Freud en los primeros tiempos

Gloria Gitaroff, APA

Si preguntáramos quién fue Freud, no cabe duda que se lo asociaría al psicoanálisis, y a la conocida imagen del médico sentado en un sillón con su barba y su pipa, ubicado detrás del paciente que le habla recostado en un diván.

Sin embargo, esa imagen además de risueña, abarca sólo un aspecto del psicoanálisis: el método psicoterapéutico.

Pero comencemos por el principio. Sigmund Freud se había recibido de médico en la Universidad de Viena en 1881. Se había inclinado hacia la investigación fisiológica, pero como no tenía perspectivas económicas para sostener a su familia ya numerosa se decidió por la medicina, y se dedicó al estudio de las enfermedades nerviosas. En un comienzo atendía a los pacientes como neurólogo con los recursos de su época: masajes, baños, aplicación de electricidad. Obtuvo una beca para ir a París, donde estudió con Charcot y tradujo sus libros al alemán.

Al ver que no obtenía resultados, empezó a hacer investigaciones por su cuenta. De hecho, su formación como investigador, sumada a su curiosidad y deseo de conocer, lo acompañó toda su vida. Es por eso que, como todo científico, cuestionaba las hipótesis de los demás (como las enseñanzas de Charcot, por ejemplo) y las suyas propias; las ponía a prueba, lo cual significaba muchas veces echarlas por tierra y volver a empezar. Esto le sucedió por ejemplo cuando comprobó que la escena de seducción infantil que le relataban las pacientes y que él había considerado en el origen de la histeria, no había acontecido. Sin embargo, convirtió el lógico desaliento inicial en incentivo para seguir investigando y llegar a descubrir más tarde que la escena de seducción había ocurrido en la fantasía, pero que su fuerza etiológica de naturaleza sexual era la misma.

Gracias a que contamos con su extensa obra, así como con las innumerables cartas que escribió –como las que intercambiaba con su amigo Fliess en las que iba comunicando la marcha de sus descubrimientos– es posible seguir el derrotero de sus ideas. De este modo su obra pudo ser continuada más adelante por otros analistas. Incluso nosotros, sus lectores, podemos acompañarlo en el ir y venir de su pensamiento y sacar nuestras propias conclusiones.

Freud se decidió a escuchar qué tenían para decirle sus pacientes. Dio así un giro de ciento ochenta grados, ya que esto no era habitual a finales del siglo XIX cuando transcurre esta historia. Buscaba así descubrir qué le podían aportar ellos sobre su dolencia, y cuestionar el papel del médico de entonces como único dueño del saber.

Ahora bien, ¿de qué hablaban sus pacientes? En primer lugar, detallaban sus síntomas, relataban escenas de la vida cotidiana, traían recuerdos de la infancia, y también sus sueños. A menudo arriesgaban ideas sobre esos sueños ya sea espontáneamente, o con la ayuda de Freud, que los instaba a hablar especialmente de algún detalle del relato del sueño que le llamaba la atención.

Un día una paciente, que conocemos por el nombre supuesto de Emmy, fastidiada porque Freud en su afán de descubrimiento le hacía muchas preguntas, le dijo airadamente: “¡Déjeme hablar!” Así que dejó de interrumpirla, y descubrió que era más fructífero que los pacientes «dijeran todo lo que se les viniera a la cabeza» (a esta técnica la llamó “asociación libre” y por su importancia “regla fundamental) y escucharlos por su parte con una “atención parejamente flotante”. Las dos técnicas implicaban no desechar nada de lo que se les ocurriera, por absurdo, ridículo u ofensivo que pareciera tanto del lado del paciente como de Freud, quien, confiando en que todo ese material surgido al amparo de la situación analítica, se relacionaba de algún modo, y que era posible hilvanar lo aparentemente caótico del material así obtenido.

Al ver, como dijimos, que los pacientes le relataban sus sueños, se dedicó a estudiarlos. Encontró que los sueños esconden un deseo que se cumple, aunque de manera cifrada, mientras que en estado de vigilia tales deseos no se manifiestan abiertamente: están reprimidos, es decir que se mantienen en esa otra región que denominó inconsciente. Dio el nombre de represión, a aquella fuerza psíquica que impide que un contenido llegue a la conciencia, y le dio a este concepto un lugar central en la teoría. El objetivo del método psicoanalítico es entonces levantar las represiones, para acceder al inconsciente.

Concluyó que ambos, la conciencia y el inconsciente constituyen el psiquismo junto con una tercera región que llamó preconsciente, que alberga los recuerdos momentáneamente fuera de la conciencia pero a los que sí se tiene acceso, es decir que los puede hacer conscientes el propio sujeto. Esta teoría del psiquismo se conoce como Primera Tópica (de topos, lugar), si bien aclara que el aparato psíquico es de naturaleza conceptual y no tiene una localización en el cerebro ni en otro lugar físico.

Poco a poco, llegó a concluir que los lapsus, es decir las equivocaciones al hablar, así como los actos fallidos, los chistes y las manifestaciones del arte, son también productos cifrados de lo inconsciente, y por lo tanto son pasibles de interpretación.

Agreguemos que Freud era un gran lector de los clásicos, particularmente los griegos, Dante, Shakespeare o Goethe, y en sus obras encontraba expresadas de manera literaria las mismas pasiones y conflictos que en la vida real.

En los sueños, desdeñados hasta entonces por el mundo científico, distinguió dos elementos: el contenido manifiesto, es decir el sueño tal como se lo relata, propio del mundo de la conciencia. El otro es el contenido latente, que forma parte del inconsciente, al que no se tiene acceso, sino en forma de mensajes a descifrar.

Freud avanzó todavía más, al estudiarse a sí mismo, mediante su autoanálisis, en el que le dedicaba media hora al final de cada día de trabajo. Tengamos en cuenta que fue el primer analista y que recomendó que todo psicoanalista para comprender la esencia del psicoanálisis y poder analizar a sus pacientes, además de realizar su autoanálisis acudiera a otro analista para analizarse.

A través de su autoanálisis descubrió lo que llamó “Complejo de Edipo”, un conjunto de relaciones amorosas y hostiles entre el padre, la madre y el hijo, que se reproducen a lo largo de la vida, (en términos de roles, no de personas) en situaciones en las que nos sentimos atrapados y nos queremos desligar, pero que sentimos miedo y culpa frente al cambio, así como miedo a lo nuevo y al posible desamparo.

El autoanálisis lo llevó también a analizar sus propios sus propios sueños y valientemente los comunicó en su libro “La interpretación de los sueños”.

La noche del 23 al 24 de julio de 1895 tuvo un sueño, el primero del que hizo una interpretación detallada. Lo llamó “El sueño de la inyección a Irma”, y comienza así: “Un gran vestíbulo, muchos invitados – a los que nosotros recibimos –. Entre ellos, Irma…” Cabe resaltar la valentía de Freud que, en el afán de dar a conocer su técnica de interpretación, exponía así a quien los leyera buena parte de sus deseos y pensamientos íntimos.

Con “La interpretación de los sueños” inauguró el nuevo siglo, el siglo XX. Fue su libro más preciado, donde además de revisar todo lo acontecido en relación a los sueños, constituye un tratado de cómo utilizar los sueños para desentrañar el inconsciente. Descubrió que los deseos que buscan realizarse en los sueños son de naturaleza sexual infantil.

Me parece interesante detenernos un momento en recapitular lo relativo a su “causa” como llamaba él a su creación.

El psicoanálisis (que también se denominó “psicología profunda” y “cura por la palabra”) si bien, como dijimos, es un método psicoterapéutico que busca aliviar el sufrimiento psíquico del paciente, es también un método de investigación de lo inconsciente y un conjunto de teorías que sustentan científicamente tales métodos.

Por un lado, Freud se interesaba en los síntomas neuróticos, (dado que consideraba que todos somos en alguna medida, neuróticos) como satisfacciones sustitutivas de deseos inconscientes, y hubo un momento en que fue en el tratamiento de otra paciente, al que dio el nombre de Dora, que confluyeron ambas líneas de investigación: el tratamiento de los síntomas neuróticos y el sentido de los sueños puesto al servicio de dicho tratamiento.

El descubrimiento del aspecto inconsciente de la mente es, junto con la sexualidad infantil, los principales causantes de las críticas que siempre acompañaron sus ideas, no solo desde la incredulidad de la gente corriente sino principalmente desde el ámbito médico, negándole al psicoanálisis la categoría de ciencia.

Paulatinamente, fue rodeado de discípulos, y con el tiempo el psicoanálisis se extendió por el mundo.

Aunque Freud no recibió el premio Nobel que hubiera merecido, algunos homenajes se le brindaron en vida como el premio Goethe “al gran erudito, escritor, y luchador”. En tiempos más recientes se le ha otorgado al hombre que mostró a la humanidad que la conciencia es solo una cara de su psiquismo, y que hizo visible también la otra, la del inconsciente, al darse el nombre de “Freud” a un pequeño cráter de impacto lunar que se encuentra en una meseta dentro del Oceanus Procellarum, en la parte noroccidental del lado visible de la luna.