El amor y las marcas de época

“El amor es una aventura obstinada”

A. Badieu

El amor no responde a un orden natural o innato para el ser humano, no es una categoría a priori. A lo largo de la historia y en cada cultura, el lazo amoroso se establece y adopta diferentes formas. Es el discurso el que hace época y el hombre es sujeto de su época. El modo de amar, enamorarse, seducirse, manifestarse desinterés, celarse, etc. se inscribe en las coordenadas de cada época. De allí, que un mismo comportamiento puede ser un cortejo sexual o un desprecio, una ofensa.

En su novela La lentitud, Milan Kundera, abre un diálogo imposible entre un caballero del siglo XVIII y un motociclista del siglo XX; ambos se retiran por la mañana habiendo pasado la noche con una mujer. El caballero viaja en un carruaje tirado por caballos y se abandona a los recuerdos de sensaciones, olores, imágenes de la noche de amor. El motociclista entregado al éxtasis de la velocidad de la máquina, se desconecta de la percepción de su propio cuerpo y se propone olvidar lo antes posible.

Cuando nuestra mirada se dirige al pasado reconoce marcas de época, modelos de amor, como el cortés (S XII) o el precioso (S XVII). Versiones donde el encuentro amoroso quedaba excluido, condición que mantenía encendido el deseo. Freud examinó este aspecto de la vida amorosa: “Hace falta un obstáculo para pulsionar a la libido hacia lo alto, y donde las resistencias naturales a la satisfacción no bastaron, los hombres de todos los tiempos interpusieron unas resistencias convencionales al goce del amor”.

En nuestra actualidad occidental, donde se ejerce la libertad sexual y de elección de pareja ¿se extinguieron las prohibiciones, los tabúes? ¿Qué pulsiona “la libido hacia lo alto”? ¿Son los hombres y mujeres que llegan a consulta libres para amar?

Descubrimos hoy obstáculos “al goce del amor” con vestimentas contemporáneas, formas que se presentan en cada caso. No encontramos aquellos amores míticos paradigmáticos de otras épocas. Pensamos junto a Colette Soler que las figuras del amor en nuestro siglo han decaído. En su lugar, tenemos amores en plural, amores sin modelos. “Tal vez sea algo afortunado porque podremos inventarlos caso por caso. Los amores sin modelos son amores a merced de los encuentros”. ¿Podría anunciarse un modelo del amor contemporáneo; amor a puro encuentro?

He aquí un gran desafío; pensar la contemporaneidad. En la propuesta de Giorgio Agamben, es contemporáneo “aquel que tiene fija la mirada en su tiempo para percibir no las luces, sino la oscuridad. Todos los tiempos son, para quien lleva a cabo la contemporaneidad, oscuros”. Misión de borde, en el límite de lo posible, dirigir la mirada al presente para ver las luces y las sombras epocales, sin dejarse encandilar ni permanecer en las tinieblas. Asumir el desafío y situar nuestro ser contemporáneo con sus marcas de época es aceptar que permaneceremos en un estado de aproximación, que estaremos perdiéndolo allí donde algo pudimos capturar.

En los desarrollos de Zygmunt Bauman, el “habitante de nuestra moderna sociedad líquida” prescinde del lazo con otros, le huye a lo duradero. El discurso de la época propone conectarse en lugar de relacionarse; habla de redes sociales más que de pareja. En la pareja prevalece el compromiso, en la red estar o desconectarse es una decisión rápida. La falta de sostén en los vínculos halla por solución estar en perpetuo movimiento, la velocidad. El tiempo para el amor resulta inútil, se significa como pérdida. Y la pérdida del tiempo, valor tan preciado para el hombre contemporáneo, es un sin sentido. Alain Badiou entiende que el amor está amenazado en una modernidad que busca estar asegurada contra cualquier riesgo y propone defenderlo.

El tiempo, tirano de la época

¿Se ha convertido la falta de tiempo del hombre contemporáneo en el obstáculo epocal que pulsa “la libido hacia lo alto”? La finitud del tiempo, instala una nueva forma de imposibilidad para el amor y, junto a ella, ¿enciende el deseo?

Los candados del amor que cuelgan de los puentes de Europa, como una plaga de metal en expansión que los hacen caer con su peso, ¿son esas románticas promesas de amor eterno una ironía epocal? ¿Intentos de amarrarse al tiempo, de inscribir un instante en la temporalidad?

Un aspecto de la contemporaneidad occidental es la relación paradojal del hombre con el tiempo, un hombre atrapado en las agujas del reloj. La valoración del tiempo y de su pérdida, es una marca del discurso de la época, que hace a la subjetividad, al lazo social y, en ello, a la concepción del amor.

¿Tiene el amor medida? ¿Se mide el amor por su duración? ¿Es el amor pura temporalidad?

En su bello poema, Todo el instante, Mario Benedetti inserta el amor en la temporalidad. “(…) que el tiempo pasará, que está pasando, que ya ha pasado para los dos (…)”. Nos advierte de aquello urgente, de no perder el tiempo, casi nos ordena: ¡Atrápenlo! ¡Se les escabulle el instante de amor!

Joaquín Sabina canta: “Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres, y desnudos al amanecer nos encontró la luna”. Nos cuenta de la temporalidad del encuentro, aún cuando fuese el único, la sorpresa que el paso del tiempo los encuentra juntos, la duración del amor.

¿Sería el amor, su vivencia, su duración, ganarle una batalla al tiempo?

En un libro maravilloso, Elogio del amor, Badiou propone que el amor comienza con un acontecimiento: el encuentro, algo contingente, que sorprende, encuentro de dos diferencias. El amor no se resume en él, “se realiza en su duración”. La declaración del amor fija el puro azar y le otorga una realización en el tiempo. El compromiso amoroso es construir juntos una duración, experimentar el mundo desde “el punto de vista del dos”, no de la identidad. Esa construcción, el instante del amor, se inscribe en la temporalidad, le da consistencia a un tiempo.