Sexuación, violencia entre géneros y construcción simbólica

Mirta Goldstein, APA

La civilización no puede terminar de elaborar simbólicamente la diferencia sexual; hemos sido conformados por la diferencia entre femenino y masculino, pasivo y activo, fálico y castrado, varón y mujer; en esa conformación orgánica y psíquica nos igualamos en nuestras desigualdades por lo cual hay algo que resulta irrepresentable: la diferencia misma.

Al escribir Masculino ≠ Femenino podemos apreciar la marca de lo no representable: el signo de la diferencia entre igualdad como sujetos y desigualdad en tanto singularidades existenciales en una cultura, una época.

Lo que queda como vacío sin representación sigue siendo eficaz psíquicamente y se manifiesta o irrumpe como la causa de estragos violentos o de magníficas creaciones.

El arte, por ejemplo, transforma ese agujero sin representación verbal en una obra; en cambio en situaciones traumáticas o cuando falla la capacidad de hacer algo con esa falta de palabra, aparece la violencia o el cambio de objeto de deseo.

¿Por qué la elaboración fallida de la diferencia sexual puede traducirse en violencia? Porque la violencia es síntoma de la malversada castración simbólica. Malversada o versión fallida, lo no elaborable de la sexuación y sus diferencias produce síntomas y modalidades sexuales. Cada género es una versión sintomática de la sexuación en tanto cualquier modalidad de género no cubre todas las posibilidades de goce sexual. Hay goces distintos y a la vez similares en las orientaciones sexuales.

La diferencia anatómica y orgánica de los sexos se debe inscribir simbólicamente para que tanto el heterosexual, bisexual, transexual y homosexual, logren fijar su particular “objeto” de goce. Pero el goce sexual en sí mismo es una vivencia particular que ningún otro puede alcanzar. En este sentido nadie sabe del goce del Otro, lo cual queda como enigma y puede producir violencia entre los sexos y los géneros.

Para Freud lo femenino se rechaza en todos los sexos, por lo cual la angustia que se desarrolla por la inadaptabilidad de un sexo con el otro, aún dentro de un mismo género, puede transformarse en una acción objetiva, por ejemplo actuar un femicidio debido al arrebato violento que puede emerger de lo no simbolizado de lo femenino.

El femicidio difiere del feminicidio. Cuando se desea inconscientemente atacar lo femenino, se puede llegar a eliminar a la mujer o al homosexual considerados los portadores de lo femenino; esto se debe a esta intolerancia de lo femenino como instalada en el seno del falocentrismo. Este pasaje al acto se encuentra en las antípodas de la creación que sublima lo femenino.
En tanto milenios de biopolítica patriarcal, han identificado lo femenino con las mujeres y los homosexuales, unos y otros fueron perseguidos y eliminados objetos de xenofobia; por lo cual considero que desde los comienzos de la civilización existe violencia entre géneros sexuados.

Hoy tenemos nombres para nombrar esa inadaptabilidad sexual, antes directamente se construían cosmovisiones contra lo femenino.

Aun si hubiese existido una formación cultural matriarcal, ésta también se debería a la falla de simbolización de la diferencia, ya que es esta incompletitud sexual la que nos lleva a crear bienes culturales y objetos sexuales.

En tanto aun dentro de un mismo sexo no hay igualdad, pues la misma constitución subjetiva es singular y diferente, entonces la desigualdad sexuada es el modo particular e irrepetible de transitar las vicisitudes psíquicas por cada sujeto.

Muchas veces la homosexualidad surge como ese modo particular de expresar la desigualdad. “Volverse lo otro y diferente” a la norma social, al sexo esperado consciente e inconscientemente por los padres y la moral de la sociedad, puede converger en una salida homosexual.

Hoy en nuestra sociedad se han sorteado dificultades e intolerancias. Se está dejando de sentir la elección de objeto homosexual como un ataque a la masculinidad, ataque que era significado como herejía a la condición viril por lo cual se desarrollaba homofobia.
La condición lésbica, también fue mejor disimulada en el ámbito del hogar porque la corporeidad –besos y abrazos– entre las mujeres era aceptada. Sin embargo su actuación pública era vista como un ataque a la reproducción y una ofensa a la sumisión que se requería de ellas.

Las homosexualidades a veces se manifiestan en homosocialidad, otras se guardan “en el placard” y otras logran expresarse.

En síntesis, si bien lo femenino hace síntoma y promueve diferentes sexuaciones, la diferencia es indispensable para la construcción simbólica del sujeto. Por este motivo considero que “lo neutro”, dimensión que hoy circula en la cultura, no colabora en la construcción simbólica de los niños, más bien es a partir de la construcción simbólica que se realiza gracias al reconocimiento de las diferencias, que se puede pensar, sentir, asumir un género y fijar un objeto sexual, y conectarse con el semejante.