Ética y mentira

Dr. Diego López de Gomara

Miembro de APA

Contemos, con las deformaciones necesarias para que el relato sea sino verdadero al menos veraz, una leyenda sobre Carlomagno, retada a su vez por Petrarca.

Dicen que Carlomagno, en su plenitud de emperador del mundo antiguo, amó sucesivamente y con pasión ilimitada a una joven, una muerta, un arzobispo y un lago.

Detengámonos un instante en las características de su discurrir: Carlomagno amó heterosexualmente, necrofílicamente, homosexualmente, religiosamente y amó también a la naturaleza. La intensidad de su pasión hizo que su objeto adorado ocasional pareciera la respuesta verdadera a su pulsión; pero hubo también progresivo quiebre y desplazamiento, y a todos les juró fidelidad eterna para luego no cumplir su promesa.

La ética, manera de actuar sobre el partenaire y de hacerlo con la propia pulsión, tenía la marca de la inconstancia en el emperador. Sus sucesivas elecciones parecían comandadas por el capricho. Carlomagno podría haber sido acusado de mentirle al objeto y de faltar a la palabra.

Sin embargo, hacia el final de este antiguo relato lleno de tropiezos, se aclara por qué cambian los escenarios y las figuras del anhelo. Atrás del capricho variable aparece para sorprendernos un elemento constante que se había mantenido hasta entonces fuera del campo de lo visible. Entra en escena, cual mirada, una piedra preciosa que emana un brillo cautivante; nos enteramos que una piedra agalmática engarzada a un anillo había ido trasladándose por las distintas manos de los personajes que embelesaban al emperador hasta terminar sumergida en un lago.

La pasión de Carlomagno le mentía a las envolturas, pero no al objeto que recubren -un brillo en nuestra leyenda-. Su amor siempre había apuntado al “en ti más que tu”. Los señuelos del deseo van cambiando, no son ellos el fin último inefable y nunca el lenguaje aspira a ser más que un medio-decir de la verdad.
Desde la aparición del psicoanálisis el ser humano dejó de ser ontológico. La pregunta terminó de girar alrededor de cuál es su ser, para dirigirse a qué hacer con su fragmento de no ser. Núcleo de no ser, llamado por Freud castración y que Lacan, para apartarse un poco de las metáforas anatómicas, llamó real o falta de un significante.

La moral apunta a constituir valores transcendentes (lo bueno, lo bello y lo verdadero). La ética, que es más una praxis, a partir del psicoanálisis se pregunta qué hacer con lo que no hay. Las respuestas neuróticas a la falta en ser pasan por la construcción de un fantasma o de una imaginación inconsciente; es decir, modos histéricos, fóbicos y obsesivos de encarnar, alejar o cubrir lo que no existe en el Otro.

La ética psicoanalítica interroga la fantasía, que es puesta en cuestión cuando no le hace límite a un sufrimiento intolerable. Cuando el juego de los semblantes no es suficiente para apaciguar lo real y lo indecible se impone como angustia, un sujeto llega al psicoanálisis para buscar una salida mejor en su vida que mentirle a la castración.

Freud fue claro cuando enunciaba su regla fundamental. Nosotros se la recordamos a nuestros pacientes en las entrevistas preliminares. Se trata de explicitar todo lo que aflora a la superficie psíquica, sin una crítica previa ni una retención consciente de las ocurrencias. De señalar el deseo inconsciente y a lo que apunta, o a mostrar su simple grado de extravío, nos hacemos cargo los psicoanalistas. Dentro de un fantasma encubridor vislumbramos la fuerza de un deseo indestructible y con un aspecto intolerable para quien lo soporta. Se trate de un simple humano o de un “emperador” hay siempre un elemento en falta o fuera de control al que se busca engañar. Solo se lo engaña enajenándose, perdiendo una parte de sí.

Las mentiras inconscientes que un sujeto recibió desde la primera experiencia de satisfacción-insatisfacción –no se trata de un pecho bueno o malo sino que toda respuesta es parcial ante la necesidad que es total–, las que luego se dará a sí mismo y las que finalmente nos pide que escuchemos entrelineas y más allá de su decir, son el material mismo de nuestro trabajo.

Todo neurótico nos pide en un plano que le puntuemos cómo le miente a su falta, o le falta a su falta, o cómo consagra penosamente su vida a zurcir la falla del Otro. Trabajamos sobre ese pedido de sincera-miento y buscamos que las ilusiones no olviden que lo son. Suele generar alivio sintomático al neurótico pasar de la impotencia a la imposibilidad; hay calma cuando se reconoce que la tragedia no tiene solución.

Cuando hay ruptura de la regla fundamental y una mentira con espesura proviene de una consciencia, encontramos el grado de verdad más alto: debemos un corte.