Parentalidades en diversidad: entre lo público y lo privado
Alegre Romano, APA
Es un observable que la familia tradicional ha sufrido transformaciones, su morfología la encontramos sacudida por fuertes modificaciones.
Fuimos contemporáneos de la familias con padre autoritario y de la mujer que tenía como destino prínceps ser madre en la familia tradicional y nuclear de la cultura, estaba basada en la preponderancia masculina con un territorio a menudo instalado por el hombre portador de recursos, entre ellos el económico, o, en algunos casos, por recursos femeninos familiares; se trataba de una configuración cerrada, vivían alojados en un espacio común acorde con los recursos paternos, en un territorio delimitado y circunscripto; el pacto se continuaba más allá de los avatares que indicaban lo insostenible e inapropiado de esa prolongación, sin embargo, la institución- familia debía ser sostenida contra viento y marea tanto desde el Otro como desde sus actores. La familia y su constitución eran expresión del deber ser y de los ideales culturales.
También somos testigos de los grandes sacudones que sufrió esta modalidad a lo largo de estas últimas décadas. Los Derechos de la Mujer socavaron esa forma cultural, también la Declaración de los Derechos del Niño, y junto a ellos la tan mentada caída de la autoridad paterna. La institución familiar con contrato matrimonial legislado parecía inconmovible en su continuidad por decisión parental, pero sufrió los movimientos propios de la cultura, fue vulnerada y se tornó vulnerable.
Los establecimientos escolares dieron cuenta del fenómeno, y en lugar de festejos por el día del padre y de la madre, se celebró el Día de la Familia, la gran cantidad de divorcios habían cambiado su conformación y llevado a los niños a otra situación.
Tiempo después los escritos psi hicieron lugar al concepto de parentalidades, que intenta dar cuenta de los movimientos sísmicos que atravesaba la instancia familiar como emergente de los cambios culturales en sectores de Occidente en estos años.
Par en talidades alude a paridad, equivalencia, simetría de derechos, correspondencia. De la asimetría hombre- mujer al intento de paridad hombre –mujer, sostenida por la autonomía de la mujer y su inclusión laboral cada vez más desarrollada, junto a cuestiones culturales como la modificación en los lazos sociales, de los cuales las relaciones parentales resultan emergentes.
Los lazos familiares se vieron modificados y aún continúan en movimiento por esos cambios culturales, se tornaron laxos, acompañados por una cultura del goce en desmedro de la anterior cultura del trabajo y del esfuerzo individual, cuestión que subrayamos como una tendencia que por su intensidad no resulta posibilitadora de la tramitación de dificultades y/o conflictos; se suele hacer o expresar “pateá para adelante”.
Esta dificultad para enfrentar los conflictos personales no ha sido inocua para el funcionamiento de la pareja, las parentalidades actuales son de corta duración y sin un horizonte de expectativas, “por ahora estamos”, “nos cansamos”, “se nos terminó el amor”, “no da para más”, expresado de manera terminante y terminada , que nos lleva a interrogarnos si ha habido reflexión o trabajo psíquico para la averiguación de lo que se aborda como algo último, y con el trabajo que requieren las dificultades de la vida anímica en el lazo social, en lo individual, o en el vínculo de padres e hijos.
Para elaborar- pensar se requiere un empuje que la quietud en la que está sumergido el hombre de nuestros días no le permite ejercer, apoyado en parte por una modalidad en la que se cree que las “cosas son lo que son”, forma de lectura que no hace lugar a la ambigüedad en la lectura de los fenómenos ni a otro tipo de mirada.
Parentalidades refiere a una generalización que incluye organizaciones diversas, agrupa distintos formatos, y es sostenida por los lazos de aquellos actores que la ansiaron, en conjunción con los ideales de la cultura actual; probablemente, parentalidades deviene cada vez más como una modalidad horizontal, e incluso sin lazo social compartido como en la monoparentalidad deseada y programada.
Monoparentalidad que puede acontecer con prescindencia del ejercicio sexual del padre y/o madre. Ciertas parentalidades parecen haberse escindido de la función sexual compartida por aquellos que se denominan futuros padres y/o madres, e incluso se observa un cierto desdén por un partenaire.
Decimos que es diversa en cuanto a su configuración, y también diversa en cuanto a lo que denominamos en la actualidad: diversidad sexual.
Hoy asistimos a la des-institucionalización de la familia nuclear como motor de la cultura y de la relación heterosexual.
El suceder parental se visualiza cada vez más como formas a medida, que evidencian la singularidad del gestante, su distancia de la normativa, y su desapego a un compromiso o contrato con un partenaire.
Advertimos la presencia creciente de una población heterosexual en una organización mono-parental, que sostiene el deseo de hijo en una cultura que lo legitima cada vez más.
Nuestra cultura parece haberse deslizado hacia una jerarquización y reconocimiento del deseo de hijo, mientras otras tendencias culturales abanderan la parentalidad, cuestión que nos lleva a reflexionar en relación al deseo y al deber, quizás la parentalidad sea un sucedáneo – en un aspecto -de la familia tradicional con modificaciones sea heterosexual o en diversidad. Mientras ciertos sectores avanzan en defensa del deber y la responsabilidad por lo que acontece, otros lo hacen en relación al deseo de hijo y la libertad de decisión por su cuerpo y su deseo, mientras exhiben con orgullo el deseo de hijo.
En muchos casos observamos otra escisión, este deseo de hijo es sin otro, asistimos a lo que se denomina monoparentalidad que puede ser proyectada o acaecida por duelos o fatalidades del partenaire.
Tanto para las parentalidades hetero como para las parentalidades en diversidad o para las de deseo de hijo, se hacen necesarias ciertas condiciones como el apego, capacidad para sostener la vida, con todos los recursos de cuidado que ésta requiere, un cierto retiro y condición para la postergación de lo propio en función de las necesidades del vástago; es ese deseo de hijo genuino el que hace posible esa presencia sostenida aunque no arrolladora que sostiene al hijo desde el comienzo como un otro. Juego de presencias –ausencias, presencia del hijo y presencia para el hijo, mientras se posterga el trabajo de conquistas y tiempos personales de evolución (ausencia).
Ciertas parentalidades actuales no disponen de un territorio físico demarcado como en épocas anteriores, la cantidad de divorcios acaecidos da cuenta de una modalidad diferente, de no posesión de una unidad concentrada con un territorio que demarca claramente el espacio de la instancia familiar; una buena mayoría de los niños actuales transita por dos casas, no estamos en presencia del hogar- como se decía en otras épocas- parece un significante perdido, ¿y el sentimiento correspondiente?¿ la vivencia de hogar?, en estos tiempos el niño vive desplazándose de una casa a otra, el lunes” vuelvo del colegio a la casa de mi papá y el miércoles a la casa de mi mamá”, ¿cuál es la casa del niño, qué siente él ?
Si continuamos nuestra reflexión en términos de territorios, anteriormente era muy demarcado lo familiar – privado, de lo público y exterior. ¿Cómo es el panorama hoy?
Vayamos al ámbito interior, lo interior- privado, en relación a lo exterior- público. Esta relación estaba nítidamente demarcada en la familia nuclear; lo familiar está ligado a lo propio, lo privado y lo íntimo. En las generaciones actuales lo íntimo se expresa en las redes o en la T.V., ha sido notorio como muchas mujeres contaron su intimidad en los medios, y al mismo tiempo los padres se enteraban junto a los oyentes de sus padecimientos infantiles no comentados a ellos en la intimidad.
Lo privado es propio, no exhibible, con el deseo de mantener pensamientos en secreto, permite decidir su manifestación como elección y decidir los tiempos deseados para ello ; sabemos del derecho al secreto desde la tierna infancia, con posibilidad incluso para los ellos de la elección y decisión sobre la puesta en palabras de su pensamientos, cuestión igualmente válida para los que componen la parentalidad, elegir los pensamientos a comunicar y diferenciarlos de los que no se quiere hacer saber.
Cobra valor la preservación de los pensamientos secretos, ya en plena dependencia afectiva el niño descubre que tiene poder – mediante sus pensamientos no comunicados- de lo que sólo él puede conocer, y más aún, tiene el control de la posibilidad de desmarcarse del poder fiscalizador de sus padres. El pensamiento del niño y del adulto también, es una creación personal que resulta del investimento de esa actividad secreta y del placer que de ella emana, de la cual es fuente y objeto, espacio de la creación silenciosa alejado de la mera repetición.
El silencio resulta ser una forma de autonomía con derecho al goce sobre lo propio, se trata de la posibilidad de ocultar al Otro y a los otros los propios pensamientos, pensar y gozar que el otro no sabe lo que se piensa, como también sobre lo que no querría que se pensara, como forma de atribución de libertad. Lo anteriormente descripto requiere de una parentalidad potencializadora como conditio sine qua non.
El otro espacio tiene que ver con lo público, aquello que todos saben, lo visible, y que suele ser objeto de exhibición, lo denominamos exterior, con su propio juego y sus reglas inherentes. En este aspecto encontramos un funcionamiento ligado a la voz a la palabra dicha, expresada. Si lo familiar- íntimo estaba ligado a los lazos más bien individuales y afectivos primarios carentes de formalidad y ligado a los afectos, lo público está en relación a lo colectivo, a lo visibilizable y con deseos de hacerse visible, también abierto a todos y despojado de lo apropiable.
Espacio que también se ha visto conmocionado y extendido sus brazos hacia la familia, lo público penetra en lo familiar y produce modificaciones de miradas y actos, el abuso largamente silenciado y sostenido como secreto invadió a su vez a lo público en extensión y dimensión, y lo público irradia a la intimidad promoviendo transformaciones psíquicas.
Resulta difícil anticipar las consecuencias psíquicas tanto como institucionales de estas transformaciones de las parentalidades, la desafectación de la normativa junto a la caída de las jerarquías invaden los espacios culturales,- la perplejidad no se disipa-, acompaña a legos y profanos, máxime cuando se ciernen sobre la cultura otras transformaciones como la de la virtualidad, transformadora de los lazos sociales que nos interpela sobre qué se entiende en la actualidad por presencia y que por ausencia.