Homosexualidades
Norma Rodrigues Gesualdi, APA
Homosexualidades, es cierto, la única y particular, la de cada uno que la sostiene, a veces con goce, a veces con pesar, en fin, la de cada uno. Compleja, pasible de análisis; tal como las heterosexualidades.
Hay tantas homosexualidades como homosexuales, y aún más.
Al decir, aún más, me refiero a aquellas homosexualidades que quedaron en estado de latencia o de represión, también a aquellas que, por su poca fuerza nunca llegaron a manifestarse, aquellas que fueron sepultadas en un remoto pasado infantil y cedieron su lugar a la heterosexualidad como resolución rectora.
Se suele llamar homosexualidad, estrictamente a lo manifestado. “La relación sexual entre dos personas del mismo sexo”. Pero, para llegar allí, el sujeto ha transitado un largo camino. En ese camino, algunos objetos de amor han quedado abandonados, otros permanecen vigentes. Habitan un mundo.
Un mundo, no menos real que aquél que vemos. Sólo que sustraído a nuestra visión. Un mundo en potencia, un mundo de lo no realizado. Lo inconsciente.
La homosexualidad nos brinda un ejemplo cabal acerca del funcionamiento de ese mundo, virtual, fantasmático, no menos real que aquel que vemos. Deberíamos aquilatar la experiencia, nos permitiría ensanchar nuestra fenomenología. Una fenomenología psicoanalítica concebiría un mundo de cosas vistas, de cosas no vistas, de lo no realizado.
Una fenomenología, entonces, no ingenua, esto es, una fenomenología que incluye el deseo inconsciente y, por ende, al sujeto.
Freud advirtió hace demasiado tiempo, que el misterio de la homosexualidad no es tan simple como se pretende en el uso vulgar; su complejidad radica en el entramado de múltiples factores. Quien se adentre en su obra, la encontrará en la bisexualidad originaria, la imbricación complejo de Edipo complejo de castración, el interjuego de caracteres sexuales somáticos, el carácter sexual psíquico, el tipo de elección de objeto, la determinación familiar, socio ambiental, etc.
Vemos así que hablar de complejidad, en psicoanálisis, no es metafórico, tampoco retórico.
Freud mostró y abrió a la investigación un nuevo ámbito de realización del deseo. Sabemos a partir de él, que el sexo, también se realiza en el fantasma.
Entonces, a las combinatorias binarias tradicionales: Masculino- Femenino, debemos agregar: Sexo Biológico- Sexo Fantasmático.
Sus combinatorias, entonces, cruzadas y cuaternarias, nos llevan a mayores complejidades.
Entonces, al contrario de la ilusoria ambición de superar el binarismo a través de su eliminación igualando los dos términos, entendemos que la única superación posible sería a través de no ignorar su creciente complejidad.
Hay preguntas que no podemos soslayar. ¿De qué sexo hablamos cuando hablamos de sexo? ¿Sexo biológico, sexo fantasmático? ¿Cómo se combina con el correspondiente del otro en la pareja? Hay parejas heterosexuales que son homosexuales en relación al sexo psicológico. También, en el mismo sentido, parejas homosexuales perfectamente heterosexuales.
La complejidad, entonces, de la homosexualidad, por desconocimiento de su substancia, ha sido por siglos objeto de prejuicios. En consecuencia, a veces se la denosta, a veces se la sacraliza.
En la actualidad se intenta combatir el prejuicio a través de intentos reivindicatorios. La palabra “orgullo” gay surgió en ese contexto. En su exceso, revela una falencia. No puede ser ajeno a nuestra escucha.
Es dudoso que pueda combatirse el prejuicio en tanto éste asienta en el desconocimiento.
También, en el mismo sentido, se observa una precipitada adjudicación de derechos a quienes se les niega su condición de sus sujetos.
Es así que niños que aún transitan la etapa de latencia y que vacilan en su definición sexual, son pre supuestos como homosexuales. Se les supone “libertad” de elección y son habilitados jurídicamente para ejercer su supuesta definición. También para la realización de prácticas que definan quirúrgicamente lo que aún ellos no definen.
Esta precipitada intervención, de adjudicación de supuestos derechos a un niño, muestra más bien una cruel y escondida doble violencia.
En primer lugar, nos preguntamos: ¿se está autorizando al niño, o a la fantasmática no manifiesta de los padres?
La otra cara de la violencia es el engaño de adjudicar “libertad” a quien aún no está en condiciones de alcanzarla. Con esto quiero decir que deberíamos acompañar la definición homosexual cuando es genuina, como verdadera asunción de la sexualidad. Pero también quiero decir, enfáticamente, mi oposición a su precipitada promoción.
Podemos pensar que aquella oferta de “libertad” es ilusoria puesto que es hecha a contramano del reconocimiento del límite que implica toda asunción genuina de una subjetividad, sea ésta homo o heterosexual.
Parecería que la arquitectura humana hubiera sido diseñada para el reconocimiento del límite, paradójicamente, también por su desconocimiento. Los modos del desconocimiento son el fundamento de una operatoria psicoanalítica. Producen sufrimiento.
El consultorio del psicoanalista es el lugar princeps donde esos padeceres cobran voz.
Son estos, tiempos en que el rechazo a la frustración inherente al reconocimiento del límite, precipitó respuestas de engañosas “satisfacciones” inmediatas. Al “no todo se puede”, se le objetó: ¿”Y por qué no”?
En ese esmero, entonces, se precipita el error de tomar como algo definitivo, aquello que debe ser desmenuzado, analizado, insisto, en su compleja sustancia.
El psicoanálisis, ciencia del deseo, debería presentarse como la opción privilegiada para recoger las interrogaciones provenientes de este campo. La cruel oferta de soluciones antisubjetivantes, opaca su presencia.
En el Siglo XXI, quiero decir, habiendo sido intervenidos por Freud, por Lacan, desconocer su legado a este respecto, sería perpetuar la ignorancia. No es posible, en nuestros días, la vigencia de viejos pre- juicios.
La comprensión de tal complejidad, haría innecesario el exceso de un pretendido “orgullo”, como promesa de completud narcisista, erigido sobre lo que se goza y se padece pero se desconoce en su misterio.
La sexualidad, la vida, la muerte, son los grandes misterios humanos.
Así los llamo Freud, en su inmenso respeto por lo humano.
Deberíamos retomar el respeto por el misterio, en todas sus acepciones, y por supuesto, en las resoluciones posibles de la sexualidad.
Por lo tanto, en relación a las homosexualidades, debería recomendarse la escucha de cada particular, el acceso posible a la asunción de la propia subjetividad, la asunción responsable del deseo, en fin, más análisis de lo complejo, y menos promesas narcisistas.