Olvido, memoria y creación

Mg. José Fishbein, Miembro de APA y Artista Plástico

Desde mi posición de psicoanalista y de artista plástico propongo hacer algunas reflexiones sobre el tema del arte y de la memoria. Adrede dejaré de lado el campo clínico para ubicarme en relación al sujeto inserto en lo social y en la interacción de su mundo interior con el contexto que lo rodea. Parto además de la premisa básica que en todo objeto artístico está implícita la intención de producir un cambio que tenga su reflejo en lo social evitando las estereotipias y repeticiones que afincan en la cultura. Desde esta perspectiva considero al objeto artístico como un catalizador y mediador que permite el pasaje del sufrimiento inherente a lo humano hacia un devenir que intentará rescatar la vivencia placentera de la apreciación de la creación y del arte.

José Fischbein
Sketches – José Fischbein

En el campo de la creación habitualmente se parte de algo existente, muchas veces inmerso en la profundidades del olvido y al recuperarlo y transformarlo dará lugar a lo nuevo que involucra siempre la expectativa de cambio y la evitación de repetir lo que no ha sido tramitado.

Cotidianamente estamos inmersos en un mundo que impacta nuestros sentidos. Estamos exigidos constantemente a procesar este cúmulo de impactos para no sucumbir al exceso perceptual. Algunos estímulos por anodinos caen bajo el influjo del olvido. No todo olvido es corrosivo de nuestro ser. Puede, incluso, ser una medida protectora.

Dice Jorge Luis Borges en su soneto sobre «Edipo y el enigma» al retratar la condición humana:

Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día
y con tres pies errando por en vano
ámbito de la tarde, así veía
la eterna esfinge a su inconstante hermano,
el hombre, y con la tarde un hombre vino
que descifró aterrado en el espejo
de la monstruosa imagen, el reflejo
de su declinación y su destino.
Somos Edipo y de un eterno modo
la larga y triple bestia somos, todo
lo que seremos y lo que hemos sido.
Nos aniquilaría ver la ingente
forma de nuestro ser; piadosamente
Dios nos depara sucesión y olvido.

Borges resalta al final del poema la necesidad del olvido ante el hecho del devenir de la vida.

No obstante ante circunstancias especiales donde el humano se ve enfrentado a circunstancias extremas de sufrimiento, y respondiendo a las ofensas del dolor de verse rebajado de la condición humana, el registro de estas situaciones sufre otros derroteros y el olvido no responde al desgaste de la sucesión temporal sino a la necesidad de desmentir la ofensa. La persona lucha contra ese sufrimiento y gasta gran parte de su energía vital en mantener los recuerdos olvidados para no volver a enfrentar el dolor. En estos casos se desgasta gran parte de su potencial y el sujeto se empobrece en sus capacidades y en sus posibilidades de creación.

Frente a este proceso pensamos que es imprescindible recuperar lo olvidado y hacerlo presente para tramitarlo y transformarlo. Recuperar esta memoria daría posibilidad de transformar lo traumático -tanto individual como social- y daría acceso a hechos creativos que otorguen una mayor libertad de acción. Con lo creativo se evitaría la repetición de lo doloroso que de una u otra forma siempre retorna desde las sombras. La creatividad es una de las modalidades de transformación de lo doloroso en una situación nueva que cambia lo siniestro en la esperanza de objetivos placientes.

De niños dependemos de la acción del semejante que, como auxiliar, nos adentrará en el mundo y nos guiará en el universo perceptual. Llega un momento donde ese otro, ya dentro de nosotros, será un aliado o se considerará un opositor contra el que decidamos luchar. Sumisión o rebeldía son caminos posibles. Dentro de los rebeldes encontraremos al artista que siempre adhiere, lográndolo o no, a producir un cambio que amplíe los horizontes de un mundo que nos haga pensar en la posibilidad de mudanzas que se opongan a las convenciones sociales que repiten y modulan el sufrimiento.

Restos de la memomoria, materia de la creación

Crear, es el eterno enigma del hombre. Enigma sobre el origen de su ser y de las cosas. Transformación de lo existente en lo nuevo, que sustenta la ilusión de inmortalidad. ¿No es acaso la creación una mera combinatoria de los restos que la experiencia vivida ha dejado en el interior del creador? Sedimentos almacenados en la memoria a la espera de resurrección.

Es función de cada persona encontrar la clave para entender el significado de lo recordado. Este puede ser universal como hito, se hace presente algo que ha ocurrido; pero ¿qué es ese algo? En la respuesta dada residirá el ingenio de quien lo enfrente y eso, precisamente eso, es lo que le dará o no trascendencia según como se organicen las marcas que perduran del pasado en una historia con un sentido emergente en el presente.

Cada obra que presenta un artista invita al espectador a desplegar una ficción–un texto – con significados y secretos. El secreto debe seguir yaciendo en su escondite para poseer el goce de la ilusión de lo por venir, de la eternidad. Sólo el fantasma de lo que aún no ha sido hallado, asegurará el retorno al sueño de encontrar lo eternamente inhallable. Hallar la fuerza de la creación, hallar la fuerza de la transformación de la realidad, la fuerza que da vida y que elude la muerte.

La prosa mundana es sabia ya que expresa no sólo lo manifiesto sino también el sentido oculto, aunque legible, de las producciones artísticas de cada momento. La imaginación de los artistas crea materias que impactan la percepción. Generan indicios, signos que engloban no solo al acto del artista, y su lectura de lo social, sino además la percepción por el espectador y sus interpretaciones. Es una interacción necesaria para que el objeto artístico se complete y se ubique en cada momento histórico.

Podemos afirmar categóricamente que el arte es siempre intersubjetivo: contempla al creador y a quién está dirigida su creación. Sólo si la obra permite quebrar convencionalismos y estereotipias permitirá un cambio en el campo cultural. Éste es el fin último de todo objeto artístico y en este interjuego entre el artista y el espectador adquiere voz propia. De ahí que ninguna obra está terminada, siempre se le puede otorgar un nuevo sentido, una nueva lectura. En cada momento de la cultura tendrá otra interpretación. Es así como se independiza de la vida de su creador y adquiere existencia propia.

¿Somos todos artistas?

Me pareció osado poner el título de este comentario en afirmativo y opté por la interrogación, sobre todo, para permitirle al lector emitir su propio juicio. Lo que sí puedo afirmar es que el objeto artístico no existe en forma aislada. No es sólo lo hecho por el creador, sino el producto que se produce entre dicho objeto y el espectador. Éste último genera un texto que es el que le permitirá acceder a su placer estético. Este texto privado o público originará movimientos que producirán un cambio cultural.

Un humano sólo puede aprehender de la realidad aquellos elementos que está capacitado para percibir y discernir. Esta capacidad está modelada por la relación con el otro.

Desde su nacimiento el bebé queda envuelto en un manto de palabras que modelan su contacto con la realidad. Las marcas de estas palabras conforman una polifonía interior, testimonio de la existencia de otros que quedan constituidos en una ajenidad interna, que le es propia al bebé. Dicha polifonía se consolida como la identidad singular del sujeto y le impone al bebé la noción de alteridad.

Quisiera esbozar un recorrido desde la percepción que se implanta sobre la corporeidad del bebé, cuyos órganos sensoriales funcionan coordinadamente, hasta la selección mental de lo percibido. Esta selección involucrará la capacidad de percibir diferentes aspectos de lo real, entre los que encontrará al hecho artístico y su disfrute.

El placer por el arte no es una dádiva natural. A fin de instaurarse precisa de los aportes sociales y culturales. Requerirá de un texto hablado por el Otro, como organizador de lo percibido. Este texto no sólo le permitirá seleccionar y explicar los estímulos que vienen del exterior, sino que frente a su ausencia puede quedar sumergido en un caos perceptual que lo llevará a la desorganización. El texto residuo de la polifonía dentro de la cual se mueve el sujeto cumple con una doble función: la de preservación y protección frente a lo puramente perceptual y la interpretación de los estímulos de lo que se admitirá a posteriori como arte.

En el arte encontramos tanto la carne con su sensualidad, como la mente con sus sentidos emergentes. Una mezcla de lo primario y lo organizado del sujeto y su entorno cultural, en todas sus gradaciones. Se integra una díada entre la base corporal y el texto. Esta díada conforma el lenguaje poético que da acceso al hecho artístico. Esta díada demarca lo que se percibe o no de la realidad.

Lo bello no es una categoría dada, no es un estado primario. No se accede sólo con el ver u oír, hay que cualificar aquello que la mirada y la escucha en su intencionalidad admiten como objetos viables para la experiencia placentera de lo artístico en cada momento y en cada cultura. Este trabajo implica la interpretación de lo percibido y el permiso –o no –de acceder a lo nuevo, que todo objeto de arte implicaría.

Todo arte es testimonio de una época y los discursos emergentes otorgan una conciencia de las nuevas producciones y las insertan en el universo cultural. Así no podemos igualar “El nacimiento de Venus”(1486) de Sandro Boticelli (1445-1510) con “Las señoritas de Avignon” (1907) de Pablo Picasso (1881-1973), ni comparar una obra minimalista del músico John Cage (1912-1992), como por ejemplo su composición 4´33´´(1952) con la 9na Sinfonía (1824) de Beethoven (1770-1827). Cada una ha cumplido con su efecto revulsivo en su época. El entorno de trabajo del escultor Richard Serra (1938) con su séquito de operarios y la tecnología actual, como se puede apreciar en su instalación Matter of Time (2005) es probablemente muy diferente a la de un escultor renacentista. El “David”(1430-1440) de Donatello (1386-1466) puede haber sido gestado en un ámbito más personal y privado. Sin embargo cada artista en su época se hermana con el de otra al gestar un objeto; el que una vez entregado a la cultura servirá de albergue simbólico al espectador de su momento y de los tiempos venideros. Se trata de un albergue simbólico que permitirá resolver las angustias que aquejan al humano ante las faltas que le impone su condición y generar una experiencia placentera.

Desde esta perspectiva el artista se convierte en un chamán, cuya obra rompe con la inercia petrificada de los sistemas establecidos, disloca el orden establecido y prevalente; abre un nuevo camino, quebrantando el peso de la repetición. Lo nuevo se ubica en los vacíos de la cultura para acompañar a todo humano, copartícipe de la creación, en el camino de sortear el dolor y la angustia de su propio fin. El objeto artístico trasciende la vida humana y cuenta la vida de los que ya fueron.