El proceso de la escritura no deja de ser enigmático

Sara Cohen, APA

Estoy buscando
a un hombre al que no conozco,
que jamás fue tanto yo mismo
como desde que lo busco.
Canción del extranjero.

Edmond Jabès

La espera

El proceso de la escritura no deja de ser enigmático. Yo me referiré al ensayo en psicoanálisis, ubicándolo como género literario. Podría hacer mías las palabras que escribió Giorgio Agamben en Autorretrato en el estudio, que dicen así: “Por impaciencia se escribe, por impaciencia se deja de escribir. Pero los frutos por impaciencia no logramos agarrarlos. Y esto está bien. La paciencia es tal vez una virtud, pero sólo la impaciencia es santa. Una impaciencia que se vuelve método. El estilo, como la ascesis, es el fruto de una impaciencia frenada.”

La escritura exige una espera, tan activa como contemplativa. El ensayo no obedece a una comunicación de ideas ya preexistentes, sino que se construye a través del texto, es esa “impaciencia frenada” que exige al sujeto la búsqueda de un modo de decir, para revelársele al mismo autor aquello que albergaba rudimentariamente en su pensamiento, pero que no tenía existencia como tal antes de ser expresado a través de un texto.

El escritor y el artista trabajan con la forma, quien produce un ensayo también. Esto no implica desvalorizar, ni desconocer distintos intercambios imprescindibles entre colegas, cuya modalidad no es la del ensayo. Este último exige espera, una espera que se presiente como productiva, que genera enlaces paulatinos en un discurso que se despliega. Aborda algo que se le escapa al sujeto y que no encuentra cómo decirse, por eso invita a recorrer distintos circuitos hasta que se abrocha un concepto.

El trabajo analítico tiene sus tiempos, sus esperas y su búsqueda de formas. En esto es pariente cercano de la escritura. Algo se escribe en el análisis, aunque no sea un ensayo.

Escribir requiere de un accidente, podrían repetirse incansablemente ciertas temáticas en la cabeza de un sujeto sin por eso producir un texto. El escrito, así como el amor, es producto del azar, requiere de un encuentro contingente. Algo que escape a toda previsibilidad y empuje al lenguaje a decir lo que hasta ese momento no se planteaba, o resultaba inabordable por la palabra. Es así como se escribe, enfrentado a la imposibilidad, buscando salidas que generan nuevas vías. La causa accidental, lo traumático, lo real, se convierte en causa del sujeto y elección inconsciente.

El análisis trabaja con esa repetición, que no es pura repetición, sino que se presenta muchas veces bajo la forma del azar. La tyche el encuentro con lo real, desajusta la mera repetición, es una nueva versión que lanza al sujeto hacia lo desconocido de sí mismo. No hay recursos para decir aquello que se resiste a ser nominado. La vivencia de extrañeza es en muchas oportunidades aquella que pone en movimiento un trabajo de escritura. No alcanzó el saber previo, no encajan las piezas, y se intenta la búsqueda a través del texto. Cuando esto resulta, el escrito devuelve una multiplicidad de interpretaciones insospechadas. Algo de la palabra, a través de su rodeo del vacío, tocó el hueso.

Escribir es sin garantía, hay que saber desechar, tirar, dejar a la espera fragmentos. Es curioso observar como los fragmentos se buscan entre sí, en los archivos de la computadora. Y así como el soñante moldea con sus restos diurnos las representaciones que le hacen posible que emerja su deseo inconsciente, el escritor va encontrando el rumbo de su texto. A veces, simplemente dejando descansar los fragmentos, sin tener ansias de totalidad, ni aspiración de explicar o subrayar aquello que surge.

El trauma es inherente a toda estructura, y es a partir del encuentro azaroso que se pone a rodar un juego con nuestro desconocido, el extranjero que buscamos. El desconocimiento deviene escritura, y descubrimos que lo que parecía quietud era tiempo de espera. Eros es así, arma tramas inesperadas. No somos tan sólo nosotros artífices de aquello que escribimos, ni tenemos por qué entender todo aquello que hemos dicho. Un escrito es un tránsito, y tal como la identidad no se puede apresar.