Desasosiego identitario, de guión fantaseado a puesta en acción
Agustina Fernandez, APA
Sexualidad-es
“no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural” (J. L. Borges, 1952)
Es mucho lo que ha transitado la sociedad en la aceptación de orientaciones diferentes a la hetero-sexual. La libertad con que se piensa hoy la diversidad sexual y la sanción de leyes que protegen a quienes la viven es un paso civilizatorio. Sin embargo, para nuestra sorpresa –y decepción-, el desconocimiento y prejuicio acerca de las homo-sexualidades persiste, hay quienes las entienden como conductas desviadas a ser corregidas o enfermedades a las que curar.
Entre las luces y las sobras de lo contemporáneo (Agamben, 2006) habitamos una hipercultura, que bien lejos de ser una gran monocultura, justamente carece de unidad. Se trata de “un caudal de formas y prácticas de vida diferentes, que se transforma, se expande y renueva” (Byung- Chul Han, 2005). La contraposición entre aceptación y prejuicio hacia lo homo tiene su coexistencia, en ocasiones, poco pacifica.
En un intento – fallido- de ordenar algo que se presenta como caos y, en tanto tal, intranquiliza, se pone de manifiesto cierto exceso: las clasificaciones. Se ha puesto en marcha la producción de una clasificación inmensa, absurda, que evoca el idioma analítico de John Wilkins; un lenguaje universal, “donde el nombre de cada ser indicará todos los pormenores de su destino, pasado y venidero” (Borges, 1952).
Homosexual, Gay, Lesbiana. Homosexual egosintónico, egodistónico, latente, exclusivo. Predominantemente heterosexual con contactos homosexuales frecuentes, con contactos homosexuales esporádicos. Atracción afectivo-sexual, únicamente atracción sexual, únicamente atracción afectiva. Bisexual, Pansexual, Polisexual, Asexual. Heterosexual homoromántico, Homosexual heterorromántico.
Ahora que tenemos tantos nombres, ¿sabemos más que antes? En la doctrina de la clasificación exhaustiva, cada nueva diferencia convoca un nuevo nombre, y así, al infinito… ¿Se clasifican de igual modo las hetero-sexualidades? Se entiende la heterosexualidad como algo “natural”, que se explica por sí mismo, y como un fenómeno uniforme, sin
matices ni diferencias.
Las homo-sexualidades no son un tema nuevo para el psicoanálisis, Freud entendía la bi-sexualidad como un “factor decisivo” para “comprender las manifestaciones sexuales del hombre y la mujer” (Freud, 1905). Incluso, testimonió haber quedado atrapado en ciertos análisis antes de haber discernido la importancia de la corriente homosexual en sus pacientes neuróticos.
Entendemos la sexualidad, en la especie humana, como una construcción que cada sujeto lleva adelante en una travesía vital singular, –aquí, es pertinente rescatar la puntuación freudiana acerca de las “series complementarias”–. Se trata de un devenir nunca acabado, mas ligado al estar –o al estar siendo – que al ser, estados que no llegan a coagular en
una identidad totalizante.
La propuesta es ir más allá de denominaciones conjugadas con prefijos: hetero, homo, a, bi, pan, que hacen hincapié en el objeto erótico, para pensar la sexualidad humana desde la perspectiva del sujeto, en su recorrido singular.
En el dispositivo que busca homogenizar a quienes forman parte de un grupo, de un movimiento, se utiliza una lógica totalizante en donde se pierde la singularidad y los matices de lo heterogéneo. Esas clasificaciones que homogenizan arrasan con la subjetividad. El psicoanálisis, sin desconocer el contexto social, cultural y político, va en la dirección opuesta.
Rescata lo que cada quien tiene para decir, hablar en nombre propio y hacer lazo con otros a partir de ello, es una posición subjetiva diferente a ser nombrado por lo social como homo, a, pan, bi. Cuando alguien hace de esos nombres identidad: “Yo soy homo”, cabe abrir la pregunta ¿qué significa “ser homo” para ese sujeto? ¿qué ha identificado de su ser en ese nombre que se da?
Desde la perspectiva psicoanalítica, la identidad de la persona, en tanto unidad acabada y completa, es un imposible. En su lugar, se abre el juego a las identificaciones (Lacan, 1962). Se trata de identificaciones a objetos parciales – identificación secundaria -, a rasgos, no totalizantes (Freud, 1921). Aquello más propio del sujeto podría ubicarse no tanto en su semejanza sino en su diferencia con los otros.
Adolescencias
El desasosiego identitario propio de la condición humana que nos asedia toda la vida, pero de modo particularmente intenso en la adolescencia.
¿Quien soy?(M. Viñar, 2009)
Hay un tiempo de la vida ávido de identificaciones fuera de la endogamia familiar, donde el nombrarse, adoptar identidad junto a otros para darse consistencia, pertenecer a un colectivo, armar barra, adquieren especial valor. Los adolescentes ensayan las primeras definiciones de sí mismos, allí donde la tormenta pulsional de la pubertad, el despertar del cuerpo sexuado, desata un trabajo psíquico inédito que cada sujeto transita –como puede– en una puesta a prueba de sus identificaciones constituyentes.
Ya en los textos que inauguraban el siglo XX, Freud escribía que los adolescentes ensayaban su sexualidad, en ambos sexos encontraba “claros indicios de la existencia de una inclinación hacia el mismo sexo”, una corriente homosexual que luego, aunque no siempre, era reabsorbida en la heterosexualidad. “La amistad apasionada con una compañera de escuela, designada por juramentos, besos, la promesa de eterna reciprocidad y todas las susceptibilidades de los celos” formaban parte de aquel repertorio amoroso (Freud, 1905).
De la fantasía a la acción
“Soy bi, si le tengo ganas a una chica, le doy”
“Me gustó, no te puedo decir qué fue, bailaba súper sensual, se reía, me miró, me di cuenta, nos dimos unos besos”
“La tenía vista del Instagram, nos likeamos varias veces. Cuando la vi en la fiesta sabía que esa noche algo iba a pasar”
Tres relatos de adolescentes mujeres hetero-sexuales. Puestos así, fuera de contexto, podrían haber sido dichos por un hombre…
Viky (19 años), Roxi (18 años) y Lara (17 años) testimonian sus deseos homo-sexuales que son actuados en encuentros eróticos.
Búsquedas amorosas que, en el “desasosiego identitario” (Viñar, 2009), persiguen y quieren hacer propios – identificación mediante – unos rasgos de aquella otra mujer que encandilan, generan admiración, seducen.
Dora llegó al consultorio de Freud con 18 años, variados síntomas histéricos conversivos, sueños a analizar y cierto “itinerario de pensamientos hipervalentes”: no podía dejar de pensar y oponerse a la relación que su padre mantenía con la señora K. Freud ubicó en esa “moción de celos” intensa e incesante su inclinación homosexual inconsciente (Freud, 1905). Describió el “amor” de Dora por la señora K, “corrientes de sentimientos varoniles”, “ginecófilos”, y los consideró “típicos de la vida amorosa inconsciente de las muchachas histéricas”. Ubicó, en esa misma línea, la “ensoñación calma y admirada” que le tomó dos horas frente al cuadro de “La Madonna” en Dresde (Freud, 1905).
En la lectura del texto freudiano, Lacan situó la mirada de la joven histérica dirigida a una otra mujer, a quien corteja desde una posición homosexual – identificación masculina -. Identificada con el señor K, incluso con su propio padre, Dora se dirigía a la señora K con su pregunta por la femineidad: ¿Qué es ser una mujer?
Es, en la escena junto al lago, cuando el señor K sentenció: “mi mujer no significa nada para mí”, que aquel guión fantasmático se desmoronó para Dora. La señora K perdió su encanto, esa posición de ser objeto de deseo para un hombre cayó, la pregunta por la feminidad des-encarnó para Dora.
Esa otra mujer, a quien la joven histérica se dirige con deseo, ocupa un lugar fundamental en su escena fantasmática, identificada a un hombre puede admirarla, cortejarla, seducirla, o incluso, tener un encuentro homo-sexual con ella. Mientras la joven Dora expresaba en floridos síntomas conversivos su fantasía histérica bi-sexual (Freud, 1908), sin concretarla en un encuentro erótico con la señora K, las jóvenes de hoy se acercan a una otra mujer con desparpajo, libertad, incluso obscenidad.
¿Buscan las jóvenes – histéricas – contemporáneas el ensayo de su sexualidad en identificaciones – actuaciones? Allí, donde Dora fantaseaba, hacía síntomas conversivos, Viky, Roxi, Lara, ponen en acción, abordan con el cuerpo. ¿Mutaron las escenas eróticas, de ser guiones fantaseados a ser puestas en acción? ¿Se trata de modos de presentación actuales de la histeria?
Bibliografía
- Agamben, G. (2006) “¿Qué es lo contemporáneo?”.
- Borges, J.L. (1952) “El idioma analítico de John Wilkins”
- Byung, Chul Han (2005) “Hiperculturalidad. Cultura y globalización”
- Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria”
- (1908) “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”
- (1905) “Tres ensayos de teoría sexual”
- (1921) “Psicología de las masas y análisis del yo”
- Lacan, J. (1957) Seminario 4: “La relación de objeto”
- (1962) Seminario 9: “La identificación”
- Viñar, M. (2009) “Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio”
- (2018) “Experiencias psicoanalíticas en la actualidad sociocultural”