciones del paciente con su entorno y consigo mismo. Se apunta al logro del cambio psíquico que consiste en una toma de conciencia de la propia subjetividad. Esto proporciona una mayor flexibilidad respecto de los contenidos, ideas, decisiones o afectos que de otra manera hubieran sucumbido a la represión y por lo tanto al olvido.

La vigencia de la terapia psicoanalítica es por su poder transformador y su efecto interminable en la capacidad de transitar conflictos que la vida nos plantea a cada momento.

Conocer los mandatos del Superyó que se manifiestan como imperativos categóricos, la facilitación somática que permite ciertas manifestaciones del sufrimiento, la irrupción de la angustia automática, la perentoriedad de la pulsión que lleva a las compulsiones y adicciones o una entidad como el masoquismo que contradice el principio de placer-displacer, nos da la posibilidad de trabajar, analizar y tramitar todos estos contenidos. A partir de este trabajo se promueve el cambio psíquico, entendido como la posibilidad de ver el mundo que nos rodea, los conflictos que se nos presentan de otra manera y por lo tanto abordarlos de manera diferente, tal vez más libre y creativa.

La terapia analítica propone un diálogo y apela a la subjetividad del paciente y del analista. Permite que los logros, o el alivio del sufrimiento sea más duradero y estable ya que apela a la activa participación del yo del paciente.

Es un camino recorrido entre ambos en ese reino intermedio entre la enfermedad y la vida.