¿Existe una literatura psicoanalítica?
Gloria Gitaroff, APA
Veamos cómo el psicoanálisis y la literatura están relacionados desde el nacimiento mismo del psicoanálisis.
Freud dio a conocer sus descubrimientos en escritos que son verdaderas piezas literarias, debido a sus innegables condiciones de escritor.
Conocemos su teoría a través de ensayos, que no son impersonales, como el género tradicionalmente propone, sino que les imprimió un sello propio, al tener en cuenta al lector, y despejar sus posibles dudas y objeciones.
En cuanto a la aplicación clínica de sus ideas, tuvo que crear un género nuevo, el de los historiales psicoanalíticos, muy distintos de los casos médicos tal como se escribían hasta ese momento.
Se trata de obras científico – literarias y que justamente por su calidad literaria y el interés que despiertan pasaron a formar parte de la cultura, donde los nombres supuestos de Dora, Juanito o “El hombre de los lobos”, entre otros, han pasado a la literatura universal.
Veamos cómo fueron los inicios del descubrimiento freudiano y, consecuentemente de su transmisión escrita.
Los neurólogos de la época de sus inicios (fines del siglo XIX) se interesaban por los síntomas de sus pacientes, a partir de los cuales les adjudicaban una determinada enfermedad psíquica y les recetaban los métodos a su alcance, como la medicación, baños calmantes, etc.
Freud, que también era neurólogo, convencido de que esos métodos no daban resultado, buscó, y con pasión de investigador, fue encontrando otros caminos. Creó una teoría para explicar eso distinto que encontró, y una clínica a partir de esa teoría, que llamó en su conjunto con el nombre de psicoanálisis.
¿Cuál fue la diferencia? Como los pacientes le mostraban su necesidad de hablar de sus padecimientos, y no sólo detallar sus síntomas, los alentó a que hablaran libremente de lo que les sucedía y, para comprenderlos mejor, les preguntaba detalles de lo que le contaban.
Una paciente lo ayudó en ese camino cuando, molesta porque Freud, según ella, la interrumpía todo el tiempo con preguntas, le dijo que no lo hiciera, y que la dejara hablar.
Así fue que Freud descubrió que, cuando invitaba a sus pacientes a hablar libremente y se limitaba a escucharlos, los pacientes le respondían con relatos.
Sabemos hoy que esto no es extraño, ya que el relato nos constituye como personas, todos somos narradores de nuestra propia historia, y esos relatos se aproximan y a veces no coinciden en absoluto con lo vivido, pero sin embargo nos comprometen, producen efectos y a menudo sufrimientos.
¿De qué le hablaban espontáneamente los pacientes?
Le hablaban de acontecimientos del presente y del pasado, de la infancia, de sus padres, le contaban algún sueño y a menudo escenas infantiles sexuales perturbadoras, que él tomaba como fuente de sus dolencias psíquicas.
Es importante decir que la escucha de Freud era una escucha particular, que lo llevó a crear un método de comprender lo que sus pacientes le decían.
Por ese camino llegó a la conclusión de que aquellas escenas sexuales infantiles no eran, en su mayoría, escenas realmente acontecidas, y descubrió el mundo y el poder de las fantasías nacidas desde otro espacio psíquico distinto de la conciencia, y que llamó inconsciente.
Fue especialmente en su clínica, y sobre todo del accionar del inconsciente, que se vio precisado a crear una literatura psicoanalítica, diferente de las historias clínicas psiquiátricas, que, como dijimos, se atenían a los hechos, a la clasificación de las perturbaciones psíquicas, y a recetar medicamentos para disminuir la angustia u otros síntomas que esas perturbaciones provocaban.
Descubrió también que, en ese intento de comprensión de nuestra vida, no sólo nos contamos nuestra propia historia, (que Freud denominó “la novela familiar”) sino que le damos un sentido propio, por lo general distante de la historia tal como sucedió, y que muchas veces nos produce sufrimientos y la realización de acciones que nos perjudican.
Es una especie de malentendido, que se va creando en el transcurso de la vida, a través de fantasías que nos alejan de lo que verdaderamente deseamos y nos haría feliz, y que llegan a producir síntomas físicos o psíquicos que a primera vista son inexplicables.
Demos un ejemplo. Imaginemos que alguien dice “yo no pude estudiar porque me mandaron a trabajar”, es una verdad, sí. Pero no toda la verdad. ¿Y si tuvo que ir a trabajar, pero además no pudo ver que, sin darse cuenta, ya que fue su inconsciente el que selló bajo esa frase una imposibilidad definitiva? Una imposibilidad que se fue repitiendo sin advertirlo a lo largo de su vida, tomando otras formas de expresión: “Ella hubiera sido la mujer de mi vida, pero yo no me acerqué a esa chica porque sus padres no me hubieran aceptado”
Por este camino consciente siguió creyéndose una víctima de las circunstancias, del destino, o de la mala suerte, y mientras tanto, quedaron en retenidos su inconsciente los recursos propios que dejaron de estar disponible para él, y que, de haber podido tenerlos conscientes, no hubiera repetido esas situaciones y acceder a su deseo.
En tanto ejemplo, es insuficiente para mostrar que no es un camino sencillo, que con decírselo al paciente no cambiaría de por sí su historia, sino que se requeriría un trabajo más sutil para que entre los dos pudieran ir, entre otras cosas, al sentido de la repetición en situaciones aparentemente distintas.
Freud descubrió así mismo cómo ese espacio psíquico que denominó inconsciente no se expresa directamente sino enmascarado en lugares tales como las imágenes de los sueños, así como en el lenguaje corriente, algunas acciones, etc., y que el analista escucha e interpreta el sentido del relato de sus pacientes, como vislumbró en aquellos lejanos comienzos.
Es en la vasta literatura psicoanalítica que Freud nos legó, y que sus continuadores siguen enriqueciendo, y cuya finalidad última sigue siendo liberar al paciente de la desdicha de sus padecimientos psíquicos innecesarios, que muchas veces se transforman en físicos también.