Invitación a un encuentro íntimo

Alegre Romano de Cataife, APA

Intimidad ¿Cuándo surge, como se presenta? Preguntas que llevan a darnos cuenta que existimos a partir de alguna forma de intimidad, y nacemos inmersos en ella, acaso ¿no se nace en la intimidad de una relación amorosa, o, en otros casos intimidad caldeada y carnal?

Somos gestados y nos desarrollamos como hijos primero intrauterinos, en la mismísima intimidad corpórea de la madre que nos alumbró, amén de las fantasías de maternidad que desde pequeña iluminaron su intimidad.

Siguiendo este rumbo, entre otros posibles, acudimos al diccionario para encontrar alguna pista, dice así: intimidad alude a “intus”, a “muy adentro”.

Esta intimidad a la que nos estamos refiriendo es corpórea, afectiva, psíquica y humana, tan por fuera de las palabras como acompañada por ellas desde la madre y su partenaire.

Más allá del nacimiento, en el encuentro entre madre y bebé, mientras el amamantamiento transcurre, sabemos que el niño mira a la madre mientras ésta lo amamanta; los estudios publicados por pediatras y psicoanalistas arrojan que es posible saber que el niño mira el rostro de la madre, no el pecho materno.

Pero ¿que mira el bebé al mirar el rostro de la madre? Hay dos posibilidades o que se mire a sí mismo, o que mire el rostro de la madre, vicisitud que dependerá de que la madre adopte una modalidad u otra, si la actitud de ella es reflejar al niño para que éste se vea en ella a sí mismo, o si el bebé al estar con la madre solo ve a la madre.

La posibilidad de que el bebé se vea a sí mismo en ese momento posibilitado por el actuar de ella le permite continuar con el armado de sus primerísimas fantasías sobre sí mismo y sobre su relación con ella; mientras que se trata menos de hacerse presente ella, para ser percibida como tal.

Es posible pensar este momento como intimidad madre – hijo, y como forma de construcción de la propia intimidad del bebe, este mirar no es sólo algo circunstancial o cariñoso, momentáneo sin dejar huellas, sino que va conduciendo más bien hacia la construcción de la intimidad ya en ciernes, y sobre todo, porque no la interrumpe distrayéndolo en aquello que todavía no requiere para vivir. Se destaca aquí el valor psíquico de la intimidad, que pudiera ser lesionada en los primerísimos tiempos de la vida.

Por el otro lado, vemos cómo sus consecuencias se delatan en la conducta de los sujetos. Hitos que traen consecuencias dolorosas para el resto de la vida, que no alcanzan a transformarse y habitan por fuera de las palabras, solicitando ser visto. Esta línea, no sin consecuencias, provoca la separación de la secuencia intimista, desviando las miradas del bebé a la madre.

Si bien sería interesante seguir con el desarrollo del bebé, no es este el cometido de la propuesta de la revista. Es por eso que lo dejamos por el momento, y nos deslizamos a la cultura para continuar con nuestras reflexiones:

A partir del siglo XVIII aparecen en la literatura una serie de formas literarias como las cartas, la producciones autobiográficas, diarios, etc.; recursos que resultan atractivos para la articulación del psicoanálisis y la literatura, recordando que Freud abrevó en ella como fuente de producción, riqueza y trabajo sobre el psiquismo humano, y a partir de entonces quedaron estrechas relaciones entre la literatura y nuestra disciplina.

En el siglo XIX nace el Psicoanálisis y el Psicoanálisis se acerca a la Literatura, Freud desde los primerísimos tiempos acude a ella gestando la relación interdisciplinaria más íntima de las que goza el Psicoanálisis.

Adentrémonos en la literatura, entre la cantidad de escritos de Kafka, están sus epístolas, contamos con la publicación de las misivas que el escritor y pensador envió a su amada:

Jueves

“He leído una vez más la carta del domingo; es aún más terrible de lo que pensé luego de la primera lectura. Ay, Mílena, uno debería tomarle el rostro entre las manos y mirarla largamente entre los ojos, para que usted se reconociera en los ojos que la contemplan y a partir de ese instante se sintiera incapaz de pensar siquiera la clase de cosas que ha llegado a escribir en esa carta.”

Este párrafo resulta más que ilustrativo en relación a lo que venimos exponiendo, el lugar de la mirada en la relación entre dos personas, aquí entre dos enamorados, Kafka parece percibir un déficit en la vida de su amada que está pronto a sortear, él le otorgaría ese hito que le faltó, préstamo de su mirada como forma de intimidad y saneo de los sufrimientos de Milena por carencias que descubre.

Mirada curadora, mirada que mira lo que no hubo o lo que probablemente aunque estuvo no alcanzó, no fue suficiente, mirada restitutiva, vitalizante.

La relación epistolar es otra forma de intimidad, en la que los enamorados palian sus distancias, recurso muy de otra época con tinte romántico y por momentos dramático, hoy en declinación.

A medida que el niño crece disfruta de su relación con sus padres y de comunicarse con ellos, a partir de cierta edad también goza de no hacerlo o sea permanecer incomunicado, reservarse, así también puede jugar silenciosamente, cuestión esencial que pone en juego, valora y defiende. Siempre necesitado de la complementariedad de sus seres significativos acompañando las adquisiciones que no advienen naturalmente sino como trabajo psíquico compartido en la intimidad de los intercambios familiares.

Un niño de 9 años habla con su abuelo, y cuando éste le pregunta que querría hacer cuando sea grande, expresa que no sabe, y ante la insistencia dice que a él le gusta inventar, a lo que el abuelo le responde que puede ir a una escuela de inventores, a lo mejor hay escuela para chicos con otros chicos. El niño responde que mientras él inventa no le gusta hablar, le gusta estar en silencio y que nadie lo mire, por qué le pregunta el abuelo, me gusta estar solo.

Intimidad espacio -territorio, concebido como algo propio en la que se hace lugar a fantasías que no requieren la averiguación de lo que es o no es, responde o no responde, si es de adentro o de afuera, si es fantasía o realidad. Espacio en el que conviven aspectos inconscientes- preconscientes e inconscientes, encuentros en confluencia a distancia de los apremios y sin los sacudimientos de la realidad exterior y de las soluciones de compromiso.

En nuestra intimidad es posible también algo de lo imposible, vivir con aquellos que ya no están, aquellos que abandonaron la relación, o simplemente murieron, funciona como un lugar de protección para el psiquismo, un cernidor que retiene lo que se necesita para vivir, organizándolo de una manera propia y singular. Una vida a medida en algún lugar.

Visitemos a un escritor de nuestros días, Paul Auster en “La invención de la soledad”:

— “solo podemos conocer un poco a otro ser humano, si es que esto es posible, en la medida que él se quiera dar a conocer.”

Otro párrafo:

— “Él nunca hablaba de sí mismo, nunca parecía que hubiera nada de lo cual pudiera hablar. Era como si su vida interior lo eludiera incluso a él.”

El hombre disfruta no solo de comunicarse con otros sino también de eludir la comunicación con ellos mismos. Relación de desconocidos, que no sólo atañe a sí mismo sino también al encuentro con los que se enciende la intimidad, y como dije, eludir la comunicación, el conocimiento de sí.

El Diario Clarín del 10 de junio, Silvia Fesquet, periodista, escribe un artículo sobre la película del italiano Paolo Genovese, “Perfectos desconocidos”. “La idea –ha confesado Genovese– era la de resaltar esa vida secreta que no podemos confesar. Hasta hace veinte años, nuestros secretos permanecían con nosotros; hoy aparecen almacenados en el celular que se ha convertido un poco en nuestra caja negra.”

Somos testigos de que la escritura está siendo abandonada y sustituida por lo virtual ¿cómo vive allí?

Todo psiquismo humano se constituye solo en la relación con otro humano del que requiere, y con quien podrá armar una zona de intimidad compartida e individual; y a ese mismo significativo y constitutivo le será escamoteada la propia experiencia vivencial, lo inherente, lo inconfundible de sus pensamientos, erigiendo con él un velo que cubrirá la relación por más anhelado que sea. Intimidad compartida, zona de encuentro singular- vivencial, no reproducible, única y con el velo de la intimidad individual en su seno, allí se alojará un extraño en lo familiar.

Apelable como refugio-abierto, reserva protectora, por su porosidad, capaz de convivir con nuestro estar en el mundo, pleno de solicitudes a sortear, y a merced de la lucha por la vida y las necesidades de adaptación. Cabalga junto a ella defendiendo su modalidad subjetiva lícita y genuina, liderando la defensa de la subjetividad más allá de ideologías y tiranías.

Volviendo otra vez a la cultura, recordemos que a través de los siglos se acudió a modalidades de reeducación que intentaron vulnerar las creencias de un pueblo, los sentimientos de un individuo y dañarlos con creencias específicas. Éstas pretenden socavar la subjetividad introduciendo en ella, formatos prefijados, condicionados y condicionantes. Es un fenómeno observable que los regímenes totalitarios acometen la tarea de acompañarse de una cultura que ellos crean, y que tiene como meta, normativizar emociones, pensamientos y modos de accionar, a los fines de posibilitar una coherencia acorde a las expectativas del régimen en cuestión. Son formas violatorias que demandan silencio, acatamiento, a los fines de una tipificación humana. Y eso, ocurre también en los intersticios de lo cultural, zona que parece propicia para promover la captura de la intimidad.

La intimidad pone de relieve la importancia de los otros en nuestra subjetividad, no solo de personas, también de objetos. Puede ser vivida en una plaza, en el recorrido de los lugares que nos llaman diariamente, ¿dónde ese halla? vivimos en el mundo nuestra intimidad.

Si bien se la imaginariza como personal, interior o compartida, cabe la pregunta: ¿podemos pensar que la intimidad está configurada no solo por personas significativas sino que hay otros habitantes en ella? ¿Quiénes son ellos? Son objetos terceros, inanimados, a los que se acude para su construcción, y que resultan solidarios de la continuidad del lazo o de su imposibilidad.

Este objeto, está al servicio de la continuidad existencial; hace tiempo en una entrevista una famosa actriz relató qué siente cuando representa una obra teatral sobre tablas, hecho que diferenció de su trabajo en televisión, explicando, que ese diferencial no estaba dado por el formato del espectáculo en sí. La actriz –cuando actúa- se siente junto a su padre, “experimenta su presencia” cuando subida a un escenario representa una obra teatral. Como hija de un prestigioso actor teatral hace tiempo fallecido, vive su intimidad en el escenario en distintos planos, las tablas son el recurso que le permite experimentar el mayor encuentro con su progenitor prestándole además una sensación jubilosa, no hallable por ella, en otros espacios ni tiempos.

Los objetos inanimados, resultan pasibles de ser apropiados subjetivamente y utilizados en el entretejido de nuestro devenir, ya que, por su propia condición no son renuentes a los movimientos del deseo, su inmovilidad, su morbidez, permiten ser cambiados de status, para transformarlos –vía subjetiva– en objetos vívidos.

Intimidad, forma anímica que permite recogerse y guarecerse del habla; y ésta, el habla a la que acudimos y apelamos para vivir en la cultura, tan generadora de alivio de heridas cuanto aguijón doloroso.

Vuelvo a preguntarme nuevamente ¿qué es la intimidad?

Mientras rebalsa los contornos imaginarios alcanzando lo inmensurable, se agitan temporalidades y convergen espacialidades.

Reproduzco el poema: “Lo que empieza cuando termina”, de Tamara Kamenszain.

“Para armar un libro hay que hacer
como las modistas que cosen
siempre del lado de adentro
y cuando dan vuelta la tela esas costuras
que ellas trabajaron confiadas
desaparecen para dejar ver
Un aceptable
lado de afuera.”

En la bahía de mi intimidad, recorrí mis sentires, vivencias, reflexiones, recuerdos a solas y con otros, tomé libros no recordados en intimidad compartida con autores psicoanalíticos y autores literarios ha tiempo leídos.

Si algún lector recorriese estas pinceladas, habremos compartido, –lectura y escritura mediante–, un momento de intimidad en nuestra tan trajinada como íntima extranjería.

Bibliografía

  • Auster, Paul: La Invención de la Soledad. Editorial Tousquet.
  • Barthes, Roland: Diario de Duelo. Editorial XXI.
  • Fesquet, Silvia: Diario Clarín, sábado 10 de junio de 2017.
  • Freud, Sigmund: Introducción del Narcisismo, Obras completas, Amorrortu Editores.
  • Kafka, Franz: Cartas a Milena, Editorial Losada.
  • Kamenszain, Tamara: La novela de la poesía. Adriana Hidalgo editora.
  • Winnicott, D. D: El Proceso de Maduración en el Niño. Editorial Laia.