Acerca de la transferencia de amor en el análisis
La pregunta inicial que dispara estas reflexiones en el video que nos precede es si somos libres para amar. ¿Somos más libres ahora? La respuesta es relativa a qué sociedad, cultura, creencia religiosa, se trate.
El diálogo con un abogado permite enfocar el problema hacia otras vertientes, el problema no es amar sino poder terminar un vínculo. Las cuestiones del derecho de familia, de las nuevas familias, de las nuevas formas de concebir, ¿le hacen algo al amor? ¿Lo tocan? ¿Lo modifican? Si lo modifican, ¿cómo lo hacen?, ¿hacen más felices a las personas? No parece que estuviéramos en un mundo con más felicidad y, en todo caso, ¿cuál es la relación entre el amor y la felicidad? Y finalmente, ¿qué es el amor? Porque parece que fuera una palabra mágica. No me quieras tanto podría decir el amante a su amada que lo cela, o el hijo a la madre que lo protege, o el padre al hijo que le exige.
¿Cómo hay que conjugar la palabra amor para que este tenga sentido positivo, con libertad, con responsabilidad, con piedad, con altruismo, con egoísmo, con alegría, con desprendimiento, con renuncia, con equilibrio?
En el video se mencionan varias cuestiones muy interesantes, el amor democrático, el matrimonio igualitario, la caída de la hipocresía, la posibilidad del ser humano de distribuir sus recursos amorosos, los nuevos contratos amorosos, la legislación para las separaciones, el hecho de que los jóvenes ponen el acento más en la pareja que en la familia. Se menciona el amor y erotismo en las redes sociales. Amores tecnológicos, amor a una voz en la computadora, las transformaciones del amor. Todo eso está bien dicho y muy bien dicho.
Pero yo quiero tomar algo parcial, un tema acotado, no tan vasto, ni tan inasible, ni tan infinito ni tan imposible. El tema del amor con el que como analistas nos encontramos en nuestra práctica. Nos encontramos con el de dos formas, una porque nos consultan a causa del amor, del mal de amores, del amor no correspondido, del no encontrado, de las quejas de amor, de las culpas de amor. Y por otro lado porque somos objetos (o sujetos) de amor de nuestros pacientes. De amor y de desamor. La clave más importante del análisis, lo que hace que llamemos análisis a lo que practicamos es la transferencia. La transferencia como su nombre lo indica, es el traspaso de una cantidad de amor al vínculo analítico. De amor y de demanda de amor. Vale recordar que llamamos amor de trasferencia al amor que no nos está dirigido originalmente, sino que fue dirigido a los primeros objetos de amor, por eso trasferencia es siempre amor y reclamo de otra cosa, a otras personas, en otros tiempos. La frustración más grande de todo paciente es que viene para recibir “ése” amor y recibe algo que podemos llamar un tratar de comprender de qué se trata el mismo; a veces eso es bienvenido, a veces no.
Entonces los analistas a causa de esa insatisfacción que producimos recibimos lo que se llama la trasferencia negativa. Todo lo que el paciente espera recibir de nosotros y no recibe genera en él la transferencia negativa. Que no es otra cosa que aquello que necesito en su infancia y no recibió y eso significa que nos protesta, se enoja y hasta nos maltrata.
En los comienzos del análisis eso fue un problema, se dice que Freud no analizo la trasferencia negativa de Dora, que Ferenczi le reprocho lo mismo y a lo largo de la vida del análisis; la trasferencia negativa fue siempre algo que nos afecto a los analistas. No es agradable y por eso muchos analistas si pueden lo evitan. Lo evitan tratando que los pacientes los quieran. Sin embargo eso es un error. No hace falta que los pacientes quieran a sus analistas, es suficiente si quieren el análisis. También el enfoque en las transferencias negativas ha producido muchos errores. Se ha discutido mucho acerca de esto y del efecto bumerán que produce el focalizar la trasferencia negativa como productora de un círculo vicioso de agresividad. Se ha perdido mucho tiempo del análisis llevando los problemas a la relación con el analista, es decir, fomentando transferencias, en lugar de deshacerlas, lo cual lleva a interrupciones intempestivas o lo contrario a relaciones eternas, análisis de demasiados años, dependencias innecesarias y el analista pasa a ser una de las personas más importantes de la vida del paciente . De donde se saca la energía amorosa para que un vínculo se eternice. De la falta de libertad para amar que tiene todo ser humano. De su eterna indefensión, porque somos frágiles sobrevivientes en este mundo cada vez más violento, ¡y del hecho de no aceptar la muerte! No somos libres para amar, nunca lo fuimos, somos presos de los primeros amores y aquellos determinan lo que podremos llegar a querer.
Hay personas que no pueden querer. Hay personas a las que la existencia del otro no les importa. Cuando tenemos alguien así en un diván se quejara de que no es querido, pero raramente dirá que no es capaz de amar. Y los analistas, ¿hemos aprendido a revertir esta demanda? ¿La demanda de amor por una disposición para amar?
¿Qué ha hecho un siglo de psicoanálisis en las instituciones psicoanalíticas, qué ha pasado con las relaciones entre analistas, se ha perdido el narcisismo de las pequeñas diferencias, el ansia de protagonismo? ¿Ha aumentado la capacidad de escuchar a los otros, la tolerancia? ¿O somos también víctimas los analistas del tiempo que nos atraviesa, de la velocidad, de las redes, de atender demandas que aceptamos como tales sin el desarrollo de una teoría que nos auxilie?
A las nuevas familias, sobre todo la que provienen de parejas del mismo sexo, las hemos aceptado en nuestra práctica sin entenderlas, sin saber todavía cuál es el rol de figuras del mismo sexo en la génesis de las identificaciones.
¿En qué se ha modificado el rol de un analista en el ámbito de la cura? ¿Y cómo se traduce en el analista esta capacidad? Ya no somos los poseedores de un saber sobre el inconsciente que ayudaremos a develar, somos apenas sujetos que con suerte podemos movernos en el ámbito de las incertidumbres. Se nos ha educado para el análisis de transferencias, para tolerarlas y esto ha implicado a veces el sacrificio del analista, su sometimiento a la ellas y hasta provocar su exacerbación al interpretar en sus pacientes sentimientos y acciones que no les estaban originalmente dirigidos. Pero esas trasferencias no son tan evidentes. Sí es evidente el amor y el odio que puede circular en un vínculo a causa de ellas.
¿Y qué hace el analista con esa cantidad de amor y de desamor que recibe diariamente y de la cual debe hacerse cargo y con la cual trabaja? La vuelve con suerte a las instituciones, con mala suerte a sus familias. Por eso las instituciones padecen de infantilismo, porque reciben todas las trasferencias propias de los analistas como personas que transfieren por derecho propio, más las transferencias negativas hacia sus analistas, los restos no analizados, y las contratransferencias derivadas de los tratamientos que realizan.
¿En qué posición quedamos entonces los analistas respecto del análisis de esas trasferencias? ¿Cuál es el resguardo que se podría tener para no actuarlas, para que no afecten sus vidas de forma tan absorbente, para que no se conviertan en los obstáculos más resistentes del análisis? Creo que hay que ubicar en un lugar lo más justo posible el amor en los tratamientos. Los analistas podemos aceptar ser menos queridos para ser menos odiados y a la vez nosotros mismos querer menos para ser mejores analistas. Creo que podríamos volver a considerar el vapuleado deseo del analista de curar. ¿Qué otro deseo podría movernos en la tarea? El deseo de reconocimiento propio de todo ser humano es algo que podría naturalmente provenir de las instituciones, considerando y validando la tarea que cada uno allí realiza, el deseo de amor tendría su realización en los vínculos íntimos de cada persona, en su pareja, familia, hijos amigos.
Y el análisis podría como todo trabajo normal proveer la gratificación de la realización de una tarea, la tarea de curar. Si el análisis deja de curar, cualquiera sea el significado que desee darse a la palabra curación, irá perdiendo el terreno para el cual nació que es hacer que las personas sufran menos, los analistas entre ellos. Y curar podría implicar tratar de aumentar en cada uno la capacidad de amar al otro y reconocer su derecho a la diferencia y existencia separada de uno. Para concluir estas notas cuyo objetivo no es más que compartir un pensamiento diré sobre el amor algo que ha guiado mi práctica en los últimos tiempos… Se trata de una frase de Camus y dice así: “no ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar”.