La ética psicoanalítica

Marcelo Viñar

Miembro de APU

Ética y psicoanálisis son términos que abren territorios semánticos tan amplios que confinarlos a tres páginas conlleva el riesgo de producir lo mismo que se quiere combatir. Como en la televisión, una noticia por minuto, mezclando y homogeneizando el horror de la guerra y el delito con la publicidad de cosméticos y refrescos, es decir la producción de un sujeto que aprehende los dramas del mundo mientras estúpidamente masca papas chip trivializando el horror.

Haremos pues el intento de una sinopsis de una película cuyo guión y filmación nos insume la vida entera, en la dinámica vertiginosa de realidades cambiantes.

Este acontecer social acelerado nos empuja a ser adictos a presentes sobrecalentados que apagan el pasado y el futuro. La herencia y el proyecto sucumben ante la perentoriedad de una actualidad candente y consumista… aunque el planeta reviente… y nosotros también.

Van apurados aunque no saben a dónde van, decía El Principito de St. Exupery; ese sujeto que sólo contacta con su angustia en la crisis de pánico o la conducta de riesgo y suele llegar al psicoanalista luego del fracaso de otras terapias más rápidas y supuestamente más eficaces. Allí es inherente a nuestra ética intentar (con la artesanía que podamos) restablecer un cierto equilibrio entre tiempos transitivos y tiempos reflexivos del pensamiento. Buscar restituir o instituir el tríptico de un tiempo vivencial interior donde coexistan herencias y recuerdos con anhelos y proyectos y el presente establezca una articulación entre ambos, sustituyendo el tiempo epiléptico o adictivo del “More is better”.


Es tradicional en la ética del Psicoanalista reflexionar sobre los alcances de los términos de abstinencia y neutralidad (¿o indiferencia?). Heredamos de Freud el mandato de cumplir con ambas, con el simultáneo reconocimiento de que es imposible ser neutral en temas decisivos de la vida y de la muerte.

Hay un progreso en el reconocimiento de la diversidad sexual y/o del “género fluido” en un gesto liberador de barbaridades del pasado, lapidación de adúlteras y sodomitas que todavía rige en buena parte del planeta, de manera efectiva o latente. En occidente somos herederos de siglos o milenios de demonización del sexo. Hoy viramos a las antípodas en un imaginario colectivo permisivo del erotismo.

En esta época del vale todo en la sexualidad, en la violencia y la corrupción, vale la pena explorar en la sesión, dónde se establecen los límites de la ley y la prohibición, que son necesarios y coextensivos a la constitución del sujeto deseante. Perdimos el esquema binario de una sexualidad legítima y otra transgresora o aberrante. El consentimiento de los partenaires parece ser hoy el criterio prínceps para definir la sexualidad legítima del abuso. Criterio fácil de enunciar pero difícil de cumplir cuando se trata de anudar el deseo propio y el del otro.

El trabajo de reconocimiento y la legitimación del diferente es interminable e implica metabolizar la alteración que nos produce la alteridad radical de las diversidades humanas. Pero libertad no es sinónimo de “vale todo” y el laborioso discernir entre las alteridades a tolerar o legitimar, de aquellas a combatir, resulta interminable. Y los consensos sobre libertad y prohibición son siempre controversiales y violentos desde la noche de los tiempos y quizás a perpetuidad. Un tema de ciudadanía del que no podemos escapar, con el argumento de la extraterritorialidad de la cura y el deseo del analista como resistencia al proceso.

La renuncia (del analista) de no actuar en sesión su cuerpo erótico y su cuerpo en acción, me parecen límites indiscutibles. Sólo hace excepción a este mandato cuando un terapeuta avezado utilice el acto (acting out, enactment) como herramienta preliminar y preparatoria de una posible simbolización, donde el lenguaje verbal vuelva a prevalecer.

En el encuadre interno que nos exige “la folie a deux” de tantos momentos cruciales de la transferencia, conviene preservar –en lo posible– un yo observador, ajeno e indiferente del drama pasional que ocurre en la sesión.