Mujer y/o Madre. Conflicto donde se despliega la ambivalencia
Liliana Denicola, APA
El mito constituye la figuración de las pasiones, mundo de los dioses donde la pulsión concluye su camino de descarga en medio de escenas de amor, de odio, de celos, de envidia y traición que paradójicamente hacen de estos dioses seres esencialmente humanos.
Medea1 es el exponente del conflicto al que la hembra humana se ve expuesta, coaccionada por su deseo y presionada por la cultura. Medea, en su objetivo de ser reconocida como mujer por una cultura que la condenaba al imperativo de ser madre, bajo el argumento de que la maternidad le otorgaba suficiente plenitud, lucha, en oposición a esto, en afirmación de su deseo, hasta las últimas consecuencias.
En el terreno de estas tragedias hunde sus raíces el complejo y en su núcleo la hallaremos .La ambivalencia de sentimientos se inauguran con el complejo que es donde hay conflicto y sentimientos contradictorios, más allá habrá pasiones extremas: odios que llevan a la destrucción del objeto y amores incestuosos. Los rivales que obstaculizan se destruyen sin miramientos y se accede, sin titubeos al objeto apetecido (de esta materia están tejidos los mitos).
Pero veamos en el entredicho de tragedia y complejo, cuáles son las particularidades del complejo de Edipo de la niña, en ese punto donde el varoncito “no perdona a su madre” (lo considera una infidelidad) que no le haya regalado a él, sino al padre el comercio sexual, cuestiones que lo orientan en su elección de objeto.
Distintos son los avatares por los que atraviesa el complejo en la niña. Nos detendremos, en este escrito, en los sentimientos de odio a la madre, odio que si no es atenuado por la ternura produce significativas consecuencias en la asunción de la maternidad. En la proyección futura de una maternidad se reproducen los hitos de la relación madre-hija, relaciones inevitablemente tormentosas. La niña cundo juega con su muñeca expone cómo es tratada o cómo le gustaría serlo. Todavía la muñeca no es una hija y aun cuando la denomine así, es ella misma. Es decir en la base de sus juegos de pequeña domina y es dominada la pulsión por la constitución del narcisismo. El investimento narcisista que su madre haya hecho de ella le permitirá a su vez desplegar sus sentimientos hacia un nuevo ser y en el recorrido que la pulsión haga, contorneando el objeto, lo constituirá como imagen de sí misma. Los hijos depararán a la mujer una primera salida del narcisismo, si no fuera así, el nuevo ser pasará a constituir un objeto persecutorio y el vínculo predominante será el odio cuyas manifestaciones bordearán la destrucción del objeto. La rabia es un afecto que se origina en el odio y expresa la molestia de lo que se recibe del entorno, lo que fastidia. Los niños entonces reciben del trato con su madre la sensación de ser una molestia para ellas.
El niño en ciertos casos es para la madre el obstáculo que se interpone a sus más caros anhelos, sólo una carga. En oposición a esto surge en lo imaginario de la cultura, la madre abnegada, capaz de hacer los más grandes sacrificios. En circunstancias como la guerra se da quizás uno de los más esquizofrenizantes mensajes pues por un lado se envían a los jóvenes a la muerte (filicidio) y paralelamente se eleva la Madre como icono en su renuncia a sus vástagos. Recordemos la película Madre basada en la novela de Máximo Gorki. Este autor vivió bajo la injusticia zarista y la madre, principal personaje de la novela, trasunta espíritu de lucha y voluntad de acero, impregnada la narración, a su vez, por la idea de la culpa.
El hijo, un muerto vivo
Jueces de familia y pediatras dan cuenta de casos de niños que en lugar de amorosos cuidados reciben maltratos lacerantes generalmente bajo la apariencia de atenciones extremas (síndrome de Munchhausen). El marco es la enfermedad y el agente la madre que suele ser paradójicamente agente de salud (enfermera, asistente, etc.). En esta forma de maltrato la madre toma al niño para la propia satisfacción. Todo transcurre en la intimidad del hogar pero dado su aspecto engañoso resulta de difícil diagnóstico y el médico suele actuar desconcertado. A veces son niños que ingresan al hospital en estado de coma con un grado sobre terapéutico de medicación administrada por la madre. Suelen haber otros niños fallecidos en el entorno familiar con síndrome similar. La gravedad de estos casos reside en su elevada morbimortalidad y el difícil diagnóstico.
Constituye una forma peculiar de maltrato en el que uno de los padres –generalmente la madre– simula la existencia o provoca síntomas o signos en el niño con el objeto de buscar asistencia médica y maniobras diagnósticas invasivas y de riesgo.
Para la existencia de este cuadro se necesita:
- La “falsificación” de datos aportados al historial clínico.
- La “simulación” de signos: como la falsificación de pruebas añadiendo sangre menstrual, azúcar o materia fecal a la orina; aparentar fiebre frotando el termómetro, etc.
- La “producción” de signos: tales como erupciones por estímulos mecánicos o substancias irritantes; administración de sedantes; provocación de asfixia por inhalación en bolsa de plástico o por oclusión mecánica con las manos, etc. Se dieron algunos casos provocados a través de la ingestión reiterada de cuerpos como tornillos, aros, etc.
Me parece importante retomar estas consideraciones en la época en que la ciencia en sus avances logra el embarazo en mujeres que se presentan con dificultad para la procreación. En ciertos casos son empujadas a una maternidad para la cual no habían sido interrogadas y es entonces cuando ciertos efectos contrarios al embarazo son producidos por la negativa que en algún nivel es pronunciada (fracaso reiterado en la implantación de embriones).
Sean bienvenidos los avances de la ciencia, los sutiles instrumentos por lo que se sortean imposibilidades, pero qué ocurre con el deseo de estos sujetos femeninos. En alguna ocasión diferencié los hijos engendrados por el deber, de los hijos concebidos desde el deseo y en el mejor de los casos con intervención del amor.
Procedimientos costosos, prolongados, y en ocasiones cruentos preceden a una maternidad por la que nadie se interroga. Resultados fallidos son atribuidos a la biología pero ¿y el deseo?
Freud puntualiza que para la niña su vagina es en los primeros tiempos prácticamente inexistente, a lo sumo una zona más de descubrimiento de placer. Su erogenización va a ser el resultado de procesos psíquicos complejos. Comienza con la creencia en la universalización del pene, cree, fruto de la percepción que su clítoris es un pene pequeño, creencia por la cual deduce que ha sido castrada.
Quiero detenerme en el momento (con que en ocasiones nos enfrentamos en la clínica) en que esa niña ya adulta presenta dificultades en la asunción de la maternidad. Más aún, creemos descubrir un sentimiento de odio acendrado hacia los hijos hasta provocar su muerte. Las producciones ficcionales como los cuentos infantiles, dan cuenta del odio materno, y en nuestra clínica y en las noticias cotidianas encontramos formas de filicidio que Rascovsky saca a luz.
¿Qué ha sucedido que el hijo no ha venido a ser resarcimiento simbólico de aquel “tiempo” en que la madre de hoy, niña de entonces se consideró castrada frente a la verificación cierta de la diferencia sexual anatómica? ¿Qué le impide acceder a una posición femenina? Freud nos advierte de la importancia de lo preedípico en la mujer y de no olvidarlo en la clínica grávido (¡cómo no usar este término!) de consecuencias.
La niña embelesada con la madre, en un primer tiempo, desea poseerla y hasta volver al vientre materno. La universalidad del pene es sostenida por la madre que cubre todas las faltas (será una creencia que pertenecerá al narcisismo)
Ante el descubrimiento de que la Madre no posee el pene, ni siquiera se verifica que ella es la única que lo posee, se desata en la niña el odio que surge con intensidad, con la intensidad de aquel odio por el que se expulsaba lo diferente y que origina la división entre un mundo externo e interno. Sobre este odio, cuna de todos los odios y director de caminos para la pulsión de muerte, reaparece el odio a la madre castrada justo en ese momento puntual del recorrido edípico de la niña, y punto donde puede quedar estancada la libido. A partir de entonces pueden surgir tres caminos posibles: la renuncia a la sexualidad, la homosexualidad o el deseo de un hijo representante del Falo, y para lo cual se dirigirá hacia el padre
El camino hacia la feminidad superado el odio, puede permitir la identificación y para ello será importante el conocimiento por parte de la niña del deseo de la madre, que la madre sepa dónde está el falo, donde ir a buscarlo, y que sea, con buena suerte, en la persona del padre.
El odio es primario al amor por lo tanto se deben presentificar mecanismos o actos que introduzcan el amor ante esta pasión que orienta la pulsión de muerte con la expresión conjunta de la destructividad. Ese odio primario es percibido como malo por alterar la supuesta unidad, el ideal de coherencia. El odio es precursor del amor, afirma Freud en un posterior reconocimiento a Stekel, y la palabra sustrae al odio de la destrucción del objeto, de la lucha por puro prestigio. De la fascinación se libra al amor por la palabra, el amor se vuelve simbólico con la palabra.
Aquello que llamamos hijo tendrá que superar muchos obstáculos para su sobrevida. Aclaremos que el odio acompañado por el amor neutraliza, otorga palabras al odio mal-dito, el de la pulsión de muerte, el inicial. Este segundo odioamor se corresponde con un narcisismo secundario. El odioamor son polos que se influyen mutuamente y se conserva la integridad del objeto en cuanto prevalece el amor.
Con la cuota de narcisismo que los progenitores proveen al nuevo ser se ampara su existencia. Por el contrario cuando la patología materna es grave con trastornos narcisistas, el hijo debe finalizar su existencia para destituir cualquier diferencia pues trae consigo la desarmonía. Puede ser vivido como un parásito al que hay que negarle sobrevivencia para que su huésped, la madre, se afirme como entidad autónoma.
Es el odioamor lo que permite la dupla madre-hijo. La independencia de uno de los términos que originan el excesivo amor (hipertrófico) o el odio infernal, conducen a la destrucción del sujeto. La madre se ve amenazada con la muerte, por enamoramiento a la propia imagen (narcisismo primario absoluto) o con la muerte de sí misma por la demanda del hijo del sacrificio de su propia vida.
Por fuera de una imposición, el deseo de hijo vivenciado como un don proveniente del objeto amado asegura la posibilidad de vida del hijo. Implica que la vagina ha sido erotizada, para albergar el falo de quien se ama en la cadena de sustituciones desatada más allá dela desilusión inicial y de la resignación posterior que lleva a la joven a nuevos puertos de amarre. Toda una travesía debe recorrer la niña antes de convertirse en mujer, con alternativas intermedias que pueden hacer fracasar ese camino a la feminidad. Ejemplo de ello es dejar a la mujer en un mundo de goce mortífero como puede ser la repetición de ser privada, tal es el caso de la exposición a abortos reiterados, como forma de anular la falta.
Medea destruye sus hijos en un intento extremo de ser reconocida como mujer independiente de la maternidad. En la mujer el desear (inconsciente) que recae sobre un objeto con consistencia real y que crece como real en su cuerpo, un pedazo de cuerpo que se lo enajena para darle vida propia, no siempre coincide con el querer (consciente).
Como vemos la posibilidad de maternidad en una mujer la enfrenta a un real que es deseable se enmarque en lo simbólico. Que es algo que en su consistencia se engendra para ser perdido, y que en ocasiones no se instala en el cruce entre el querer consciente y el desear inconsciente con consecuencias inesperadas desde la demanda de los ideales.
Referencias
- Medea, tragedia de Eurípides. Su autor exalta los valores femeninos y defiende la condición femenina